Catarsis

Perdida de mi propio mando

 

—Ya vuelvo señor Lesmes, iré por su café.

—Esta vez no tardes tanto joven, sé que el lugar está repleto, pero recuerda que yo soy la prioridad.

Detesto sus malditas reuniones. A veces pienso que el motivo por el cual mi jefe no se atrevía a tomar lo mismo que sus compañeros, era por aparentar una buena o envidiable distinción entre su grupo. A él no le importaba su salud, bebía todo el tiempo, ¿Por qué importarle este tema tan simple para él? Tal vez se sentía halagado con sus comentarios; inclusive yo me sentía halagado, aunque esos cumplidos no fueran para mí. Es una lástima que solo decían esos comentarios de forma sarcástica  para no decir de frente que era un patético. Aparentemente era el más "respetado" por su posición tan decisiva que por su desempeño laboral. Era el más atrasado y necesitaba descansar para continuar con lo suyo. En cambio, ellos no.

Cuando llegaba a la cafetería me llenaba de una satisfacción incomprensible. En cuestión de segundos pasaba de estar en el limbo que hay entre la vida y la muerte a estar en el paraíso del descanso eterno y soñado, puede que esté exagerando la situación, pero me sentía tan cómodo, tan aliviado y hasta el día de hoy no logro entender el porqué. Bueno, sí sabía el porqué, pero iré paso a paso.  
Pasaba por una calle llena de edificios lujosos, había un montón de bares con diversas temáticas dispuestas a satisfacer el gusto de cualquier consumidor que pasara por ahí. A pesar de que yo era un tipo que no se sentía atraído por los lugares de la ciudad, por los sonidos que emanaba de ella y que además siempre estaba perdido en sus pensamientos, debo admitir que se sentía muy placentero cruzar por aquel lugar.
Al momento de llegar a la cafetería, era obligatorio pasar por un jardín que daba la impresión de un pequeño bosque. Era la única parte de la ciudad en la que se sentía el auténtico aroma a eucalipto fresco. El lugar tenía una naturaleza pacífica, contaba con aproximadamente siete mesas destinadas para beber, escribir o simplemente reflexionar. No era necesario entrar en detalles con la descripción del lugar. Era simple. Muros de madera, un piso con una forma extraña, pero que quedaba al unísono con los primeros, mesas de madera oscura y cómodas sillas adornadas con el exótico color de la tentación. "El jardín de la lujuria” ese era el nombre de aquel lugar. En mi opinión, solo era un incentivo para atraer más clientes a la solitaria cafetería. Además, considero que era un nombre inapropiado para un lugar tan acogedor y tradicional, por decirlo así. 
Estaba en completa tranquilidad y mis pasos marcaban un rumbo sereno. El frío de ese largo invierno era acogedor, pues hacía que sintiera confortable mi propio ser. En ese momento noté que mi actitud y mis preferencias habían cambiado, hace algunos años hubiera preferido un día caluroso. 
Todo a mi alrededor estaba impecable y pretendía mantenerme en mi trance de serenidad por un buen rato, claro, hasta que por obligación tuviera que volver al trabajo. Pero era inocente, distraído y nunca estuve preparado para cualquier abrupto cambio que se me apareciera en el camino, como si de un accidente de tránsito se tratase. Confieso que en estos últimos años se me han presentado situaciones extrañas e inesperadas de las cuales no tengo control. Solo llegan, me hieren y se van, como si nada hubiese ocurrido. No me gusta que suceda, pero se podría decir que me siento acostumbrado a lo imprevisible. 
La tranquilidad, la serenidad y la estabilidad se fueron al hoyo de la ansiedad en cuanto pude percibirla después de pasar inconscientemente la mirada por su silueta en la lejanía. Quisiera poder describir todo lo que provocó en mí. Pero solo puedo decir que todas mis acciones eran completamente absurdas y distintas a lo que solía ser. Sabía que nada de esto tendría un buen final. El amar no debería ser un mal final.
Me había topado con varias personas en mi camino, pero ninguna de ellas provocó lo que su presencia estaba haciendo conmigo. ¿Cuál era la esotérica de su presencia? Esta sería la pregunta que le daría inicio a mi fin.

Recuerdo cuando era un adolescente. Cuando por primera vez me enamoré y creí que aquella relación no tendrá fin. Cuando me inundaban los nervios y hacía de la perfección mi nuevo estilo de vida para hacer que la felicidad de la persona que estaba provocando todos estos cambios, fuera el único objetivo que tenía. Cuando, sin saberlo, sentía por primera vez el verdadero amor, más allá de la avaricia de mis propios anhelos. Claro, no tuvo un buen final, como la mayoría de relaciones que tenían los jóvenes de aquel tiempo, y siempre preferí guardar el sentimiento de paz que causaba amarla, como lo mejor que había sentido, sin rencores; no como todos los demás, que hacían del amor, con sus malditas palabras de odio, una utopía. Siempre me quedé con la esperanza de volver a estar en aquel fascinante estado. Y mi momento, al parecer, había llegado.

Sentía su ser, tanto que intentaba crear una imagen exclusiva de ella en mi mente para no tener que toparme con el mismo problema de siempre. Las palabras no son idóneas para describir todas estas alteraciones. El sentir es la excusa perfecta para detallar esta situación, no hay nada como el sentir. No hay nada como percibir su aura purificadora. No hay nada como sentirla a ella. En mi mente era maravillosa, cautivadora, bella y celestial. La quería para mí sin importar que no supiera nada de ella. Me arriesgaría a todo con tal de que fuera mía. Ahora, ¿por qué puedo sentir la capacidad de hacer todo esto? Es que ella era diferente y, en definitiva, debía ser muy bueno para ser cierto. 
Benditas sean las necesidades que me conllevan a conseguir un trabajo, bendito sea el lugar en donde me gano el sustento, bendito sea el señor Lesmes que aún toma sus tasas de café, bendito sea este lugar por vender lo que se creía extinto y benditas sean todas las coincidencias que me tienen aquí. Tal vez sea un poco irracional lo que digo y lo que siento, sentir tales sentimientos de forma tan apasionada no me daban buena espina; además siempre llevaba conmigo el don de percibir malos presagios que nunca llegan, mejor dicho, solo era un tipo insociable que sentía temor por todo aquello que pudiera alterar la quietud que siempre ha cargado. La exaltación no me resultaba agradable, me repugnaba el claxon de los automóviles, el sonido emanado del motor de una moto, los huecos que había en las carreteras y que hacían que toda la gente chocara una contra otra de manera violenta en el autobús. Me causaba desazón el hecho de tener que hablar con otras personas, de pasar por su lado, de tener algún contacto físico, de saber que ellos sentían el mismo rechazo, que yo les otorgaba, hacía mí, de no saber qué pensaban al verme, si es que me veían, y de querer cambiar mi actitud y de no hacer algo significativo que lograra ayudar con dicho cambio. Me consideraba alguien repulsivo para ser sincero, no me sorprende que mi propia familia haya decidido abandonarme. Lo único que me molesta de su abandono, fue el hecho de que lo hicieron poco a poco, sin dejar rastros de su pronta deserción para que yo pudiera estar preparado para el momentáneo calvario que se aproximaba. Digo momentáneo porque la causa de su alejamiento fue en su totalidad, mi culpa, ahora que recapacito mejor.
Su adiós fue doloroso y recuerdo de vez en cuando todo lo sucedido en esa etapa gris.     




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