Catastrofe Amazonas

Parte 9 - Melancolía

Va Marshall conduciendo por la carretera para llegar a la cabaña en donde se encontraban sus hijos cuando sintió uno de sus pechos mojados y miró de reojo, se le hizo extraño solo hasta cuando se toca una de sus mejillas y se percata de que estaba llorando. “Porqué llora mi alma sin mi permiso”, se dice Marshall y de pronto siente una necesidad incontrolable de aparcar. Toma un espejo de su bolso y se mira el rostro, tiene la máscara de pestañas batida en el contorno de los ojos hasta las mejillas “Que carajos”, dice Marshall limpiándose con una rodaja de algodón. Es cuando vuelve la canción de su marido a su mente y se pregunta de donde fue que la sacó ya que no ha escuchado esa versión en ninguna parte ¿La habrá inventado? Marshall se percata de que está pensando en Gian de nuevo y se reprende tan rudamente que empieza a llorar y se ve obligada a retornar.

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Ella aparca en el jardín de la cabaña de los abuelos de Gian. La puerta está con seguro y la llave no está bajo la maceta así que de una sola patada la abre. Entra hasta la sala y busca ansiosa la guitarra de Gian y cuando la ubica la toma en sus manos. La observa por varios minutos detallándola, viento la textura de sus cuerdas y lo brillante de la madera.  Minutos en los que está pensando en todo pero al mismo tiempo en nada mientras las silenciosas lagrimas corren por sus mejillas como si los ojos de Marshall fueran una vertiente. Una sonrisa incomprendida se ve en el rostro de ella pero luego se borra pensando en algo en específico…

 

— ¿Marshall? — dijo Amalia con la voz un poco ronca al otro lado de la línea.
— ¿Acaso dormías a esta hora? — preguntó Marshall mirando como el reloj marcaba las cuatro y cincuenta y siete.
— ¿Tú que crees? — Respondió Amalia.
—        Ay ya discúlpame, te llamo por otra cosa. Pensé demasiado en lo que me dijeron las cartas y de verdad han sembrado en mi la semilla de la incertidumbre ¿Puedes creer que hasta empecé a dudar de él? Chica me traes por los cabellos — dijo Marshall poniéndose un poco nerviosa.
— No sabría que decirte, tal vez no lo deberías tomar tan enserio — dijo Amalia.
— No amiga. Lo voy a hacer para comprobar que no es verdad y luego me voy a reprochar por haberlo hecho y llevarte el hilo — Dijo Marshall.
— ¿Hacer qué? Y no me metas en tus rollos tu sabes que los resultados pueden ser relativos, tal vez mi intuición falló e interprete otras cosas. Amiga no hagas una estupidez — dijo Amalia.
— Lo voy a seguir, después te cuento como me fue — dijo Marshall.
— ¡Amiga no! — dijo Amalia pero Marshall colgó el teléfono.

Justo ahora el presidente Gian Solano se está arreglando para una reunión muy importante con personajes muy importantes, pero en la habitación está Marshall entrando con sigilo para que su esposo no la descubra, toma el teléfono de él que está cargando en la mesita de noche y le activa el localizador. Ya ella lo tenía todo planeado pero hubo una sola cosa en la que no pensó y que es la más importante ¿Dónde va a dejar a Lauren? Después de varios quebraderos de cabeza la primera dama tuvo que bajarle al orgullo y aceptar que necesitaba la ayuda de una sirvienta, no solo por esta vez sino que se le hacía bola el hecho de tener que cuidar a su pequeña hija mientras esperaba otro bebé, ya no se podía mover como antes para cuidar mejor a la niña. La señora Alba quien había estado sirviendo en el palacio por los dos mandatos anteriores iba a trabajar por tercera vez allí. Apenas se le notificó estuvo puntual en el palacio y por suerte a tiempo para lo que Marshall necesitaba.

Cuando el presidente baja a la cocina estaba Alba con su maleta al lado y Marshall le explicaba varias cosas, ella se sorprendió al verlo allí en el umbral de la puerta pero luego se sinceró con él y le dijo que necesitaba la ayuda extra, él le sonrió y le dio un beso sin prestarle mucha importancia al asunto. Ella lo vio marcharse pero luego se acordó de Alba quien aguardaba allí de pie detrás de ella, Marshall volteó y le sonrió nerviosamente “Quedas sola ¿Vale? Recuerda que la nena se despierta a las siete”. Dijo Marshall apurándose, tomó su bolso de mano y bajo las escaleras con todo el cuidado del mundo sin perder tiempo. Llegó al estacionamiento y vio a su marido recargado de espaldas a su carro respondiendo un mensaje, ella aguardó allí detrás de un pilar de hormigón mientras el guardó su celular, se subió y emprendió camino. Ella se subió a su carro antiguo y los despistados guardias pensaron que no había ningún problema. Marshall esperó a que el carro de su marido le llevara al menos una cuadra de distancia y encendió su celular para abrir la aplicación del localizador en caso tal de que Gian tomara otra ruta.



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En el texto hay: reencarnación, aventura y fantasia, dosmundos

Editado: 17.12.2019

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