Estoy a punto de morir, lo sé. Y es que quizás ya había muerto algo de mí aquel día que quedé acá atrapada. Si tan solo pudiera volver el tiempo atrás. Si tan solo hubiera detectado las señales que se fueron presentando. Si hubiera estado más atenta. Y es que pensándolo bien todo ocurrió frente a mis narices. Estaba tan entusiasmada con los preparativos de la fiesta que me dejé llevar por la situación. Me dejé manipular y cuando quise darme cuenta ya era tarde. Puedo escuchar sus voces. Hablan de mí. En cuanto me metan en esa caja y me envíen al depósito no podré regresar jamás. Será el fin. Aunque ya pasaron dos meses recuerdo ese día como si fuera hoy. Todavía siento el dolor. Un dolor en el alma que no tiene explicación, tan difícil de explicar como de creer. Y es que era tan perfecto que nadie hubiera dudado de él jamás. Yo estaba convencida de que era lo mejor para mí.
Todo comenzó el día de la mudanza. Llevábamos tres años de novios cuando decidimos con Julián que ya era momento de convivir. Como él alquilaba y yo tenía casa propia creímos que lo mejor sería que él se mudara conmigo. Yo lo estaba esperando mientras acomodaba mi ropa para dejarle lugar a la suya. Cuando llegó y tocó timbre bajé a abrirle la puerta y lo encontré parado con una caja en las manos y su auto lleno de otras cajas y bolsas cuyo contenido fuimos revelando a lo largo de la semana. En cuanto a la caja azul que traía en las manos enseguida me aclaró que no era de él, que la había encontrado en el umbral de la entrada cuando llegó. La dejé apoyada en la mesa del comedor mientras entrábamos las pertenencias de Julián e íbamos llenando la casa a modo de laberinto, dejando espacios para poder caminar por las habitaciones. Habíamos terminado de acomodar todo lo que había en la caja con la etiqueta “ropa verano” cuando recibí un mensaje de mi mamá. Desde que se había mudado a otro estado para vivir con su nueva pareja, nos comunicábamos mayormente por mensajes de WhatsApp y cada tanto alguna videollamada. “¿Recibiste mi regalo? Espero que te acompañe en esta nueva etapa. ¡Es una máquina de lo más genial!” La caja azul ahora tenía remitente. Había estado tan entretenida acomodando la ropa que me había olvidado esta por completo. Por fuera no tenía ningún tipo de etiqueta o inscripción, era un azul marino totalmente liso. Corté la cinta que sellaba las solapas y me encontré con un ejemplar realmente hermoso. Había oído hablar de ellos, pero hasta el momento solo había visto de lejos el perro del vecino, un caniche blanco que al principio lo sacaba a pasear todos los domingos por el barrio, pero con el tiempo los paseos fueron cada vez más espaciados hasta que ya no se lo vio más. Quizás lo habían dado en adopción después de que la novia del vecino comenzó a actuar extraño. Nunca supimos qué le sucedió, pero de la noche a la mañana dejó de ser ella misma. Algunos creen que él tuvo que ver con su repentino cambio de comportamiento para poder controlarla y retenerla dentro de la casa. Pero él también parecía confundido con la situación o al menos eso aparentaba las veces que lo cruzábamos en la calle o en algún negocio del barrio haciendo las compras y le preguntábamos por María, a quien ya no veíamos salir de la casa.
Dentro de la caja también venía una nota muy breve que incluía el nombre de la mascota y un número a donde llamar por si se averiaba. No incluía dirección, porque ellos se encargaban de buscarlo a tu casa si ocurría algún inconveniente. Desde que las mascotas vivas habían dejado de existir esta empresa se había perfeccionado cada vez más para ofrecer animales mecánicos que realmente se parecían a los vivos. Una sonrisa asomó en mi rostro cuando vi a Draco, un hermoso gato, de un negro intenso. “Mii mamá y sus ocurrencias”, pensé. Su apariencia era sorprendentemente real, con sus orejas erguidas y la cola enroscada a un lado. Lo saqué de la caja y lo acaricié, apreciando la suavidad de su pelaje, pero también la dureza bajo este, corroborando así que se trataba de una máquina. Lo activé con las palabras que indicaba la nota: “Bienvenido Draco”. Que sea negro no era casualidad, faltaba una semana para Halloween, festividad que solíamos disfrutar mucho con mi mamá y mis hermanos cuando éramos chicos, y aunque ahora ya estábamos grandes y no nos veíamos seguido, seguíamos manteniendo las costumbres, nos gustaba disfrazarnos, decorar toda la casa y hacer comida temática, dedos sangrientos, telarañas, calabazas, etc. Draco llegaba en el momento justo y sin duda sería una gran compañía.
Aquel día Draco me seguía a todos lados y hacía exactamente lo que yo le decía, como si ya estuviera adiestrado. Rápidamente me di cuenta de que al ser una especie de robot tenía muchas ventajas: no producía desechos, maullaba solo cuando se lo pedía, no se escapaba, respetaba mis órdenes. Sin embargo, había algo que no podía hacer, no demostraba cariño como los que eran vivos, no se acurrucaba, ni se alegraba cuando llegabas a la casa luego de estar fuera algunas horas. Pero se asemejaba tanto a uno real, con su pelaje suave y sus ojos atentos que fue fácil acostumbrarse a su presencia. Ese día fue un antes y un después en mi vida, la llegada de Julián y de Draco solo denotaban alegría. Pero al día siguiente todo cambió. Al principio intentaba justificar todo, convenciéndome de que eran sucesos normales. Como los objetos que aparecían en lugares donde yo no los había dejado. “Te habrás olvidado”, me tranquilizaba Julián, argumentando que mi despiste se debía a la mudanza y los preparativos para Halloween. También comencé a escuchar sonidos extraños por la noche. Esa semana me desperté varias veces sobresaltada, pero cuando le preguntaba a Julián me decía que él no escuchaba nada. Las primeras noches se levantó a dar una vuelta por la casa y chequear de dónde provenía el ruido, pero luego me empezó a decir que no era nada y seguía durmiendo. Yo misma me empecé a sentir rara. Había conversado con mi hermana mayor y me había calmado diciéndome que era normal, la mudanza y la nueva convivencia era un cambio importante, con el tiempo me iba a acostumbrar. Pero yo me sentía incómoda, incomprendida. Sobre todo por Julián, que últimamente me miraba como si estuviera loca.