Cautivada por el ángel

Capítulo 2: Ojos hipnotizantes

Sus esperanzas fueron destrozadas apenas abrió los ojos, tras pasar la noche con insomnio. Mentalmente estaba agotada, aunque agradecía sentirse cansada por no dormir y no como secuela de alguna pesadilla. Pasó la noche girándose en la cama, contando cuantas ovejas pudo y aun así no logró pegar el ojo más de media hora. Ahora su encuentro con ese cuervo y todo lo sucedido durante la madrugada, parecía tan lejano que prefirió pensar en ello como un sueño más y ahora, con la luz del sol colándose por sus cortinas, le resultaba difícil pensar que algo así hubiera sucedido de verdad. En la noche es fácil que la mente divague, encontrando formas terroríficas en cada sombra, dando rienda suelta a la imaginación; pero apenas el astro rey anuncia el amanecer, esas pesadillas se disuelven, haciendo que nos debatamos si algún día siquiera estuvieron ahí, dudando incluso de nosotros mismos y nuestra estabilidad mental. Que cruel resultaba la oscuridad.

En la preparatoria todo era más sencillo. Las clases la absorbían por completo y sus amigos resultaban la distracción perfecta a sus problemas.

—¿Lista para mañana en la tarde? —preguntó Karla, llamando su atención al sentarse a su lado en una de las mesas de la cafetería. Ante el silencio formado su otra amiga habló, recorriendo su silla para tomar asiento al frente.

—No puede ser. Lo olvidaste —Alejandra expresó con fingido fastidio, abriendo una bolsa de papitas. Elizabeth había olvidado por completo que se juntarían las tres en casa de Karla. —Debes dejar de pensar en ese chico por un momento. Desde que lo conociste no eres la misma —expresó, haciéndole notar sus celos de amiga, mientras recogía su cabello negro en una coleta.

Tanto Karla como Alejandra intercambiaron miradas cómplices. A pesar de decir una gran verdad, no lo hacían con verdadera malicia y solo querían fastidiar un poco a su amiga. Les encantaba molestarla con el tema y a pesar de solo jugar con Eli, ésta sabía que sus palabras no eran del todo mentira. Inconscientemente le dedicaba ahora más tiempo a su chico que a sus amigas y su única excusa valida era que estaba enamorada.

—Chicas, ustedes son todo para mí, lo saben —confesó abrazando a Karla, quien se sentaba a su lado. Sus ojos verdes detrás de esas gafas violeta parecían divertirse haciendo sentir culpable a su amiga. Ale las veía con fingida indignación y les arrojó una papita que terminó en la cara de Elizabeth, haciendo que las tres explotaran en risitas cómplices.

—Es solo que ya no pasas tanto tiempo con nosotras —Karla utilizó voz amable, explicándole lo obvio, deshaciendo el abrazo para abrir su orden de tacos al vapor.

—Eso no es cierto, es más, deberíamos salir hoy a la feria que acaba de ponerse. Vayamos solo las tres —propuso Elizabeth en un intento de hacer las paces, mientras tomaba su comida dándole una mordida.

—¡Si! —contestó Alejandra sin esconder su felicidad—. Ya nos hace tanta falta una salida de chicas —su mirada se iluminó llena de ilusión.

—¿Hoy? —Karla dudó un momento, tomando su celular, como si buscara entre conversaciones para confirmar si tenía el día libre.

—No… No importa que tenías planeado para hoy. Lo cancelaras —sentenció la pelinegra quitándole el celular, buscando mensajes de posibles citas, dispuesta a cancelarlas ella misma.

—Ale, no saldré con nadie. Solo que tengo tarea pendiente. —Recuperó su celular, ante la mirada reprobatoria de su amiga acompañada de una risita burlona —. Eres una tonta. Te digo la verdad. Nada de citas —aseguró Karla.

Elizabeth sonrió, ansiosa por pasar la tarde con ellas. Sintió que a su vida le hacía falta más momentos así, espontáneos y llenos de risas explosivas por tonterías. Esas chicas era la mejor terapia que pudiera tener. Necesitaba esa tarde de amigas, mereciéndose un respiro de la locura en la que se había convertido su vida en los últimos meses.

 

 

Caminó por el pasillo de salida de la prepa, dando brinquitos de alegría al ver desde lejos a su novio ya esperándola afuera. Suspiró al llegar con él, arrojándose a sus brazos. El chico la rodeó, besándole en la coronilla. Elizabeth inhaló su delicioso perfume, sintiendo como su pecho se hinchaba de felicidad al tenerlo cerca. Ahora no entendía como pudo vivir tantos años sin él, sin sus tiernos besos o sus reconfortantes abrazos.

—Hola hermosa —la saludó, tomando su mochila para colgársela del hombro, sin lograr del todo que la chica dejara de abrazarlo.

—Te amo —confesó ella, aun con los ojos cerrados, lanzando un suspiro al aire, sintiéndose por fin completa. No pudo ver la reacción de su chico, pero escuchó su risa e imaginó esos hoyuelos formándose en sus mejillas, mientras otro beso era depositado en su cabello.

—También te amo —admitió sin pudor—, pero una de tus maestras nos está mirando feo.

Eso bastó para que el abrazo se deshiciera y ambos voltearan a ver a la profesora, que los juzgaba con la mirada. Se miraron nuevamente, buscando la expresión del otro y soltaron en sincronía una risita avergonzada, alejándose de los ojos de los docentes.

Mientras caminaban de regreso a casa de Elizabeth, platicaron sobre su día y los planes para su tarde. Ella le contó sobre la salida improvisada con las chicas y sus ganas de liberarse por un rato de sus tareas. Angel se ofreció a acompañarlas, pero Elizabeth le dejo claro que no se aceptaban hombre en esa salida.




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