Lluvia, un elote, mariachis tocando, una rueda de la fortuna, un apasionado beso, unas cuantas fotografías y unas alas blancas. Una y otra vez las mismas imágenes se repetían en la mente de Elizabeth, mientras soñaba dando vueltas en su cama con inquietud.
Despertó mareada, sentándose sobre la cama y buscando el vaso de agua que acostumbraba a dejar sobre su mesita de noche. Bebió un poco y se recargó en el respaldo, recordando lo que sucedió previo a meterse a la cama.
—Me voy señora. Que pasé una buena noche —se despidió cortésmente, mientras su novia lo acompañaba al barandal.
—Mándame un mensaje cuando llegues a tu casa. Ve con cuidado —dijo tomándolo de la mano, balanceándolas tímidamente.
—Te amo. Lo sabes, ¿verdad? —se le acercó abrazándola como si nunca quisiera soltarla. Elizabeth lo rodeó en brazos, ocultando su rostro en su pecho, inhalando su delicioso perfume. A su lado se sentía completa, segura.
—Yo también te amo —confesó al tomar distancia, para poder besarlo. Sus besos solían ser tiernos, llenos de amor, pero ese tenía algo distinto. La besaba con lentitud y firmeza, anhelando sus labios más que a nada. Extasiado con su sabor, sin evitar sentirse culpable por seguir borrándole sus recuerdos. Era un beso con culpa.
—¿Todo bien? —cuestionó la chica al sentir ese beso tan diferente a los que estaba acostumbrada. Sabía que algo estaba pasando, más no sabía qué y no le gustaba no saberlo.
Volvió a abrazarla con fuerza, susurrándole “lo siento” asegurándose de no ser escuchado.
Intentó recordar que pasó después de aquello, pero a su memoria solo venían las mismas figuras de sus recuerdos en la feria, excluyendo a ese enorme par de alas blancas. Esa era la única imagen que no formaba parte de sus recuerdos. Resopló sintiéndose cansada y volteó a su cámara, apoyada sobre una silla al lado de su espejo de cuerpo completo. Se levantó con curiosidad sobre ella. Sabía que había tomado un sinfín de fotografías; Sin embargo, la lente estaba rota y en realidad no recordaba cómo pudo romperla. La encendió esperando que funcionara y así era, ninguna otra cosa parecía estar dañada, pero necesitaría una lente nueva si quería tomar más fotografías. La apagó dejándola en su lugar, dispuesta a retomar el sueño, que a pesar de ser agitado seguía siendo un sueño normal y agradecía eso. Las pesadillas seguían sin aparecer y eso le era más que reconfortante.
Tomó el resto del agua y se acurrucó, tapándose hasta la cabeza para dormir mejor.
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En la mañana de ese sábado, Elizabeth decidió pasar las fotografías a su computadora, para compartirlas en su cuenta de Instagram dedicada a su gran pasión. Le gustaba mostrarle al mundo como percibía ella misma lo que la rodeaba y cada detalle de la vida que muchos otros dejaban pasar como algo cotidiano, tan acostumbrados a sus vidas que no prestaban atención a lo que hay más allá de todo eso. Su lema favorito era: No veas, no mires, observa. No se consideraba una profesional, únicamente le gustaba expresarse de esa forma. Era su hobby favorito. Le gustaba incluso más que la lectura.
En la pantalla de la computadora aparecieron las primeras fotografías que había tomado. Antes de editarlas acostumbraba a separarlas, las que irían en su Instagram y las que compartiría con sus amistades en Facebook. Una sonrisa se le formó en el rostro al ver de inicio una foto de ella misma sonriendo, mientras su novio le daba un beso en la mejilla. Era una excelente toma, los reflejaba tal cual eran, de una forma natural y espontanea. Esa definitivamente iría a su cuenta personal. Siguió separando fotos, hasta que llegó a las de la rueda de la fortuna. En ese lugar recordaba haber tomado las tres fotografías que veía en la computadora, pero después de eso no recordaba haber tomado más. A pesar de ello en el carrete aparecían otras siete. Se mostraba a Angel y a ella haciendo caras en espejos que deformaban sus rostros. Al verlas logró recordar ese momento. En una aparecía mirando de frente y en uno de los espejos de fondo medio cuerpo de un gato. Avanzó a la siguiente fotografía encontrándose ella misma, cubriéndose por el flash de la cámara. En los espejos quedó plasmado un chico alto, de cabello pelirrojo que apuntaba la cámara en su dirección, al mismo tiempo que un hombre con un par de alas blancas desplegándose de su espalda, como si estuviera a punto de atacar a quien tomaba la foto. Reconocería esa complexión en cualquier lado…
—¿Angel? —miraba la foto, intentando descubrir cada detalle, con la esperanza que su mente se aclarara, pero a decir verdad no lograba recordar nada más de la feria después de haber entrado a la casa de los espejos. Sus últimos recuerdos se saltaban a cuando su novio la dejó en casa y se despedía de ella. Haciendo memoria tampoco recordaba haber tomado alcohol como para perder un fragmento de sus recuerdos. Le preocupaba de sobremanera el intentar recordar y toparse de lleno con una pared blanca en su mente.
Avanzó a la siguiente foto, que no mostraba únicamente un ala de cerca, pudiendo ver a detalle el plumaje blanco. Regresó a la foto anterior. Nada de esa foto tenía sentido. Por su postura parecía incomoda, a punto de salir corriendo, como si intentara cubrirse no solo de la luz, sino de la persona que sostenía la cámara. Ese hombre también le era desconocido. Ella no conocía a nadie que fuera pelirrojo y lo más extraño de todo era su novio con un gran par de alas, volando a atacar al desconocido. No había duda de que fuera Angel, era la misma ropa que utilizó el día anterior y el mismo cabello.
Necesitaba hablar con él y preguntarle detalles de lo ocurrido después de refugiarse de la lluvia. Aunque sabía que nada de eso tenía sentido, ni siquiera su pérdida de memoria.
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Editado: 19.04.2022