Seguía siendo de tarde, con el sol a todo su esplendor, cuando Angel tuvo ese mal presentimiento. Como todos los días, fue por ella a la escuela, para acompañarla a su casa. Su madre y hermana no estaban, así que Eliz le dijo que pasaría la tarde con las correcciones de su presentación. Se despidieron y él la dejo tranquila, pero ahora, tras varias llamadas perdidas y mensajes no contestados por más de 3 horas, decidió que debía ir a buscarla, temiéndose lo peor.
Entrando al cuarto de la chica, lo primero que notó fue su cuerpo tirado en el piso.
—¡Eliz! —corrió a su lado, esquivando los muebles desordenados por toda la habitación. La sostuvo de la cabeza, con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco.
—Angel —Elizabeth habló con pesar, levantando los brazos para sentirlo, temiendo fuera solo un truco.
—Aquí estoy, amor —la besó, lleno de felicidad por encontrarla viva—. No te muevas. No te esfuerces —le pidió al ver sus intentos por ponerse de pie.
—¿En dónde estoy? —pidió saber, sin atreverse a abrir los ojos.
—En tu cuarto, conmigo. Tranquila, estoy aquí ahora. Acarició su rostro, antes de cargarla para depositarla en su cama y sentarse a su lado.
—Lo vi, me habló de ti —confesó con voz cansada refiriéndose al demonio.
—Amor, abre los ojos —le pidió con la intención de hacerle olvidar todo lo sucedido.
—No. No quiero olvidar —dijo anticipándose a sus planes—. Sé lo que eres, lo sé desde hace semanas —siguió hablando todavía con cansancio—. Cuéntamelo todo. Quiero saber la verdad —exigió. Angel le acariciaba la frente, reuniendo valor para confesárselo. Nunca creyó tener que hacerlo. Quería hacerla olvidar todos esos malos momentos, quería protegerla de todo y de todos, trayéndole únicamente recuerdos amenos, pero no la obligaría. Elizabeth merecía saber la verdad y él era el indicado para contársela.
—Puedes abrir los ojos. Te doy mi palabra de que nunca más alteraré tu memoria, a menos que me lo pidas —prometió, tomándole ambas manos para besarlas. Al hacerlo notó sus heridas—. Tus manos —indicó, al momento que la chica abría los ojos, viéndolas. Al golpear los espejos, la corriente que emanaban la habían quemado.
—Él no lo hizo —aclaró—. Fui yo, golpeando el espejo para salir —Angel solo le mostró una sonrisa. Esa era su chica, rebelde.
—Te curaré —advirtió. El ángel iluminó las palmas de sus manos, tomando las de su amada, curando sus heridas. Elizabeth sintió un leve cosquilleo, mientras la magia parecía hacer efecto, sanando su piel.
—¿Qué? ¿Cómo hiciste eso? —preguntó sorprendida, pues en menos de 10 segundos sus manos sanaron, frente a sus ojos.
—Como ya sabrás, soy un ángel y nosotros tenemos poderes curativos, tanto para nosotros mismos como para nuestros humanos —explicó sin soltar sus manos, acariciándolas con delicadeza—. Se suponga que mantengamos esto en secreto, pero tu no eres como cualquier humano. A ti es difícil ocultarte lo que sea —admitió.
—Dejaste una fotografía mostrando tus alas en mi cámara, como evidencia de tu existencia. No eres bueno ocultando secretos —se rio de él. Sentía que sus fuerzas recobradas después de la curación de su novio.
—Me concentré en salvar tu vida, estaba muy asustado —confesó acercándose mas a ella—. No quería perderte. —La forma en la que lo decía, con esa mirada en los ojos, disipó toda duda que el demonio sembró en ella. Angel la amaba, no necesitaba decírselo, ella podía verlo en sus ojos.
Se abalanzó sobre él, abrazándolo. Solo a su lado podía sentirse completa. Cuando Angel correspondió su abrazo, rozando su nariz en su cuello, Elizabeth tuvo que empujarlo, sintiendo su cuello ardiendo.
—¡Ah! —se quejó, tocando la herida, recordando la mordida del demonio—. Dijo que me marcaria —recordó, asustada.
El chico se alejó, sorprendido, para posteriormente acercarse de nuevo a inspeccionarle el cuello, temiendo que fuera real. Al alejarse su semblante cambio, abandonando todo color de su piel, al encontrar el sello de la familia de Astaroth en el cuello de su protegida.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó angustiada al verlo pálido y retrocediendo.
—Quemó su sello en ti —dijo con pesar.
—¿Que hizo qué? —En realidad ella no entendía que significaba eso.
—Los demonios utilizan el sello de su familia para marcar a los humanos como suyos. Así mantienen alejados a los demás de su clase. La marca se vuelve permanente cuando el humano crea un vínculo con su captor. Elizabeth tocó de nuevo su cuello, encontrando en él el relieve del sello, justo bajo su nuca.
—¿Como lo borro? —cuestionó angustiada.
—No puedes. Yo peleare con él. Juro que no dejare que te lleve —intentó consolarla. A pesar de estar él más preocupado, al entender lo que esa marca conllevaba.
—Los amuletos dañados no funcionaron contra él.
—Encontraste el que puse bajo tu cama —fue más una afirmación que una pregunta, al ver sus muebles movidos en su totalidad fue algo que cruzó por su mente.
—Una amiga me ayudó a encontrarlo —sonrió ante el recuerdo de Emilie y toda su ayuda—, y me regaló uno que llevaba conmigo. Una piedra ágata, que se rompió hoy después de una visión que tuve y al intentar usarlo contra él, me la quitó y la quemó.
—¿Como pensabas usarla contra un demonio? — preguntó con curiosidad.
—El atrapasueños que hiciste para mí se lo lancé —confesó.
—¿Por qué lo hiciste? ¿No te lastimó después de eso?
—Solo se burló de mi —hizo una mueca al recordarlo.
—Nunca te enfrentes a un demonio. No tienes idea del daño que pueden hacerte.
—No podía quedarme viéndolo sin intentar defenderme.
—Algo así te puede costar la vida. No vuelvas a retarlo —la regaño, admirando internamente su valor.
—Estoy bien, no me hizo nada, con excepción de la mordida y la marca que dices que tengo. ¿Qué explicación le daré a mamá cuando la vea? —preguntó, imaginando a su mamá pegando un grito al cielo al ver eso en su cuello.
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Editado: 19.04.2022