Cautivada por el ángel

Capítulo 8: Dejando el corazón en casa

Después de la tormenta viene la calma” frase caracterizada para describir la sensación de alivio posterior a un infortunio; Sin embargo, nunca se habla del sentimiento previo a la tormenta. Antes de una, nos inunda una aparente calma, una que augura un mal por venir. El ambiente se mantiene inquieto e impaciente, haciendo la tensión palpable en el aire.

 

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27 de octubre

—Buenos días —le susurró su novio al oído, 10 minutos antes que la alarma sonara.

—No quiero ir a la escuela —confesó acurrucándose nuevamente en el torso de Angel, abrazándolo.

Llevaban días durmiendo juntos todas las noches, sin olvidar cerrar la puerta con seguro, previniendo que la madre o hermana de Elizabeth no los vieran. Cada noche el chico entraba por la ventana, haciendo uso de sus alas. No estaba dispuesto a dejarla sola por mucho tiempo, mucho menos por las noches, cuando era más susceptible. Entre más pasaban los días más medidas debían tomar para evitar al demonio. Se hizo otro amuleto que colgaron en el espejo y uno más en la cabecera de la cama de Eliz. Debian tomar todas las precauciones posibles. Sabían que Gabriel era astuto y poderoso, cualidades que lo volvían muy peligroso.

—Se te hará tarde —la apuró a levantarse.

—¿Cuántos días faltan? —preguntó tallando sus ojos con resignación.

—6 días. ¿Todo bien? —Con el tiempo Angel aprendió a distinguir cuando algo abrumaba a su novia y esa mañana ella se veía pensativa.

—Mejor que nunca —dijo lanzándose a sus brazos, sin controlar el impulso de besarlo, pese acordar que no lo harían hasta que no fuera doloroso para ella.

—Tu marca —le recordó evitando el beso al girar la cabeza.

—No me importa —lo tomó de las mejillas, impidiendo que volviera a voltearse y él finalmente cedió, dándole únicamente un beso corto. Se levantó después de eso, resistiendo la tentación y obligando a Elizabeth a ponerse de pie.

—Juro que haré todo lo que este en mis manos para que esto salga bien —le dijo solemne, al ver la tristeza en los ojos de su chica.

—Confió en ti, sé que así será —sonrió, tomando su celular para desactivar las alarmas.

—Te ves hermosa al despertar —confesó sin despegar la vista de la chica.

—Dices lo mismo cada mañana —le recriminó con una sonrisa.

—Es que cada mañana te ves bellísima —la aduló, sonrojándola.

—Ya vete, tengo que bañarme —le recordó y él asintió. La abrazó, dándole un beso en la mejilla, antes de salir por el balcón y desaparecer, para darle su espacio.

Elizabeth se acercó al ventanal, viendo una profunda oscuridad en el horizonte, debido a la ausencia del sol. Aún era muy temprano para que hiciera su aparición. A ella le gustaba despertar temprano y disfrutar de la paz que le brindaba la mañana.  Respiró profundo el aire frio que soplaba ligeramente sobre ella, sintiéndose nostálgica de pronto. Desde que Angel decidió confesarle todo, se sentía mucho más unida a él, pero conforme el tiempo pasaba le preocupaba su futuro. Su novio decía que se enfrentaría a una pelea con el demonio de ser necesario, pero ella temía por su seguridad. ¿Y si Gabriel era más fuerte que él? Emilie le dijo que no podían matarse entre sí, pero eso no la reconfortaba, siempre se preocuparía por Angel.

 

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Camino a la escuela tomaba siempre la misma ruta. Por las mañanas después de darse un baño y desayunar, se encaminaba junto con Christian a la parada de camiones. Su madre decía que no frecuentaba a sus amistades, pero todos los días hablaba con cada uno de ellos.

—Hola —lo saludó agitando la mano, colocándose cerca de él para caminar juntos.

—Hola —contestó sin mucho ánimo, mostrándose aun somnoliento.

El sol seguía oculto, aluzando únicamente las luces mercuriales estratégicamente colocadas y las calles estaban extrañamente solas para ser las 6:20 de la mañana. “¿En dónde está todo el mundo?” se preguntó, aferrándose a las correas de su mochila ante un mal presagio. Los autos pasaban de tanto en tanto, iluminándolos a su paso. Casi llegaban a la parada de camiones y no lograba verse ni una persona esperando. Elizabeth comprobó la hora en su reloj, temiendo que ya hubiera pasado su camión, pero seguía siendo temprano.

Una mano cubrió su boca, cuando pasaron por un callejón, arrastrándola dentro y tirándola al suelo. Se quejó al sentir todo el peso sobre su brazo izquierdo, lastimándolo. Volteó asustada viendo frente a ella únicamente a su amigo.

—¿Christian? —preguntó su nombre, intentando entender que le pasaba.

El chico levantó su castaña cabellera, dejando ver unos vibrantes ojos carmín en su rostro. Asustada se arrastró hacia atrás, cubriendo su brazo lastimado.

—Gabriel —recibió en respuesta—. He tomado este cuerpo para venir a visitarte —explicó, mostrando una sonrisa malévola en el rostro de su amigo.

—¿Vienes por mí? —preguntó asustada.

—Solo quiero platicar contigo, princesa. La idea es que tu sola acudas a mí —le aclaró.

—Jamás —dijo apretando los dientes con enojo.

—Te entregaras de forma voluntaria, si quieres mantener a salvo al ángel y a tu familia —amenazó, disipando el valor de Elizabeth, volviéndolo angustia al escuchar sus palabras. Sonrió al ver como su mirada se llenaba de temor—. Esta noche te quiero de vuelta. Entraras al inframundo usando cualquier espejo en tu casa. Si no lo haces, encontrare la manera de salir para llevarte y te advierto que no será agradable —sus ojos rojos la observaban con frialdad. Ella sabía que cumpliría sus amenazas y que no era nada inteligente hacerlo enojar.




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