Un reloj resonaba en lo alto de la habitación, marcando cada minuto con un perpetuo tic toc. Esa habitación a pesar de estar llena de ostentosos adornos, la sentía completamente sola. Hacía calor o quizá solo era ella, que sentía que se estaba ahogando. Todo seguía iluminado solo por la luz de las velas, brindando un ambiente cálido a media luz. El aroma a madera de las baldosas del piso ayudo a que se calmara un poco.
Un escalofrío la recorrió entera al percibir lo gélida que estaba la mano del demonio. Bajó la vista viéndolas todavía unidas, para dirigirse después a su mirada, enfrentándolo con ella.
—Apestas a él —fue lo primero que le dijo, borrando la sonrisa.
—Pero estoy aquí. Es lo que importa ¿No? —le contestó retirándole su mano. El demonio asintió, dándose la espalda.
—Esta es mi habitación. Por hoy dormirás aquí, en lo que preparan la tuya —dijo encaminándose al recibidor.
Elizabeth dio un rápido vistazo a la gran cama, que parecía ser tamaño queen. A pesar del horario su sueño se había ido y no se sentía cómoda para dormir en ese lugar. Con ojos llorosos volteo al espejo, sintiéndose atrapada. Estaba abrumada, pero no se echaría a llorar. “Se fuerte. Se valiente” se repitió como un mantra.
Siguió al demonio, queriendo saber sobre su situación.
—¿Qué harás conmigo? —preguntó viéndolo mientras tomaba asiento en un sofá con una bebida en mano.
—Por ahora dejarte dormir —contestó sin prestarle mucha atención, tomando de su vaso.
—¿Me acosaste por años solo para traerme aquí y verme dormir? —estaba confundida.
—Créeme que verte dormir no es lo que quisiera hacer contigo en este momento —la observó con la mirada obscurecida. La chica retrocedió entendiendo el trasfondo de sus palabras.
Emilie le advirtió del ejercito que los demonios estaban formando con los hijos engendrados por los puros y no tuvo que explicarle exactamente como se hacían los bebes para que Elizabeth se asustara.
No dijo nada y volvió a la recamara, sentándose en el suelo al lado de la cama, manteniéndose lo más alejada posible. Sintiéndose aislada dejó derramar un par de lágrimas más, procurando que el demonio no notara que lloraba. “Se fuerte. Se valiente” volvió a decirse a sí misma, hasta que el sueño la venció.
Gabriel no podía verla, pero la escuchaba con claridad. Sabía que la humana dormía ahora, por el tenue sonido de su respiración. Sin soltar su vaso de vodka, se levantó del sofá. Quería verla nuevamente y vanagloriarse por haberlo conseguido, aun contra los malos deseos de su padre y sus hermanos. Ahí estaba su Elizabeth. La humana por la que tanto esperó. Hermosa, noble, valiente e inteligente, era lo que más resaltaba a simple vista. Todo eso fue lo que distinguió en ella desde el día que la conoció, a pesar de su corta edad en ese entonces. Fue lo que le atrajo de ella. No podía dejar de mirar esa alborotada cabellera negra que le llegaba a media espalda, resaltando su blanca piel y moldeada figura. Su rostro estaba relajado, haciéndola ver más joven con esas mejillas y nariz rosada. Él sabía lo obstinada que era y que no dormiría en toda la noche, así que invadió su mente con un sueño profundo para que no despertara en las próximas horas. La cargó en ambos brazos, colocándola sobre su cama. El demonio sabía que necesitaría descansar bien para soportar los días venideros.
Elizabeth sin duda despertaba su curiosidad. Mantenía un fuerte vínculo emocional con los de su especie. Ella no quería demostrárselo, pero para Gabriel no le pasó desapercibido como lloraba por dejar a los suyos y separarse del ser celestial. ¿Qué había en esa humana que logró hacer pecar a un ángel? No esperaba que ella en verdad se entregara. Le sorprendió verla de pie junto al espejo cuando la hora indicada llegó. Y tenía que admitir que le decepcionó no poder enfrentarse al ángel para capturarla. Hubiera sido divertido batirse en duelo. La chica no dejaba de asombrarlo, enfrentándolo con sus ojos verdes, retándolo con la mirada a la menor oportunidad. Cualquier humano estaría temblando asustado ante su presencia, pero no ella, no Elizabeth.
Acarició su cuello, bajando hasta su hombro y después a su pecho, deteniéndose ahí. Si seguía no podría contenerse y la necesitaba pura para la noche de la ceremonia del Samhain. Gabriel con tan altos estándares, consideraba a la chica perfecta para él. Sonrió con malicia. Confiaba en que vendrían días muy interesantes.
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Cuando la chica por fin despertó, volteó a todas partes, esperando que lo vivido el día anterior hubiera sido una pesadilla, pero al sentir la mullida cama, rodeada por el aroma de su captor, sabía que esto era real. No sabía en qué momento se quedó dormida, mucho menos el momento en el que paso del piso a la cama. Saltó fuera de ella, asustada. ¿Qué hacía en la cama? Inspeccionó rápidamente su cuerpo temiéndose lo peor y suspiro de alivio al encontrar todo bien.
—No te toqué, si es lo que estás pensando —confesó sonriente ante la expresión de la chica, quien salto del susto al escucharlo detrás de ella.
—¿Cómo saber que no me estas mintiendo? —lo confrontó, retomando la compostura.
—No tengo necesidad de mentirte —se burló. Alejándose de ella.
—Ordene que te trajeran alimento. Dormiste casi un día entero —Elizabeth abrió los ojos sorprendida—, debes estar hambrienta.
—Un poco —tocó su estómago, sintiéndolo vacío.
—La comida está por acá —la guio al recibidor. Ella lo siguió hasta llegar a un pequeño comedor redondo, lleno de clase, con adornos de la época victoriana en colores obscuros—. He traído un chef exclusivo para ti, espero te guste la comida.
La chica volteó asombrada por sus palabras ¿Ahora tendría un chef para ella? ¿Qué se supone que el demonio intentaba hacer? La mesa tenía comida suficiente como para alimentar a más de cuatro personas. No sabía que esperar de Gabriel, pero nunca imagino algo así.
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Editado: 19.04.2022