Cautivada por el ángel

Capítulo 11: Su marioneta

Las llamas danzaban pacíficamente sobre las velas, entrelazándose entre sí, mezclándose hasta adquirir diversas formas. Elizabeth las miraba, más de lo que deseaba hacerlo. Observar las velas se convirtió en su pasatiempo favorito. Sentía cierta similitud con ellas. Esperando con paciencia, luchando por no extinguirse, estacionadas en el tiempo… atrapadas y condenadas a permanecer así por horas, días y quizá incluso semanas. Su vista estaba fija en el espejo, viéndolas impaciente a través del reflejo. Su mente vagaba perdida en los recuerdos. Era el único lugar seguro que le quedaba en donde podía refugiarse. Su pequeño espacio privado. Imaginaba los ojos azules de Angel y recordaba su sonrisa, que siempre le tranquilizaba y en ocasiones también la hacía sonreír. Recordaba que su sacrificio no era en vano cada que pensaba en él. Algunas veces se preguntaba que estaría haciendo o si pensaba en ella y eso le ponía triste. Conocía a su novio y sabia cuanto debía estarse torturando a sí mismo, asumiendo la culpa de lo sucedido.

—Señorita no llore —le tomó una chica de la barbilla para secar sus lágrimas. Fue ahí cuando volvió a prestar atención a su alrededor.  Quien la sostenía parecía impaciente y nerviosa. Algunas mujeres iban a venían, apuradas por prepararla, revoloteando por todo el lugar con accesorios y maquillaje en mano. podía sentir la tensión en el aire. Esa noche debía verse hermosa, o por lo menos eso es lo que le repetían hasta el cansancio y lo que provocaba tanta conmoción en la habitación.

La esperada fecha había llegado y ella sabía lo que pasaría al final de la velada. Nadie se lo dijo abiertamente, pero que las mujeres la depilaran de cuerpo entero y la llenaran de esencias y aceites, esmerándose en cada detalle, lo decía todo. Esa noche entraría en la cama del demonio y no sabía cómo sentirse al respecto. Obviamente no estaba lista para hacerlo y tenía la mente bloqueada.

Parpadeó, mirando su reflejo por primera vez en toda la tarde. Se veía hermosa, pero sus ojos estaban enrojecidos por tanto llorar, mostrando una mirada atemorizada y triste. Su cabello iba peinado en risos sueltos, orientándolos hacia su hombro izquierdo, mientras su cuello y orejas llevaban hermosas joyas, pareciendo zafiros originales y por su vestimenta no dudaba que lo fueran. Hacían juego con su vestido azul de época, con el que tuvieron que ajustarle un corsé que apenas si le permitía respirar. El vestido era ampón con hermosas incrustaciones de piedras plateadas y brillantes. Era un atuendo deslumbrante, sin duda.

Distinguió en un sofá al lado, la presencia del demonio, que la miraba con detenimiento cautivado por su aspecto. Elizabeth bajó la mirada. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, concentrado en ella. Por el reflejo lo vio caminando hasta uno de los cajones, sacando de él una tiara, junto con un antifaz azul.

 —Sera una ceremonia muy importante —dijo colocándole el adorno en su cabeza—, no se te ocurra avergonzarme —amenazó, colocándose detrás de ella para ajustarle ahora el antifaz.

—Si, amo —dijo con un tono de sarcasmo muy notorio, retándolo con la mirada, a través del espejo, apretando la quijada por el enojo. No sabía que era exactamente lo que le molestó, si la amenaza, o el simple hecho de su presencia y de todo ese circo absurdo.

El demonio la sostuvo con fuerza del brazo, girándola hasta que quedaron de frente. Elizabeth seguía con la mirada altiva, mientras él la veía molesto por su comportamiento.

—¿Crees que estoy jugando? —preguntó serio, perdiendo la poca paciencia que tenía—. Intento cuidar tu vida allá afuera —le advirtió estrujándola—. Basta de juegos y compórtate. No me obligues a reprenderte —dijo soltándola de un empujón.

La chica sentía las lágrimas agolparse en sus ojos, mientras masajeaba su brazo lastimado, mirándolo incluso más enojada que antes y mordiendo su lengua para contenerse de decir todo lo que estaba pensando. Sabía que debía comportarse, pero seguía deseando poder ser ella misma, desmaquillarse, soltar su cabello y tirar el vestido, quemando de paso el maldito corsé.

Cuando el demonio le dio la espalda ella hizo los mismo y cerró los ojos, intentando calmarse. De nada le serviría ser un mar de lágrimas. Llorar no solucionaría nada y aunque lo hiciera eso no ayudaría a llenar el vacío que ahora mismo sentía en el pecho. Abrió los ojos viéndose de nuevo en el espejo. Con el antifaz y ese atuendo, no se reconocía a sí misma. Una de las chicas que la preparó le extendió un pañuelo, mirándola con compasión.

—Gracias —le dijo intentando mantener la frente en alto. No le gustaba que la vieran así. No acostumbraba a llorar frente a la gente y que ahora mismo 4 desconocidas le mostraran esa mirada, le hacía enojar consigo misma. No necesitaba que la compadecieran, ella no era así de débil.

Tomó aire parpadeando repetidas veces, para tranquilizarse. Limpió su llanto y nariz, dispuesta a hacer lo necesario para proteger a sus seres queridos y con ese pensamiento avanzó por el pasillo para llegar al recibidor, encontrándose con el demonio. “Sé fuerte. Sé valiente”

—¿Lista? —le preguntó y ella solo asintió. Al verlo notó la máscara que llevaba, sobresaliendo de ella dos cuernos, todo en tonalidades oscuras. No quiso ver más y bajó la mirada—. Recuerda las normas. No hagas preguntas y no levantes la vista. Créeme, no habrá nada que desees ver. Compórtate y esto terminara pronto.

Elizabeth comenzó a sentir un nudo en el estómago. Tenía un mal presentimiento.

El demonio la inspeccionó por última vez, admirando su belleza y le ofreció su brazo, orgulloso de llevarla consigo como su primera humana. Ella no pudo evitar mirar el brazo levemente levantado con el codo hacia afuera, como hacían los caballeros de épocas antiguas al pasear con las damas. Cruzó el suyo por debajo, aferrándose al demonio. Dio un rápido vistazo a su acompañante, sintiéndose nerviosa al colocarse tan cerca de él, percibiendo el sutil aroma de su colonia. Gabriel era muy apuesto, con apariencia de un hombre esbelto y por lo menos 10 años mayor que ella.




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