En definitiva, el tiempo era relativo. Para algunos los días se pasaban volando, mientras que para otros se convertían en una eternidad. Alargando la agonía.
Elizabeth despertó de madrugada, asustada por encontrarse sola en la cama. Volteó al sofá de Gabriel, encontrándolo solo y miró alrededor de la habitación, rogando porque estuviera en el cuarto. Estuvo dispuesta a levantarse para buscarlo, cuando unos fríos brazos la rodearon por detrás y el terror que se estaba formando se disipó.
—Pude escuchar tu corazón hasta el baño. Tranquila, estoy aquí —dijo burlón, pegándola a su cuerpo y besando su cuello, buscando su cercanía.
Ella cerró los ojos pidiendo al cielo que esto terminara pronto y se quedara acostado a su lado, como solía hacer casi siempre.
Aprendió a desconectarse cada que el demonio la tocaba. Se perdía en su mente, sin seguirle el juego, pero dejando que hiciera lo que quisiera con su cuerpo. Prefería que se entretuviera con ella durante horas. Era la mejor forma de asegurarse que Angel estaba a salvo. Cada que Gabriel salía del cuarto lloraba ovillada en la cama, hasta que él regresaba, pidiéndole permiso para ir a lavar su rostro y regresar a su lado. No le gustaba que la viera llorar, no le daría el gusto. Al paso de los días se sentía más cansada. Comía la mitad del plato y terminaba regresando la otra mitad más tarde. Dormía cerca de tres o cuatro horas, con el temor de que el demonio la abandonara mientras lo hacía, para ir a torturar a Angel, por lo que cada que no lo encontraba al despertar, se asustaba, temiéndose lo peor.
Perdió la noción del tiempo por lo que parecía hace semanas. Solo sabía que cada cierto tiempo, salían de aquel lugar para visitar al demonio de mirada anaranjada y cabello cobrizo, al cual le tenía un gran temor. Cada que iban ella cerraba los ojos, intentando recuperar un poco de sueño, ignorando las pláticas en el idioma que aún no lograba entender. Algunas veces intuía que hablaban de ella o mencionaban su nombre, pero nunca entendía lo que decían y perdía el hilo de la conversación.
Gabriel parecía más feliz con su cambio de comportamiento y cada que salía regresaba con nuevos regalos para la chica, mostrándose complacido con ella. Incluso algunos días, cuando veía que la humana no podía más, le dejaba descansar sobre la cama, mientras él se sentaba en el sofá a leer en silencio.
Elizabeth cumplía su parte del trato sin reclamos, mostrándose sumisa y obediente, ocultando esa chispa de rebeldía en su mirada, que desde entonces no se despegaba del suelo, resistiendo las ganas de matarlo y acabar de una vez con todo su sufrimiento. “Se fuerte. Se valiente”, se repetía a si misma cada que sentía que estaba por desmoronarse. En ocasiones recurría a abrir su caja musical, en donde mantenía las plumas de Angel, para darse el valor de resistir, recordándose lo que pasaba cuando hacia enojar al demonio.
—Elizabeth —la llamó un día mientras acariciaba su cabello, con el rostro de la chica recargado en su pecho —. ¿Estás bien? —preguntó sereno, mostrando verdadero interés en su atractiva voz.
—Sí, amo —se limitó a contestar, pero con el simple hecho que se lo preguntara, hizo que no pudiera aguantar más y las lágrimas inundaran sus ojos, haciendo que una cayera en silencio, mojando el torso del demonio—. ¿Cómo está él? —preguntó temerosa, pues cada que, hacia la pregunta, Gabriel la contestaba, pero buscaba la forma de castigarla después.
—Bien —contestó sin más y Elizabeth soltó un suspiro, recordando su rostro, sin evitar imaginar la sonrisa de Angel.
—¿Algún día me dejaras verlo? —la pregunta que rondó su mente durante semanas, por fin fue hecha, a pesar del temor de una represalia. Su voz fue neutra, con la esperanza de no dar pie a un castigo tan terrible. Al demonio no le gustaba que, en la mente de la humana, siguiera habitando el ángel y por ello, cada que era mencionado, se veía en la necesidad de hacer algo para sacarlo de sus pensamientos, pero ese día más que reprenderla, aprovecharía la oportunidad.
—¿Te gustaría hoy? —cuestionó, escuchando los latidos irregulares de la chica.
—¿Q-qué? —contestó con una pregunta, creyendo que había escuchado mal o sería una broma de su parte.
—Te dejare verlo, pero harás algo a cambio —le aclaró, dejando de acariciarle el cabello, para levantarle el rostro, pero ella bajó la mirada. No quería ver su expresión y descubrir que todo era una broma cruel.
—Haría lo que fuera —confesó con lágrimas en los ojos, sin dejar que él las viera.
—Te entregaras a mí, pero no como hasta ahora. Lo harás de verdad, deseándome, disfrutando mi compañía. Hazlo solo una vez y te dejare verlo —Elizabeth en realidad no se había entregado a voluntad ni una sola noche. Gabriel no había sido correspondido, mucho menos deseado por ella. Hace tiempo que había dejado de verse a sí misma con una persona y pasó a sentirse más como un objeto, que era utilizado y desechado una y otra vez. Su mente bloqueaba todo sentimiento lo mejor que podía y solo obedecía buscando la felicidad de Gabriel, pues si lo mantenía feliz, no dañaría a nadie más.
—Lo que ordene amo —dijo pasando saliva, temerosa, pero decidida a intentarlo. Si solo iba a ser una vez y podría verlo, entonces valdría la pena.
Gabriel la cubrió con la manta, cargándola en ambos brazos, al dirigirse al gran espejo. La chica volteó a verlo, trayendo a ella recuerdos del primer día que pasó por ahí, cuando no imaginaba todo lo que ocurriría después de eso. En el espejo el paisaje cambió, dejando de reflejar el cuarto del demonio, para mostrar lo que parecía ser un bosque al atardecer, pues dejaba ver arboles verdes por doquier y la tierra se veía revestida por completo de pasto. Sin esperar más, dieron paso al paisaje frente a ellos, en donde el fresco clima los impactó, poniendo chinita la piel de la humana, que tiritó con la brisa. El demonio la bajó, dejando que apoyara sus pies desnudos en el musgo y ella maravillada, sacó una de sus manos de la manta que la enrollaba, atravesándola en un haz de luz que se colaba de entre las copas de los árboles, moviendo los dedos para sentir su calidez. Sonrió, como hace mucho no hacía. Inhalo y exhalo el aire frio, emocionada por haber salido por fin de esa jaula, en la que sentía que estaba enloqueciendo. No le molestaba el frio, todo lo contrario, el sentirlo le recordaba que no estaba más en ese cuarto. Caminó un par de pasos, olvidando brevemente la presencia de Gabriel y dirigió su mano libre ahora a uno de los troncos, sintiendo la aspereza de la madera. Siempre le había gustado la naturaleza y tener ese breve momento para conectar con ella, tras un encierro perpetuó, la conmocionaba. No supo que lloraba hasta que el demonio tomó una de sus lágrimas directo de su mejilla y le volteó el rostro para besarla.
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Editado: 19.04.2022