Invierno
Giselle colocó la bandeja de comida sobre la cama, al lado de la chica que, acostada en el suelo, mantenía la vista fija en el candil que colgaba del techo.
Elizabeth pensaba en todo y a la vez en nada, respirando con pesadez, acostumbrándose aun al corsé que, hasta hace poco, empezó a utilizar. No quería levantarse de ahí. Extrañaba su vida. Quería volver a ser la chica común que salía con su cámara en busca de una buena locación, cada que se aburria como ahora. No sabía con exactitud cuando tiempo llevaba atrapada en esa habitación, pero estaba segura de que algunos meses habían pasado ya y el sentimiento de ansiedad se hacía cada vez más grande en su pecho. En su mente se veía corriendo de un lado a otro, golpeando las paredes y gritando por ayuda, destrozando todo a su paso y prendiendo fuego a cada vestido, cada joya… y, sobre todo, a esa maldita cama, cómplice de sus más grandes pecados. Si fuera más fuerte y si tan solo tuviera el poder, lo reduciría todo a cenizas, en un intento de mitigar su frustración.
Miraba el fuego danzar sobre las velas, anhelando aquello que sabría, jamás conseguiría; su libertad. Rodó sobre el suelo, apoyando su cuerpo a un costado, para mirar de frente al espejo, que reflejaba su triste realidad. No le sorprendía en absoluto encontrar el color purpura bajo sus ojos, enmarcando el ámbar de su mirada. Seguía procurando mantenerse despierta el mayor tiempo posible y sentía que su cuerpo ya no soportaría por mucho tiempo más. Tampoco le sorprendió ver la palidez que mostraba ahora su piel. Su semblante parecía el de una persona enferma. Estaba cansada. Cansada de no dormir, de no salir de aquel cuarto, de seguir ordenes todo el tiempo y de su vida. Estaba agotada de ya no ser ella misma y de intentar mantenerse fuerte todo el tiempo.
Desde la noticia del embarazo, su apetito parecía haberla abandonado y por el abultamiento de su panza, ya habían pasado varias semanas desde aquello. Sospechaba que el motivo del uso del corsé no se debía solo a las constantes fiestas a las que se veía forzada a acudir, sino que era para ocultar el ligero crecimiento en su vientre. Tocó su diminuta barriga a través de las capas de tela. Ya no había más dudas sobre su estado. Estaba embarazada y si no fuera por el corsé, más de uno ya se hubiera dado cuenta.
—¿Señorita? —la llamó Giselle con cautela, al no saber quién podría estar escuchando tras las paredes.
Elizabeth volteó a verla, tomando la mano que extendía en su dirección, apoyándose en ella para ponerse de pie. El maldito corsé le ajustaba tanto que mantenía su espalda erguida, dificultándole algo tan simple, como pararse por ella misma. Al ver la comida se preguntó cómo es que probaría bocado llevando puesto algo así.
—No tengo hambre —se limitó a decir, sentándose al lado de la bandeja.
—Tienes que comer, sino es por ti, hazlo por él —dijo en reproché, señalándole el vientre a la chica.
—Lo intentaré —contestó resignada. Muchas veces se olvidaba que al malpasarse ya no solo sería ella, sino también el ser que crecía en su interior.
—¿Tu tuviste hijos? —preguntó sin pensar, sorprendiendo a Giselle, que apenas sacaba una carta de su delantal.
—Eso fue hace mucho tiempo —se limitó a contestar, no queriendo seguir el hilo de la conversación y le entregó la hoja doblada.
Elizabeth entendió que no quería hablar del tema y sintiéndose culpable por incomodarla, solo asintió con la cabeza, tomando el escrito.
Hola, amor.
Sé que no hace mucho tuve noticias de ti, pero ya te extraño. Han pasado semanas y aun así no puedo sacar de mi mente el beso que me diste y el recuerdo del calor de tu piel.
Espero sigas bien. Sé que te dije que no te presionaría con el tema, pero no dejo de pensar en el embarazo. Necesito que estés bien y mientras lleves esa cosa dentro, nada bueno puede pasarte. Por favor piensa en lo que te dije. Busca la espada y hazte un pequeño corte con ella. Mientras tu sangre esté en contacto con la espada de Miguel, tu estarás bien y te desharás del problema.
Solo ese artefacto sagrado puede ayudarte. Parecerá un aborto espontaneo y nadie te haría daño por eso. Entre más pronto lo hagas, será mejor. Por favor, piénsalo. No puedo perderte.
Te amo.
Con un nudo en la garganta, miró la hoja doblada y un poco maltratada, formando una sonrisa en sus labios, al leer la última frase imaginando la voz de su ángel. No estaba de acuerdo con él, pero eso no quitaba que agradeciera su preocupación por ella. Besó el papel, sosteniéndolo sobre su corazón por un breve momento, pensando en él y esos ojos azules suyos, que tanto le gustaban. Lo amaba, no había duda de eso y haría lo que fuera por sacarlo de ahí.
Se levantó buscando su caja musical, dejando la carta dentro. Sabía que seguir escribiéndole era muy arriesgado. Entre más pasaba el tiempo, más crecía su miedo a ser descubiertos y sabía que las consecuencias serían fatales, aun así, no podía dejarlas. No podía perder la única comunicación directa que tenía con su amor. Se negaba a renunciar también a eso.
Dejó de pensar en lo riesgoso que era, enfocándose mejor en buscar el tintero para escribirle, tomando asiento en el escritorio y arrancando una de las hojas membretadas que el demonio guardaba.
Sabes cuánto te amo y valoro tu preocupación, pero no puedo arriesgarme a matar a este bebe. Si lo hiciera y me descubre, te hará mucho daño.
No tengo idea en donde guarda la espada y es algo que no puedo preguntarle. Si sirve para herir demonios, nunca me daría su ubicación y aunque lo hiciera, estoy encerrada en el cuarto. Nunca puedo salir de aquí, más que con él. Me pides algo imposible.
Y si por algún milagro consiguiera la espada, no creo tener el valor suficiente para usarla en mí, sabiendo que mataría a un inocente. Simplemente no puedo y lo sabes. Perdóname por ser tan cobarde, pero no voy a arriesgarme a que te lastime si me descubre haciendo algo así. Suficiente nos arriesgamos ya.
#9841 en Fantasía
#1252 en Paranormal
angeles y demonios, gore suspenso venganza revelaciones, romance adulto joven
Editado: 19.04.2022