Cautivada por el ángel

Capítulo 23: Sus manos

Giselle entró en la iluminada habitación, sorprendida por el lujo en ella, dejando la bandeja de comida en la mesita. Inspeccionó la estancia, admirando cada detalle de la habitación, hasta que su mirada se detuvo en un bulto en el suelo y abrió los ojos con sorpresa al reconocer a Elizabeth tirada sobre la alfombra. Inmediatamente fue hasta ella, moviéndola con prisa, intentando hacerla reaccionar.

—¡Elizabeth! —La llamó angustiada, volteándola boca arriba con precaución, temiendo que algo le hubiera pasado. Su aspecto era demacrado, pero no parecía ser nada de gravedad. En su pálida piel se pintaban algunas marcas y hematomas a la altura del cuello y antebrazo—. Despierta, niña—le dijo angustiada. Le dio algunas pequeñas palmadas en las mejillas hasta que logró hacerla reaccionar. Soltó un suspiro de alivio al verla por fin abrir los ojos.

La chica se sintió desorientada, sin lograr recordar como acabó en el suelo. Miró a su alrededor, intentando que algo le trajera a su memoria las respuestas que buscaba y así fue. Se enfocó en el peinador y recordó la furia de Gabriel. Dirigió una mano a su pecho, sintiendo pesadez en él y pasó saliva al tiempo que encontraba a Giselle a su lado.

—¿Cómo está Angel? —preguntó lo primero que se le cruzo por la cabeza.

Aunque acabaran de llegar al nuevo palacio y que su captor le aseguró que Angel se encontraba ahí también, prefería preguntarle a Giselle, confiando en que ella no le mentiría.

Giselle se rio, sabiendo que cada que estaban a solas era lo primero que Elizabeth le preguntaba.

—Está bien —mintió para no preocuparla.

Todos en la mansión se enteraron de la herida que el ángel le provocó al amo, pero eso era algo que a ella no le correspondía contar. Las cosas no terminaron bien para Anael, pero estaba segura de que le hicieran lo que le hicieran, él no dejaría de intentar rescatar a Elizabeth. Giselle sonrió ante la idea de los dos huyendo de ahí. Era absurdo y disparatado, pero tras conocerlos, sabía que tanto estaban dispuestos a hacer el uno por el otro y deseaba verlos salir de ahí algún día, siendo felices.

Elizabeth se relajó al escuchar su respuesta y se sentó despacio. Tocando todavía su pecho con la misma incomodidad en él.

—¿Por qué estás en el suelo? —Tomándola de la cintura le ayudó a ponerse de pie, llevándola hasta el sillón.

—Me desmayé, pero estoy bien —mintió desviando la vista, delatándose. Giselle era perfectamente capaz de reconocer las mentiras piadosas.

—Embarazo difícil —afirmó, siguiéndole la corriente, sin cuestionarla.

Ella también guardaba sus propias mentiras piadosas. No se atrevía a decirle que Anael se encontraba gravemente herido. Pensó que de nada servía preocuparla. La leve sonrisa que se formó en su rostro se fue tan rápido como vino. La melancolía la invadió de pronto. “Tan cerca que estuvieron de irse. De ser felices” pensó.

—¿Estas bien? —Elizabeth pudo notar el cambio en sus facciones, cuando se inclinó para dejarla en el sillón.

—Si, estoy bien —contestó intentando no sonar tajante—. Te traje la comida. —Desvió el tema, bajo la preocupada mirada de la chica. Prefirió no decir ni una sola palabra más y buscó dentro de su delantal, para entregarle la carta que Anael escribió antes de todo lo ocurrido.

Un estruendo las hizo voltear a la puerta abriéndose con fuerza, dejando ver a Gabriel con el torso desnudo, en el que sobresalía la herida abierta en su pecho y la sangre escurriendo por su abdomen.

Elizabeth se levantó de inmediato, llevándose una mano a la boca por la sorpresa y mirándolo atónita.

Giselle dejó de buscar y sacó las manos de su delantal con un gesto nervioso, colocándolas a sus costados. Sus ojos no se elevaron, pero logró ver de reojo aquello que hizo que su acompañante soltara un chillido horrorizado.

—Fuera. —La voz del demonio fue áspera, demandando que su orden se cumpliera de inmediato. Giselle se reverenció ante ambos y sin decir una sola palabra se dirigió a la salida, en donde la puerta se cerró con fuerza apenas puso un pie fuera del lugar.

La chica caminó hasta él, dejando su mano a escasos centímetros de tocar la herida, temiendo lastimarlo. La sangre seguía brotando de a poco y la llaga se veía profunda. Elizabeth lo rodeó mirando que se extendía hasta salir de por su espalda y no pudo evitar asustarse.

—¿Quién te hizo esto? ¿Estas bien? —su preocupación era genuina, algo que sorprendió y confundió al demonio—. Debes ir a un hospital ¿Has perdido mucha sangre?

—Soy un demonio —le aclaró con voz serena, perdiendo todo rastro del enojo que traía al entrar al cuarto, hace apenas unos segundos.

—Ven. Siéntate —pidió en voz baja, tomándolo de la mano. Se sintió tonta al olvidar por un momento que estaba tratando con un demonio y no con un simple humano.

Gabriel sintió la tibia y pequeña mano capturar la suya, llevándolo hasta el sofá en medio de la estancia. Eso no era lo que él había planeado. Tras tomar tres botellas enteras de whiskey, su intención era acostarse con ella. No imaginó ser recibido de esa forma, encontrándose con una mirada de preocupación en esos hermosos ojos ámbar. No objetó y le permitió a la humana que lo guiara, dejándose llevar por la curiosidad de lo que haría.

Una vez que lo sentó, la chica fue al baño, lavándose las manos y tomando un par de toallas limpias. Sabía que no tenía alcohol a su alcance, ni siquiera etanol de bebida, así que solo agarró la jarra de agua y la dejó junto con las toallas sobre la mesa de té, arrodillándose para quedar a la altura del pecho del demonio. Humedeció parte de la toalla y miró nuevamente lo que parecía ser una cuchillada.  

—¿Puedo? —preguntó con una tímida mirada, antes de tocarlo. Gabriel seguía sin salir de su asombro, limitándose a asentir—. Dime si te lastimo. —No esperó respuesta y empezó dándole suaves toquecitos alrededor de la herida, limpiando la sangre pegada.




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