Cautivada por el ángel

Capítulo 25: El primogénito

Los días avanzaron, inusualmente rápido y los malestares por el embarazo fueron igual de veloces. Vómitos y mareos eran síntomas constantes y completamente tolerables, hasta que los dolores se hicieron presentes. Elizabeth sabía que en su mundo unos dolores tan fuertes no podían ser normales. No se suponía que un embarazo doliera, hasta el día del parto. Sentía como si su vientre se estuviera partiendo en dos, dejando la carne expuesta. Después de que el demonio le dijera que eso era normal, se relajó un poco, aceptando que ella no tenía idea de cómo se llevaba a cabo el embarazo de un bebé mitad demonio. Confió en Gabriel, aguantando los dolores, hasta que estos se incrementaron a tal punto de no dejarla levantarse de la cama, haciéndola retorcerse, mientras lloraba y gritaba. No sabía que le pasaba, pero le aterraba que algo malo le sucediera al bebé.

Gabriel, consiente que los embarazos de demonios eran difíciles, no hacía más que intentar calmarla, pero hasta él mismo dudó al verla en ese estado. Cuando la chica le rogó que hiciera algo para detener el fuerte dolor en su vientre, viéndola tan mal, fue cuando verdaderamente se preocupó, preguntándose si no se trataba de alguna amenaza de aborto. Tras días de sufrimiento el demonio cedió a la petición de la humana, sumiéndola en un sueño profundo, que la mantuvo ajena a cualquier malestar. Verla sufrir le causaba incomodidad. Seguía siendo un sentimiento indescriptible que le hacía recordar su dura infancia.

Reconociendo que la situación superaba sus conocimientos básicos sobre la gestación, decidió llamar a su madre en busca de asesoría. Cada que necesitaba ayuda, Astarté era la primera en quien pensaba. Sabía que ella tenía gran conocimiento sobre el tema y que, pese a todo, era la aliada más leal con la que contaba.

 

—Ella sufre —su madre le dijo. Consiente del sentir de la chica solo con tocar su mano.

—Ya lo sé y eso no fue lo que te pregunté —aclaró Gabriel, exasperado—. Te busqué porque no confió en nadie más para esto y sé que tienes más experiencia que yo en estos temas. Necesito saber si debo preocuparme por esos dolores.

—Tu primogénito crece sano y fuerte. No hay nada de qué preocuparse. —Pasó su mano por sobre el vientre de la humana, sintiendo la energía del bebé.

—¿Entonces por qué parece sufrir tanto? Se supone que nuestros humanos son más fuertes que los comunes.

—Cuando te hirieron con la espada de Miguel, a ella también la lastimaron —le recordó una regla básica del vínculo de sangre que los unía, haciéndolo recordar que cualquier daño que el recibiera ella también lo sentiría.

—Yo la vi ese día y ella estaba bien. No parecía tener ni un rasguño, a pesar de que mi pecho fue atravesado —le dijo confundido.

—El bebé debió ayudarla —teorizó—. Ese varón que carga en su vientre será un demonio poderoso, como su padre —volteó, sonriéndole a su hijo.

—¿Entonces su vida no está en riesgo? —quiso asegurarse.

—Gabe, es solo una humana. —el demonio no pareció muy convencido con la respuesta, así que la mujer añadió: — Sobrevivirá. Si no la quieres ver quejándose, entonces mantenla dormida hasta el cuarto mes. Si tanto te importa, te aconsejo acabar con su sufrimiento y matarla al terminar el parto.

—Ella no me importa —Gabriel mostró una expresión de disgusto, ofendido por el comentario de su madre—. Me importa mi futuro y si ella muere antes de tener a mi heredero, mis planes se vendrán abajo. Necesito mantenerla bien —aclaró, fastidiado por el tema.

—Eso podrás decirme a mí, pero si tu padre nota alguna pizca de tu preocupación por ella sabes que lo tomará como signo de debilidad y hará lo posible para que tu no obtengas el trono —le advirtió, poniéndose de pie, para encarar al demonio.

—No le dirás nada de esto —sentenció, más como una orden que como una petición. Astarté rio al escucharlo, sin que sus palabras le afectaran en lo más mínimo. Estaba acostumbrada al tono autoritario de su hijo, que se parecía más a su padre de lo que imaginaba.

—Si quisiera que Astaroth supiera del embarazo de tu esclava, no hubiera matado a tu mensajero y lo habría mandado directo con él. Estoy de tu lado, lo sabes. Solo cuida a quién más le confías este asunto. Demian y Aimee no dudarían en asesinarla si lo supieran.

—Ellos no tienen por qué saberlo —expresó molesto.

—Entonces cuida a quien se lo dices, porque cualquiera podría traicionarte. Vas por buen camino para destronar a tu padre, Gabe, pero no te confíes. — Una de sus delicadas manos reposó sobre el hombro de su hijo favorito, mostrándole su apoyo— No desistas, por nada ni nadie —dijo eso ultimo lanzando una rápida mirada en dirección a la humana. — Recuerda que la verdadera lealtad es obtenida de aquellos quienes nos temen, no de los que nos aman.

Gabriel quedó confundido con la última frase de su madre, pero no logró asimilarlo antes de que ella se marchara, tan rápido como llegó. ¿Acaso Astarté insinuaba que la humana sentía algo por él? Imposible. Él sabía muy bien que, a pesar de haber dejado de mencionarlo, el ángel seguía anclado en su mente y le convenia que así siguiera. El día que Elizabeth dejara de amarlo, dejaría de importarle y de ser así, se volvería difícil controlarla.

Su cabeza quedó dando vueltas, llena ahora de más preguntas que respuestas y eso le disgustaba. Para ese punto se preguntaba qué tan buena idea fue llamar a su madre, tomando en cuenta que entre más personas supieran del embarazo, más en riesgo ponía a su primogénito.

 

 

Elizabeth despertó adormilada, sintiendo su cuerpo pesado, costándole abrir los ojos. Sus sentidos seguían sin estar agudizados por completo, como si estuviera apenas saliendo de un largo sueño. Rodó lentamente, intentando despejarse un poco para poder levantarse, hasta que sintió un pequeño lengüetazo en su nariz, haciéndola abrir los ojos y moverse asustada fuera de la cama, lo más rápido que pudo.




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