Las lágrimas no paraban de caer sobre el suelo. Elizabeth no se sentía capaz de ponerse en pie. La fuerza y valentía con las que contaba, se habían esfumado.
Cedric se marchó poco después que Gabriel y ella seguía ahí tirada.
Esa fue la primera vez que se sintió realmente atrapada. El cuarto de pronto le parecía mucho más pequeño de lo que era y respirar se volvió una tarea difícil de realizar. Se sentía sofocada. Su mirada no abandonaba la puerta de entrada, sabiendo que en cualquier momento el hombre que más odiaba y temía, entraría por ahí para iniciar con su tortura. Pensó en atascar la puerta, pero sería inútil. Con la fuerza que Cedric poseía no batallaría para entrar de todas formas. Luego consideró intentar escapar, recordando después que su cuarto siempre era vigilado por guardias que esperaban afuera y habría pensado en huir por las ventanas, si tan solo hubiera alguna.
No tenía escapatoria. Jamás podría salir de esa habitación y lo sabía, por lo que ni siquiera gastaba sus pocas fuerzas en intentarlo.
Se preguntó si Gabriel ya se habría marchado y llegó a la conclusión que si así fuera, Cedric ya estuviera con ella.
Sentía como si esperara pacientemente a que la muerte llegara. Morir sería un destino más misericordioso y de pronto se encontró deseándolo. Si moría sus problemas se acabarían. Como si pudiera escucharla, el feto dentro de ella se agitó, recordándole que todavía tenía una razón para seguir con vida. Elizabeth percibió el movimiento de su bebé en el vientre y se dio cuenta que tenía días que no comía, olvidándose por completo de la vida que cargaba dentro de ella.
Dejó de pensar en cualquier cosa y se levantó con lentitud, apoyándose en los muebles para no caerse, hasta llegar a la mesita en donde aún se encontraba su comida. Les dio un bocado a las frutas, sintiéndose culpable. Ese bebé era su única garantía de que Cedric no la mataría y eso le causaba aún más temor. Comió poco a poco, consciente al fin de la terrible hambre que tenía. Observó los cubiertos y tomó el pequeño cuchillo, escondiéndolo en su pantalón, pensando que, si el demonio planeaba atacarla, ella no se lo pondría fácil.
Se escuchó de pronto como la puerta se abrió e inmediatamente Cedric se hizo presente.
La repentina valentía que sintió al tomar el cubierto se esfumó cuando sus ojos se encontraron con esa malévola sonrisa. Dio un paso atrás, aterrada.
Ahora si estaba segura de que Gabriel no estaba.
—¿Lista para jugar? —preguntó sonriente y extasiado, caminando para acorralar a la humana.
Elizabeth siguió dando pasos atrás, hasta llegar al cuarto de vestidos y corrió al baño, sacando fuerza de donde son sabía que tenía. Cerró la puerta con seguro, muerta de pánico y con cuchillo en mano.
—Poupée… abre la puerta. —La voz cantarina de Cedric hizo que los ojos de la chica se llenaran de lágrimas. Quería salir corriendo lo más lejos que pudiera de él, pero estaba atrapada.
Tres golpes se escucharon en la puerta.
—Por favor —suplicó en un susurró, metiéndose dentro de la tina de baño.
—No pienso tirar la puerta abajo. Saldrás por tu propio pie y entre más tardes en hacerlo, peor será para ti —advirtió sin perder su tono alegre. Eso le divertía.
Una parte de su conciencia le ordenaba que saliera de una buena vez y lo enfrentara, mientras que la otra le rogaba que cerrara los ojos e imaginara estar en cualquier otro lugar que no fuera ese. Obedeció a la segunda. Cubriendo también sus oídos, pensando en su hogar.
Pasaron escasos segundos para cuando un gruñido proveniente de su gata se escuchó claramente, seguido de un maullido profundo que le heló la sangre. Olvidó por completo que dejó a la pobre de Isis sola allá afuera.
Con pasos temblorosos llegó a la puerta, colocando su mano en el pomo y abriendo sin pensarlo dos veces. Sobre el sofá donde acostumbraba a cambiarse, pudo ver al demonio bebiendo del cuerpo de su gata.
—¡No! —gritó desconsolada. Aferrándose al cuchillo en su mano.
—No estabas aquí y se me antojó un aperitivo —se burló de su dolor. Mostrándole dientes y barbilla escurriendo de sangre. Se puso de pie, dejando caer lo que quedaba de la gata y caminó lentamente hasta Elizabeth—. Te extrañé —confesó al tenerla frente a él, mientras tomaba uno de sus risos.
La chica en un rápido movimiento enterró con odio el cuchillo en el pecho de Cedric, haciendo que el demonio retrocediera sorprendido, para después soltar una carcajada. La camisa se manchó con su sangre, pero él no parecía afectado en lo más mínimo.
—¿Qué intentabas con eso? ¿Pensaste que podrías matarme? —se rio, sacando el arma de su piel, dejándola caer al suelo —. Admiro tu valentía, pero esto te costará caro —advirtió.
La humana intentó correr de nuevo, pero esta vez fue detenida por el demonio, que la tomó con fuerza del brazo, tirándola al suelo, lastimando sus costillas rotas.
—¡Suéltame! —exigió intentando patearlo.
—Sigue gritando —la alentó, colocándose encima de ella, arrancándole la ropa, mientras la besaba con la boca todavía manchada de sangre. El estómago de la humana se revolvió al percibir el peculiar sabor. Cuando dejó su boca libre ella ya estaba muerta de miedo y con las náuseas impidiéndole respirar.
—Gabriel te ordenó que no me tocaras —intentó que se detuviera, logrando solo hacerlo enojar.
Cedric la tomó por el cuello, haciéndola jadear. La furia destelló en sus ojos anaranjados, mientras los de la chica drenaban sus lágrimas.
—A mí nadie me da órdenes y él no está aquí para ayudarte. —Dicho esto soltó su garganta para sujetarla de la cadera con fuerza, mientras sus rápidas manos buscaban la liberación en su bragueta.
Elizabeth lloró, rogando por ayuda, sin que sus suplicas fueran escuchadas. Ni siquiera los guardias de Gabriel que resguardaban tan celosamente la puerta interfirieron.
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Editado: 19.04.2022