Cautivada por el ángel

Capítulo 32: Enemigos

“Ayúdame… me violó” las palabras quedaron atascadas en la mente de Gabriel, mientras sostenía su celular aun pegado a su oído. Esa voz cargada de dolor y su tono lleno de sufrimiento… ¿cómo no pudo verlo antes? Era más que obvio. ¿Es que acaso no quería verlo? ¿Pero cómo? La marca debía activarse y con Cedric nunca lo hizo.

Apretó la mano, destruyendo su celular tras unos segundos en shock. Él era su amigo y ella su esclava. ¿Por qué lo traicionaba de esa forma? ¿desde cuándo lo hizo? Era un estúpido. Claro que sabía desde cuándo. A partir de la fiesta que ofreció Cedric, Elizabeth no volvió a ser la misma. Lloraba todo el tiempo, se mantenía alejada y triste, y no volvió a dejar que la tocara. Si tan solo no la hubiera dejado sola aquella noche, Cedric no la habría tocado. Eso explicaba lo mucho que Elizabeth le temía.

Gabriel dio un par de pasos en circulo, con su cuerpo entero prendido en fuego. Se culpaba a si mismo por todo lo ocurrido. Si tan solo la hubiera escuchado… si hubiera interpretado de forma correcta todas las señales, Elizabeth estaría ahí con él y no a merced del que una vez se hizo llamar su amigo.

“No puedes dejarme con él. Le temo tanto porque en la noche de la fiesta él me…” La chica intentó decírselo justo antes de que la dejara a su cuidado y él, como siempre hacía, la ignoró, golpeándola y amenazándola.

Esos ojos ámbar rondaban su mente, torturándolo. De nuevo la culpa lo invadía, seguido del sentimiento de impotencia, sabiendo que por más prisa que se diera, probablemente no llegaría a tiempo. Se apresuró a salir de la residencia de Lucifer en la tierra y para cuando el portal más cercano lo llevó a su mansión, la encontró vacía.

Todo el lugar olía a ella, más específicamente a su sangre. Gabriel sintió como su cuerpo se crispó al pensarlo. Temeroso por lo que fuera a encontrar, siguió el rastro de su aroma, llegando a una de las habitaciones, en la que encontró litros de sangre seca sobre el suelo. Se temió lo peor, pero al no encontrar su cuerpo, supo que aún tenía esperanza de recuperarla.

Una hoja de papel a medio doblar reposaba en la cama, justo donde iniciaban las manchas de sangre, bajo una base destruida. Tomándola entre sus manos la leyó de inmediato, intuyendo que se trataba de una nota dejada por su enemigo.

Gabriel, aprecio la oportunidad brindada para corregir a tu juguete. Hemos pasado grandes momentos juntos, algo que deseo extender por mayor tiempo.

Para cuando leas esto ya nos habremos ido de vacaciones. Tranquilo, Elizabeth y tu hijo no nacido, estarán en buenas manos. Mi nueva esclava ha aprendido a obedecerme y mientras se mantenga así, seguirá con vida.

Es una lástima que no supieras compartir y que tuvieras la insensatez de prohibírmela. Espero que con esto entiendas que a mí nadie me niega nada, Gabriel.

Espera noticias mías, pronto.

Para cuando Gabriel terminó de leer, el papel se desintegro en sus manos, volviéndose ceniza entre sus dedos.

De nuevo todo su cuerpo ardía en llamas. Su mirada permaneció ausente, observando un punto fijo en la pared. Sintió la ira emanando por cada uno de sus poros. Sus cuencas siguieron prendidas en llamas, unas que venían de lo más profundo de su ser. No podía creer la cantidad de sentimientos que fluían dentro de él. Tiempo atrás habría jurado que nada lograría afectarlo, pero ahora volvía a sentirse débil y odiaba esa sensación.

El demonio que una vez consideró su hermano mantenía prisionera a su humana. Aún peor que eso, la secuestró, esclavizándola.

Cerró su puño emanando de él una gran llamarada, que terminó lanzando a la cama, en un grito enfurecido. Se sentía humillado, utilizado y pisoteado. Comprendió que Cedric supo manipularlo y moverlo a su antojo, controlando la situación en cada paso y él fue tan estúpido como para confiar ciegamente. Cuando su amigo descubrió las cartas enviadas por el ángel, supo que Gabriel se enojaría tanto con Elizabeth que dejaría de protegerla y se aprovechó de ello.

Miró sus manos por un momento, recordando cuanto daño le provocó con ellas a la pobre chica. El enojo logró cegarlo a tal punto de casi asesinarla por su falta. Elizabeth no lo respetaba y era rebelde como ninguna, con esa llama característica en su mirada, mostrándole que, a pesar de su cuerpo herido, mantenía su espíritu inquebrantable y eso era lo que más le gustaba de ella. Esa chispa que no se extinguía con nada es lo que la hacía ser ella misma y que por más que Gabriel fingiera querer controlarla, no deseaba hacer desaparecer su verdadero carácter. Esa valentía que tantos problemas le trajo era precisamente lo que le atraía de ella.

Debía encontrarla. No la dejaría morir en brazos de Cedric. Tendría que darse prisa, pues lo conocía lo suficiente como para saber lo rápido que se aburria. Cada minuto contaba y debía moverse ya para recuperarla. Pensó en contactar a alguna bruja o hechicera para localizarla, pero si Cedric tenía la habilidad de esquivar una conexión tan fuerte como la marca de pertenencia, entonces esquivaría también cualquier intento mágico de rastreo.  

Golpeó la pared con rabia, al pensar en la única persona que podía ayudarlo, maldiciendo para sus adentros. El único capaz de enfrentarse a un demonio era un ángel y para su fortuna, mantenía uno guardado justo en el calabozo.  

 

 

—De pie, esclavo — enfatizó la última palabra, de forma altiva, al llegar al calabozo.

Contrario a lo que Anael pensaba, Gabriel no estaba ahí por gusto o para torturarlo con sus palabras hirientes. Sus deseos de arrancarle el cuello seguían igual de vigentes que cuando leyó la carta. Sintió el calor de las llamas recorrer sus falanges y tronó su cuello en un intento de liberar su tensión. No era el momento para pensar en esas cosas. Elizabeth corría peligro.

El ángel siguió perdido en sus pensamientos, sin dignarse a mirar al demonio, lo que enfureció a este último.




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