Cautivos (borrador)

Capítulo I. Parte II. Una reunión inesperada

Un mes antes Octubre 2017

El desfile de alta costura en el hotel Hilton donde se exhibía el desaparecido The Orange, el diamante naranja más cotizado del mercado, fue el último trabajo de Martín Robledo. Había perdido ese fuego sagrado, esa adrenalina que provoca orquestar un robo y salir indemne sin la necesidad de huir de la policía o vivir como prófugo. Se había apagado la chispa que lo unía con la oscuridad del delito y estaba preparado para dar un paso al frente e intentar vivir como un hombre normal. Sin embargo, muy en su interior sabía que nadie escapa de ese mundo sin que el pasado te persiga; sin la compañía de los fantasmas que reclaman de ti un último favor, una antigua deuda.

Y así fue que, impulsado por sus viejos demonios, decidió acudir a la cita y escuchar lo que su nuevo cliente tenía para ofrecer. Con las expectativas desplomadas pero con la esperanza de un reto que lo impulsara a desafiar sus límites, llegó a la esquina de Esmeralda y Tucumán con un paraguas que lo cubría de la copiosa lluvia, mientras su cita aguardaba tiritando de frío.

Algo no estaba bien. Se suponía que el próximo trabajo estaría encargado por una estatua. En el ambiente criminal, las estatuas son los jefes del crimen organizado más importantes del país o el grupo de los cinco como se los llamaba en ese entonces. No existía una jerarquía, era más bien una liga horizontal en la que cada uno se dedicaba a negocios distintos y aunque innumerable cantidad de veces sus intereses se tocaban; nunca se superponían.

Sasha Garín era el hombre intocable del litoral argentino. Dueño de innumerable cantidad de hoteles y una vida dedicada a la ayuda del prójimo; era en verdad el líder de la trata de personas en el cono sur de América Latina. Desde la provincia de Misiones, aprovechando su posición estratégica, tenía absoluto control de la triple frontera por la que arribaban sin parar contingentes de hombres, comercializados como mano de obra esclava, e infinidad de mujeres provenientes de todos los rincones del mundo que encontraban su estadía en los prostíbulos familiares.

Esos hombres siempre manejan sus negocios personalmente o bien envían un allegado de confianza que habla por ellos; comúnmente un viejo ajado con aires de grandeza o bien algún matón o asesino a sueldo que jugaba a ser rey por una noche. Este caso era distinto. La joven que aguardaba en la vieja esquina porteña no tenía más de 20 años; rubia; extremadamente bonita y vestida con una musculosa rosada y una minifalda gris, cual colegiala.

La curiosidad de Martín crecía conforme se acercaba. Definitivamente no parecía ser una mujer del ruso Sasha Garín; aunque eso había afirmado por teléfono al concertar la cita.

La incógnita estaba por develarse.

―Qué falta de respeto ¿Quién deja marchitar bajo el diluvio tan hermosa flor? ―dijo Martín aludiendo a una vieja cursilería mientras se acercaba sigilosamente con un aspecto harapiento.

―La persona que espero no tarda en llegar, le suplico se retire ―dijo la señorita con la voz entrecortada mezcla de frío y temor al notar al vagabundo que la sorprendió por la espalda.

―No tiene por qué tenerme miedo, solo intentaba ser cortés ―Dijo Martín mientras la cubría con su paraguas.

―Por favor, déjeme sola ―dijo mientras se tiraba hacia atrás y sus tacos hacían equilibrio sobre el cordón de la calle.

―Bien, como prefiera señorita ―Dijo Martín alejándose entretanto buscaba en sus bolsillos la llave que permitiera el ingreso a aquel viejo edificio, que a nadie culparían de creerlo abandonado.

―¡Aguarde! ―gritó la bella joven abalanzándose sobre la puerta― ­ ¿Usted vive aquí?

―Eso parece ―respondió el joven destrabando la cerradura.

―Necesito ir al 3ºC pero no hay timbres ni portero ―dijo con un tono de voz suave, como pidiendo un favor.

―Sí, es un verdadero problema recibir visitas en este lugar. Venga, entre ―dijo sonriendo mientras con su mano derecha la invitaba a adentrarse, haciendo alarde de su galantería.

Si por fuera parecía una pocilga, el hall central vacío y oscuro y los ascensores y escaleras víctimas de una alarmante falta de mantenimiento, convertían a ese sitio en una lúgubre pesadilla. Alumbrando con su celular para guiarse por el edificio, la joven mujer ya estaba totalmente arrepentida de haber ingresado, aunque sabía, en su corazón, que aquello que la motivó a llegar en primer lugar era más fuerte que el terror que la invadía.

Estaba sola, el misterioso caballero que le permitió el paso había desaparecido al cerrar la puerta. El ruido de los tacos sobre la cerámica desgarrada de los escalones le recordaba que estaba muy lejos de casa. En cada entrepiso, se detenía a observar los cuadros que adornaban las húmedas paredes a medio rasquetear; viejas fotografías familiares, propias del siglo XIX, donde la seriedad de los retratados exteriorizaba su falta de porvenir. Evitando agarrarse de las poco confiables barandas y haciendo equilibrio entre los cientos de escombros, logró llegar al piso indicado y sus ojos no pudieron más que detenerse, presos del pánico, al observar el largo pasillo adornado con polvorientas banquetas y otros objetos cubiertos de telas de araña; esas que de tan antiguas solo recuerdan con nostalgia a su ya ausente arquitecta.



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En el texto hay: misterio, romance, accion

Editado: 28.07.2018

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