Cautivos (borrador)

Capítulo V parte I. La casa abandonada

Ya estaban ahí. se había terminado el espacio para arrepentirse y retroceder. No había vuelta atrás. Tomaron valor e ingresaron en la mansión, no sin antes manipular la puerta, estrellando contra ella sus cuerpos, cayendo directo al suelo producto del impulso lógico de la fuerza. Más rápido que inmediatamente se pusieron de pie y con las luces tintineando, gentileza de sus brazos temblorosos, quedaron perplejos frente a lo que veían sus ojos. Al margen de las telas de araña que simulaban puentes entre paredes y muebles, y la tierra o polvo que cubrían el suelo cual alfombra; lejos estaban las condiciones de ser el caos que Lautaro y las cientos de historias lugareñas habían contado sobre ese lugar.

Los términos deshecha y revuelta no le hacían justicia a una morada que parecía suspendida en el tiempo, dormida y soñando con el retorno de los que fueron sus dueños; más si se tiene en cuenta que todas sus pertenencias, todo su mobiliario; incluso las fotos familiares aún estaban allí.

―Te juro que me dijeron que estaba hecha un asco ―dijo Lautaro excusándose sin dejar de temblar.

―Quédate conmigo. No sabemos con qué nos podemos encontrar ―dijo Martín avanzando con la Jericho en su mano derecha y la linterna debajo, sujetada con la otra mano cual agente del FBI.

―Es enorme esta casa ―susurró Lautaro alumbrando para todos lados mientras avanzaba con su mano izquierda sobre la espalda de Martín ―. Todavía no me dijiste lo que estamos buscando acá.

―Un cuadro ―dijo Martín atravesando el enorme salón principal; una suerte de living-comedor cuyos sillones, tal vez blancos, en algún momento, estaban dispuestos alrededor del hogar.

―¿Todo esto por un cuadro? ―preguntó Lautaro elevando el tono de voz.

A su izquierda podían apreciar los dos ventanales que veían desde afuera pero al frente y a la derecha, una amplia variedad de puertas los desafiaban a penetrar en los rincones más oscuros de la residencia McGregor. Indecisos y desconfiados, dieron unos cuantos pasos más hacia adelante, cuando de pronto la linterna de Martín captó algo que lo sorprendió. La mesa, la larga mesa de madera, todavía con sus sillas bien distribuidas, conservaba sobre sí un mantel que servía de base a los platos y cubiertos; dispuestos a la perfección como si aquello que hubiera ocurrido los hubiera sorprendido justo a la hora de cenar.

Lautaro alumbraba directo al rostro de Martín pretendiendo desconectarlo; traerlo a la realidad nuevamente. Martín, por su parte, sumergido en sus pensamientos como imaginando la rutina de aquella familia, permanecía inmóvil, buscando una explicación a tan repentino abandono y preguntándose en vano, qué fue de aquellos comensales cuya platería aún esperaba por ellos. Los mitos creados al respecto, hablaban del asesinato o la muerte de una mujer pero aquella mesa estaba servida para cuatro y nadie hablaba de su paradero.

―Hagamos esto: tú ve a la puerta de enfrente que yo voy a la derecha ―dijo Martín a un Lautaro que se negaba con su dedo índice tragando saliva constantemente. ¡Haz lo que te digo! ―murmuró Martín empujándolo mientras decidía cuál de las dos puertas abrir.

Avanzó con cautela hacia el extremo derecho y tras la puerta encontró la cocina, que al igual que el resto de la casa, tenía todo en su lugar; incluso conservaba rastros evidentes de una comida por servir. Al salir, manoteó con cautela el picaporte de la otra entrada que, para su sorpresa, estaba vacía. Sin muebles. Sin nada. Volvió por donde vino esperando encontrar a Lautaro para seguir explorando la planta baja antes de subir al primer piso; todavía quedaba un largo pasillo cuyo fin era inapreciable desde el comedor.

Al ver que su compañero no regresaba de su inspección, fue a buscarlo con el índice rozando el gatillo de su revólver.

―Estas acá, ¿Qué encontraste? ―le preguntó alumbrando la espalda de Lautaro, parado frente a un pequeño aparador.

―¿Crees que vivían acá? Se las ve tan felices ―dijo dándose vuelta con un retrato en su mano.

―Ya lo creo. Seguro eran las hijas del matrimonio ―dijo Martín guardando su arma y tomando la foto para apreciarla más de cerca―. ¿Dónde están? ―preguntó a la foto mientras la soplaba para disipar el polvo que la cubría.

―Es como una sala para hacer la tarea ―acotó Lautaro alumbrando la polvorienta Compaq Presario que reposaba sobre un antiguo escritorio de madera―. ¿Tú has encontrado algo?

―Nada. Todavía nos queda un pasillo y el piso de arriba. Vamos ―dijo Martin sacando la foto de las niñas del marco y guardándola en el bolsillo trasero de su jean.

No terminaban de volver sobre sus pasos cuando un ruido extraño, como si alguien corriese deprisa, que venía del primer piso, los hizo recular del susto y ponerse a resguardo en aquella sala; al pie de la escalera. La estrategia original era explorar completa la planta baja pero aquel incidente sobre sus cabezas había cambiado los planes. Pese a su reticencia y resistencia; Lautaro debió quedarse oculto en esa suerte de oficina, mientras Martín se aventuraba a subir los escalones que conducían a la dimensión desconocida. Sin dejar de empuñar su arma y alumbrando con la linterna se topó, al llegar, con una suerte de biblioteca y a ambos costados, una vez más, un pasillo con un sin número de puertas aguardaban su turno para recibir a los intrusos.



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En el texto hay: misterio, romance, accion

Editado: 28.07.2018

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