Cautivos (borrador)

Capítulo VII. La cabaña escondida. Parte I

Ya era domingo. Martín y Lautaro llegaron a la provincia de Neuquén, específicamente a Villa La Angostura, siguiendo el rastro de una nueva pista para dar con el cuadro faltante y, también, por qué no, con la persona que continuaba burlándose en las sombras. Aquella ciudad de ensueño, en la que plantan sus raíces los Arrayanes milenarios en compañía de los esbeltos cipreses; inundada por un espejismo de lagunas cristalinas que detienen sus aguas a los pies de los cerros nevados; esa ciudad, versión invernal del paraíso terrenal, era el punto de llegada.

Para tristeza del dúo dinámico; una insoportable lluvia hacía imposible apreciar las bondades del onírico paisaje, sin embargo, pese a ello, el diluvio incesante tenía un lado positivo: los enfocaría sin excusas en la ya tediosa tarea de perseguir fantasmas.

Todavía perduraba en ellos la frustración; era imposible despojarse de la sensación de haber estado tan cerca de poner punto final a esta locura, y aceptar a regañadientes que se les escurrió entre las manos la oportunidad y ahora debían regresar, como conejillos de indias, al tablero propuesto por su enemigo y comenzar de cero la partida.

Era duro sobre todo para Martín. Lautaro aún no comprendía la magnitud de los sucesos recientes. Pasó muy rápido de ser un chico normal, mesero de una taberna de mala muerte, a socio o coequiper del ladrón más infalible de toda la nación. Todavía no había visto nada. Martín, por otra parte, enfrentaba varios escenarios complejos que se agravaban con facilidad. El más urgente, sin duda, era cumplir con lo pactado con Samara y entregar, en tiempo y forma, el pedido de Sasha Garín, que aunque también comenzaba a ser víctima de sospechosos e inusitados ataques; no dejaba nunca de reclamar lo que consideraba propio.

En ese contexto, y con la cuenta regresiva reduciendo el margen arribaron a un hermoso complejo de cabañas llamado El Zorzal para intentar revisar una de las propiedades en alquiler.

Al llegar a la recepción del predio una anciana de unos 70 años hacía las veces de secretaria, aunque en verdad, era la dueña de todo el lugar.

―¿En qué los puedo ayudar? ―dijo la señora sin pararse de su silla pero exhibiendo su mejor sonrisa.

―Buenos días, un placer, quisiéramos, de ser posible, pasar a ver una de sus cabañas ―dijo Martín sentado en el sillón frente al escritorio mientras Lautaro permanecía de pie.

―Por supuesto ¿Cuánto se van a quedar? ―preguntó la señora acercándoles un catalogo.

―En realidad no pensamos quedarnos; solo visitar una de sus cabañas ―respondió rechazando el panfleto.

―Esto no es un hotel alojamiento caballeros ―disparó la anciana parándose bruscamente de su silla.

―¿Qué? no, espere. Hay un mal entendido ―dijo Martín poniéndose de pie.

―No somos pareja señora ―dijo Lautaro negándolo también con sus manos.

―¿Entonces qué se proponen? ―preguntó la anciana sentándose sobre el escritorio, guiñándoles un ojo. 

Ambos tragaron saliva, seguros de que aquel gesto había sido más que una indirecta. La señora no se andaba con vueltas pero tanto Martín como su amigo no estaban interesados en cruzar, al menos en esta etapa de sus vidas, el abismal umbral etario que los separaba de aquella mujer.

―En realidad estamos un poco apurados ―dijo el joven Lautaro acercándose a la puerta.

―Va a ser rápido ―apuró la señora inclinándose sobre Martín, como si intentara robarle un beso.

―Nos encantaría la verdad ―dijo Martín sacándosela de encima― lo que pasa es que mi amigo es menor de edad.

―¡Ay! ¡Por favor! Qué clase de degenerada estaría siendo ―dijo la señora volviendo de a poco a su silla mientras Martín le guiñaba un ojo a Lautaro.

―Pierda cuidado ―buscaba apaciguarla―. A todo el mundo le parece mayor.

―Sí, tengo 13 pero todos creen que tengo 18 ―dijo Lautaro ganándose una mirada fulminante de Martín debido a la exageración manifiesta.

―¿Y para qué quieren ver una cabaña? ―preguntó la señora, con las manos sobre su rostro; aún sonrojada por la vergüenza.

―Quisiéramos ver la cabaña Azulada. Nos hablaron muy bien de ella y ya que estábamos por acá decidimos pasar a visitarla y tal vez, quién sabe, la alquilemos en el verano ―dijo Martín tomando asiento nuevamente.

―Hace tiempo nadie llamaba así a la última cabaña ―dijo pálida la señora y sus ojos, de pronto, se volvieron tristes como el otoño ― ¿Quién les habló de ella? Llevo años sin alquilarla.

―¿Por qué? ―preguntó Lautaro frunciendo el ceño.

―Bueno, es extremadamente cara por el lujo y el confort que presenta pero sobre todo porque está muy alejada del resto de las cabañas y de los servicios que ofrecemos como desayuno, piscina, etc. ―dijo la señora mostrándoles la cabaña en el catalogo― es bellísima pero solitaria.

―¿Podríamos verla? ―preguntó Martín.

―Todavía recuerdo la felicidad de aquellas niñas cuando venían con su madre ―dijo con la mirada perdida mientras hurgaba en su cajón.



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En el texto hay: misterio, romance, accion

Editado: 28.07.2018

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