Cautivos (borrador)

Capítulo VIII. Parte II. La fiesta

Tres días después....

El día acompañaba cálidamente la ocasión. De a poco los invitados arribaban a la afamada casa del Lago, propiedad de Sasha Garín, orgullo arquitectónico del litoral argentino. Cualquier mortal pensaría que aquello era una suerte de quinta que oficiaba a la vez de salón de bodas o algo por el estilo. Cientos de metros de verde césped de distintas tonalidades se disfrazaban de alfombra mientras una gran cantidad de palmeras, dispuestas cual pasillo, acompañaban a los visitantes a toparse de frente con la gran atracción del lugar: el lago siberiano. No es que aquel moderno estanque estuviera congelado ni mucho menos; simplemente la nostalgia de un anciano ruso que supo habitar la nieve inclemente del norte europeo terminó por decantar el bautismo en aquella lejana pero sentida nominación.

Más allá de las azuladas aguas, algo violáceas por la radiación, un camino de piedras desembocaba en enormes y bellas palapas dispuestas una al lado de la otra y bordeándolas, inalcanzables a la vista, llegado este punto; la casa principal, llamada vulgarmente la Mansión de Piedra. La misma nada tenía que ver con una vivienda sino más bien con un recinto pensado para multitudinarias recepciones, sobre todo teniendo en cuenta que el salón principal cuenta con la capacidad de albergar a dos mil personas con la alternativa de subdividirse en cuatro salones más pequeños y un segundo piso, mucho más diminuto, con capacidad para unas setenta personas máximo. Sin embargo, no era aquella una fiesta de boda, cumpleaños o aniversario donde la gente comúnmente está obligada a compartir aburridas mesas redondas contemplando una improvisada pista de baile y manteniendo tediosas conversaciones con gente con la que no se vincularía ni obligada; pasando los minutos preguntándose hasta el hartazgo por qué demonios estában allí si podrían estar en un millón de sitios más agradables. Definitivamente no era esa clase de fiesta.

Entre las palapas y el salón principal, existía un importante espacio al aire libre que podía albergar a unas 500 personas en constante movimiento permitiendo además, el vaivén del personal de servicio encargado de mantener las copas llenas y los apetitos debidamente saciados. Allí, en ese patio, de baldosas perfectamente encastradas, la familia Garín dio cita a sus amigos y allegados pretendiendo dar una imagen de fortaleza, control y vigencia que muchos de los invitados temían que estuvieran perdiendo; lo cual no era nada bueno.

El horario de reunión no estaba bien estipulado. Las invitaciones hacían una vaga referencia "pasado el mediodía" dando un margen considerable de arribo, facilitando por un lado la entrada al predio aunque, como contrapartida, era casi imposible perderse en el anonimato. A las 14 apenas un puñado de modelos de pasarela y unos cuantos empresarios de poca monta acompañados por sus respectivas esposas disfrutaban de las instalaciones y el prematuro lunch. Ya para las 16 buena parte del empresariado argentino hacía gala de su presencia mezclándose con funcionarios locales y algunas personalidades, otrora destacadas, del ambiente del espectáculo que buscaban darle algo de glamour farandulero a la velada. Pese a eso, pero sobre todo debido a la magnitud del acontecimiento, no era la intención, ni del anfitrión ni de los invitados, llamar demasiado la atención, sobre todo de la prensa que no hubiera hecho más que agregar leña al fuego.

Todo marchaba según lo planeado. Los invitados se ponían al día y se mostraban, en conjunto, a modo de fotografía, como una sociedad inquebrantable. Los nombres más rutilantes, o al menos más peligrosos, comenzaban a dejarse ver alrededor de las cinco de la tarde sellando su compromiso.

Todo estaba tranquilo, demasiado tranquilo, pero de un momento a otro la monotonía se rompió. Se resquebrajó y estalló en mil pedazos cuando a las 18.20hs en punto, una joven que lucía un vestido floreado que no llegaba ni por asomo a cubrir sus rodillas, aunque lo suficientemente largo para no dar demasiada rienda suelta a la imaginación, parada sobre la plataforma de unos elegantes zapatos azules, y apenas abrigada por una campera de cuero negra semi arremangada; captó la atención de todo el auditorio. Había irrumpido de forma insolente; prepotente sería más adecuado. No por actitud sino por la violencia, el impacto que significó ver a la bella Camila Magallanes atravesar el camino de piedra luciendo sus esbeltas piernas al tiempo que la brisa revoloteaba levemente su lacio castaño suelto y el atardecer regalaba un paisaje sin igual. Estaba acostumbrada. La gente solía detenerse o bien voltear tímida o bruscamente al verla andar; pero esa vez era distinto. A los nervios obvios por ser una completa desconocida y novata en una reunión numerosa, se sumaba el hecho de que había llamado la atención y despertado vaya uno a saber qué intenciones; no de jóvenes facultativos o trabajadores corrientes sino de los hombres –y mujeres- más poderosos de la República.

Definitivamente no era su núcleo familiar; sin embargo su belleza, su personalidad y la mente fija en sus objetivos impostergables la convertían en el ser vivo más tenaz de la velada misionera.

De a poco las miradas voraces guardaron sus ojos en sus respectivas cuencas y los más intrépidos se aventuraron hacia ella para saludarla y conocerla mejor. El primero, como buen anfitrión, fue Sasha quien le dio la bienvenida besando su mano derecha mientras Camila le presentaba a su acompañante:



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En el texto hay: misterio, romance, accion

Editado: 28.07.2018

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