Cautivos (borrador)

Capítulo XIII. Cuestión de sangre

Todo el mundo estaba a contrarreloj. Mientras Martín había emprendido el viaje a la provincia de Misiones, lugar elegido como escenario estelar para llevarse a cabo la función final; el rey del crimen, Sasha Garín, solo podía apreciar, impotente, como su provincia, su cuna, su bebé, dejaban de pertenecerle gracias a la osadía y, a su juicio, la maldad de una mano negra que había arrasado con todo a su paso, con el único objetivo de arruinarlo en el transcurso del juego. Por más que lo intentaba no podía dilucidar quién lo estaba matando lentamente. Llevaba mucho tiempo en el barro y la muerte. Muchas personas podrían querer vengarse por alguna desgracia pasada; muchos otros criminales de poca monta, de seguro anhelaban su posición en la pirámide del delito. 

Era imposible. 

Más lo intentaba más se convencía de que no era alguien obvio, no era un hombre fuerte; debía ser, tenía que ser una persona con la capacidad de mover un aparato tan grande, como el mismísimo Estado, y con la habilidad de eludir y penetrar no solo sus defensas sino la de todo ese universo ahora en jaque.

Él no la conocía. No conocía a nadie con semejante poder y eso era precisamente lo que lo había sacado del juego sin siquiera mover a voluntad una pieza en el casillero. No se puede controlar a quien no se deja ver. No se puede manipular a quien se divierte en las tinieblas; y por sobre todas las cosas, no se puede comprar a quien sin preguntar o pedir permiso, tomó el arma y, jugando ruleta rusa, la manipula a voluntad con la vida de los otros.

Era un martes nublado, el cielo gris y encapotado eran una evidencia más del juicio por venir. No iba a ser una mañana sencilla; no por todo aquello que lo abrumaba y no lo dejaba vivir; sino porque su compromiso con la compra de la colección Averín requería, al menos por cortesía, de una reunión familiar.

A las 10 de la mañana en punto, cómodamente sentados en el living de su mansión en Oberá, sus hijos Sergei y Nicolas, y su esposa Becky aguardaban ansiosos -y nerviosos-, conocer los motivos de aquella imprevista reunión. Seguramente ellos pensaban que tenía que ver con cuestiones laborales. Desde que Becky se hizo cargo del control general de los prostíbulos  no había habido reportes ni balances y probablemente, una posibilidad, para nada descabellada, era que el pequeño cónclave fuera, precisamente, para dar cuenta de aquellas actividades.

Nada más alejado de la realidad.

―Padre ―dijo Sergei poniéndose de pie al ver ingresar a su padre a la sala― ¿Qué eso tan urgente que no puede esperar? ―preguntó frunciendo el ceño.

―Si corazón, nos tienes preocupados ―acotó Becky fingiendo a la perfección, como a menudo hacía, importarle algo de lo que le ocurriera a su esposo.

―Los he reunido hoy aquí para decirles que he tomado una decisión importante ―hablaba el viejo mientras se servía su whisky sin hielo ―. Es de público conocimiento que las cosas no marchan bien para nosotros. Por primera vez en 50 años nuestro imperio glorioso e impoluto está amenazado ―interrumpió el discurso para beber de un sorbo su vaso lleno.

«Dicho eso, quería hacerles saber que estos traspiés imprevistos y arteros que la familia ha tenido que soportar en el último tiempo no va a cambiar nuestra rutina, ni mucho menos vamos a dejar de darnos esos pequeños gustos que han moldeado nuestro estilo y forma de vida. Con eso quiero expresar que nada ni nadie va a decirme cómo debo actuar o qué cosas puedo o no hacer.

―Padre, me temo que no te estamos entendiendo ―dijo Sergei previendo que tanto rodeo anticipaba una mala noticia.

―Se me ha presentado una gran oportunidad ―dijo mientras volvía a llenar su vaso―, una inmejorable e impostergable.

―¿De qué hablas? ¿De qué se trata? ―preguntaba Becky temerosa de oír algo que la disgustara.

―He decidido invertir una considerable suma de dinero en una gran colección de Alexander Averín ―dijo elevando su copa, brindando por su decisión.

―¿Una gran colección de quién? ―preguntó Nicolas haciendo alarde, como siempre, de su alarmante falta de cultura.

―Padre... ¿Qué hiciste? ―preguntó Sergei mientras cerraba los ojos y masajeaba constantemente su crecida barba amarronada.

―¿Por qué siento que están interrogándome? ―se exasperaba ante la reacción poco festiva de sus familiares―. Les he dicho que no voy a dejarme amedrentar por un par de allanamientos que solo buscan corrernos del juego.

―¡Nos están pisando los talones! ―se paró de un tirón el heredero al trono. Era la primera vez que enfrentaba a su padre abiertamente―. ¿Acaso estas tan viejo que no puedes ver lo que está ocurriendo? ―gritó vehemente.

La respuesta de su padre fue contundente. Si no temía a la justicia o a las consecuencias que pudieran desatarse producto de su decadencia, menos se dejaría asustar por las amenazas de un hijo que lo único que había hecho en la vida era estar bajo su ala. Una bofetada violenta y un escupitajo a la cara –el máximo gesto de deshonra- buscaban dejar en claro que no estaba dispuesto a que le faltaran el respeto y mucho menos en su propia casa. Era inadmisible para el rey del crimen que alguien, por más que fuera su propia sangre, lo desafiara tan abiertamente.



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En el texto hay: misterio, romance, accion

Editado: 28.07.2018

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