Elena Montoya se despertó temprano, como era costumbre. El suave rayo de sol que se filtraba por las cortinas le daba la bienvenida a un nuevo día. Miró el reloj y sonrió al ver que aún tenía tiempo para prepararse sin prisas. Era el tipo de mañana que le gustaba: tranquila, sin sobresaltos. Se levantó de la cama y se estiró con la satisfacción de saber que, en pocas semanas, sería oficialmente la esposa de Andrés Duarte.
La relación con Andrés parecía una de esas historias que solo se ven en las películas. Perfecta. Sin fisuras. Había conocido a Andrés hace casi seis años, y desde ese momento, todo había fluido con facilidad. Era el hombre que todos deseaban tener a su lado: inteligente, exitoso, elegante. Todo en él parecía encajar con la visión que Elena había tenido desde niña sobre lo que debía ser una pareja perfecta. Habían viajado, se habían reído, y compartían todo en sus vidas. Incluso las pequeñas diferencias entre ellos parecían complementarse.
Elena sonrió mientras miraba su reflejo en el espejo. Sus ojos verdes reflejaban la luz suave que entraba en la habitación, y su cabello largo y oscuro caía en ondas suaves sobre sus hombros. Se tocó el anillo de compromiso, que brillaba con el delicado resplandor del sol de la mañana. Estaba feliz. ¿Quién no lo estaría? Había logrado lo que siempre había soñado: un futuro con el hombre perfecto.
Dejó escapar un suspiro y caminó hacia la ventana. El jardín estaba en silencio, solo el murmullo de los árboles movidos por la brisa suave acompañaba el momento. La perfección en su vida era palpable, hasta ese instante. Todo en su mundo estaba bajo control, o al menos así lo sentía.
El sonido de unos pasos en el pasillo la hizo girarse. Andrés apareció en la puerta con una taza de café en las manos, una sonrisa suave en su rostro. El cabello oscuro y perfectamente arreglado, la camisa blanca que abrazaba su figura con la misma perfección con la que él se movía por la vida.
"Buenos días, hermosa", dijo Andrés, con su tono habitual de voz suave, casi cálido. Siempre tenía esa capacidad de hacer que las palabras sonaran reconfortantes, como si no hubiera nada en el mundo que pudiera perturbar la paz de su presencia.
"Buenos días, Andrés", respondió Elena, sonriendo mientras se acercaba para darle un beso en la mejilla. Su abrazo fue breve, pero el gesto estaba lleno de la familiaridad que ambos compartían, como si todo estuviera en su lugar.
"Hoy es el día en que todo comienza a volverse real, ¿no?", dijo él, aún sosteniendo su taza de café. "Ya casi estamos en la recta final, el día de la boda está a la vuelta de la esquina."
Elena asintió, aunque no pudo evitar notar un leve tinte de preocupación en su voz. No sabía qué lo causaba, pero había algo en Andrés que de vez en cuando se mostraba, algo sutil que dejaba entrever un lado oscuro que no podía entender del todo. Sin embargo, siempre lo había dejado pasar. Nada importante. Nada que pudiera perturbar su mundo perfecto.
"Todo estará bien, Andrés", le dijo ella, tratando de tranquilizarlo, aunque en el fondo, sabía que él nunca era realmente el tipo de hombre que se preocupaba por nada. Pero, como siempre, él lo manejaba todo con una calma desconcertante.
Justo cuando comenzaba a relajarse en la rutina del día, Andrés le dio la noticia.
"Hay algo que debo contarte, Elena", dijo, dejando la taza de café en la mesa. La seriedad de su tono hizo que algo en el pecho de Elena se tensara, pero no sabía por qué. Andrés nunca había sido un hombre de muchas sorpresas, y sus noticias siempre parecían ser de las buenas.
"¿Qué sucede?", preguntó ella, con una mezcla de curiosidad y ligera incomodidad.
"Julián", comenzó él, y el nombre de su hermano pareció flotar en el aire entre ellos. Elena se tensó ligeramente. Julián era un nombre que había escuchado muchas veces, pero rara vez había tenido una conversación real con él. Sabía que Andrés siempre había tenido una relación algo distante con él, pero nunca entendió por qué.
"Julián", repitió Andrés, su voz adquiriendo un tono más grave, como si el simple hecho de mencionar el nombre lo hubiera afectado. "Tuve noticias suyas hoy. Ha tenido un accidente. Está en el hospital."
Elena se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de Andrés. ¿Un accidente? ¿Julián? No podía ser. Hace cinco años, Julián había dejado el país para seguir su propio camino, y desde entonces, su nombre solo había aparecido en algunas conversaciones esporádicas, generalmente referidas a sus negocios. Nunca había habido más contacto.
"¿Qué tipo de accidente?", preguntó Elena, tratando de entender la magnitud de la noticia.
"Un accidente de tráfico. No es grave, aparentemente, pero... bueno, no lo sé, solo sé que ha quedado en silla de ruedas. Ha estado luchando con ello", respondió Andrés, mirando el suelo como si las palabras le costaran más de lo normal.
Elena no pudo evitar sentirse sorprendida. Aunque había escuchado cosas vagas sobre la vida de Julián, nunca imaginó que algo como esto pudiera sucederle. A pesar de todo, algo en ella comenzó a sentirse intranquilo. Un accidente. La idea de que Julián, el hermano de Andrés, estuviera tan herido la desconcertó.
"¿Vas a ir a verlo?", preguntó Elena, aún procesando la información.
"Sí", respondió Andrés, levantando la mirada y dándole una sonrisa forzada. "Creo que sí. Es lo menos que puedo hacer, ¿no? Me siento... responsable."
Elena lo observó por un momento, notando que esa sonrisa no llegaba a sus ojos. Sin embargo, la idea de que Andrés estuviera tan preocupado por su hermano la hizo sentirse un poco más tranquila. Después de todo, Andrés siempre había sido el tipo de hombre que tomaba las riendas de todo, que asumía responsabilidades, que hacía lo correcto.
"Si necesitas que te acompañe...", comenzó a decir Elena, sin saber exactamente por qué sentía la necesidad de ofrecer su apoyo.
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Editado: 21.05.2025