Cautivos del destino

Capítulo 9

Elena llegó temprano a la casa de Julián, como lo había hecho en los últimos días. La mañana estaba gris, pero ella traía consigo una energía contenida, una mezcla de nervios y determinación que no lograba ocultar del todo. Julián la recibió con su típica sonrisa irónica, el sarcasmo como escudo, pero algo en sus ojos delataba que esperaba más de esa jornada.

—No creí que volverías tan temprano —dijo Julián, apoyado en el marco de la puerta.

—Pensé que hoy podríamos salir a comer después de tu consulta —respondió Elena, intentando mantener la voz firme, como si aquello fuera solo un trámite más en la rutina.

La invitación quedó en el aire, pero Julián no la rechazó. Más bien, fue un “está bien” silencioso, con esa tensión que los acompañaba siempre que compartían tiempo a solas.

La mañana transcurrió entre las pequeñas tareas de cuidado. Elena ayudó a Julián a preparar su tablet, ajustando aplicaciones, documentos y mensajes, facilitándole el trabajo que podía hacer desde allí. El contacto físico, aunque breve y casual —un roce de manos al pasar, un ajuste en la posición de la tablet—, dejó un dejo de electricidad palpable.

La madre de Julián apareció con su sonrisa acostumbrada y sus palabras de preocupación maternal. Pero esta vez, Elena no era solo la novia del hermano menor ni un visitante incómodo: era quien realmente estaba ahí, presente.

Llegaron al consultorio y, mientras el médico hablaba de progreso y pronósticos, Julián se mantuvo firme, casi desafiante, como si el dolor y la limitación fueran un enemigo que no estaba dispuesto a admitir.

Elena, observándolo, notaba esa mezcla de orgullo y frustración en él. Y en el silencio del automóvil, camino al restaurante, el aire se cargó de un peso invisible. Julián, sin mirarla, dejó caer una frase cargada de significado:

—No necesito que me cuiden porque sea débil. Solo acepto ayuda porque no queda otra.

Elena respondió, casi sin respirar:

—No estoy aquí por obligación, ni por compasión. Estoy aquí porque quiero.

Hubo un instante, fugaz pero eterno, donde las miradas se encontraron y los muros entre ellos parecieron temblar. No dijeron nada más, pero las palabras quedaron flotando en el aire.

En la mesa del restaurante, la conversación giró alrededor de temas triviales, pero el silencio entre ellos era denso, con preguntas sin formular y respuestas evasivas. Julián, a pesar de su sarcasmo, parecía buscar en Elena un refugio y, al mismo tiempo, ponerla a prueba.

Al final de la comida, caminando juntos hacia el auto, un roce casual entre sus manos pareció confirmar que, bajo la superficie tensa y conflictiva, algo comenzaba a cambiar. Una atracción contenida, un deseo reprimido que ambos temían enfrentar.

Cuando Elena se despidió en la puerta de la casa de Julián, ninguno pronunció palabra, pero ambos sabían que ese día había marcado un antes y un después.




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