Cautivos del destino

Capítulo 14

Elena se despertó temprano, aunque no había dormido bien. A lo largo de la noche, las imágenes del anillo, el recuerdo de Julián entregándoselo, y la voz de Andrés al teléfono se fueron mezclando como una tormenta dentro de su cabeza. Se levantó despacio, tratando de ordenar sus pensamientos, y se dirigió directamente a la cocina. Preparó café fuerte, como si eso fuera suficiente para despejar la confusión que la consumía desde hacía semanas. En su mano, el anillo seguía siendo un peso, pequeño pero constante, como un latido.

Eligiera lo que eligiera, su vida iba a cambiar.

Ese día, tenía planeado volver a ver a Julián. Le había prometido acompañarlo a su segunda sesión de rehabilitación. Aunque no lo habían hablado abiertamente, ambos sabían que algo estaba creciendo entre ellos. No era solo complicidad. Era un lazo más profundo, que se construía en las miradas sostenidas, en los silencios compartidos, en la manera en que sus cuerpos se inclinaban inconscientemente el uno hacia el otro.

Mientras se arreglaba para salir, miró su reflejo en el espejo con detenimiento. Por primera vez en mucho tiempo, se preguntó quién era la mujer que devolvía la mirada. No estaba segura. Había sido la prometida de Andrés durante tanto tiempo que había dejado de pensarse fuera de ese rol. Pero ahora, con cada paso que daba en su investigación, con cada gesto de Julián que le removía el alma, sentía que estaba volviendo a ser ella misma, aunque esa versión aún no tuviera forma del todo.

Cuando llegó a casa de Julián, él la recibió con una sonrisa honesta, como si su sola presencia fuera un alivio. Había mejorado un poco desde la primera sesión. Sus movimientos eran más seguros, y el fisioterapeuta comentó que tenía una voluntad admirable. Elena permaneció todo el tiempo junto a él, animándolo con palabras suaves y una atención que no pasaba desapercibida.

—No tienes que hacerlo si no quieres, Elena —le dijo él mientras se colocaba los aparatos para la terapia.

—Quiero hacerlo. Quiero estar aquí —respondió ella, sin necesidad de adornos.

El silencio que siguió fue profundo, pero no incómodo. Julián simplemente asintió, conteniendo algo en la mirada, como si temiera decir lo que en realidad quería.

Tras la sesión, volvieron juntos a casa. El viaje fue tranquilo, marcado por la música baja y los pensamientos que ninguno se atrevía a compartir. Cuando llegaron, Julián le ofreció quedarse un rato. Ella aceptó sin dudarlo.

Sentados en la sala, hablaban de cosas triviales, hasta que Julián, de forma inesperada, rompió el equilibrio.

—A veces me pregunto si las personas pueden cambiar. No con los años, sino de golpe, por algo que les mueve todo dentro.

Elena lo miró, sabiendo que no hablaba de nadie en particular, pero sintiéndose interpelada.

—Creo que sí. A veces algo sucede, y lo que uno era ya no encaja.

—Y entonces tienes que elegir —dijo él, más para sí que para ella—. Seguir fingiendo que eres el mismo o aceptar que todo cambió.

Sus palabras quedaron flotando en el aire. Elena se inclinó hacia él, como por inercia. Julián no se movió, pero su respiración se hizo más profunda. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. No hubo beso, no hubo caricia, pero el contacto de sus miradas fue tan intenso que bastó para marcar el inicio de algo nuevo.

Entonces, el teléfono de Elena vibró. Era un mensaje de Andrés.

“Estuve pensando en nosotros. Esta noche te espero para cenar. Solo nosotros. Tenemos que hablar”.

Ella leyó el texto sin saber qué responder. Julián, que notó el cambio en su expresión, no preguntó nada. Elena se puso de pie con lentitud.

—Tengo que irme. Andrés quiere hablar esta noche.

Julián asintió sin una palabra. Pero en su mirada, Elena vio algo distinto. No era resignación. Era una promesa silente de que, cuando llegara el momento, él estaría allí.

Al salir, el anillo pesaba en su bolsillo. No lo había vuelto a usar, pero tampoco podía separarse de él. No sabía aún cuál era su lugar en esa historia, pero intuía que ya no era la misma que había comenzado a escribir junto a Andrés.

Esa noche, se vistió con esmero, pero no por amor. Andrés la esperaba, y ella sabía que esa cena sería un campo de tensiones veladas. Cada palabra, cada gesto, podría significar algo más. Y, mientras se miraba al espejo antes de salir, Elena se preguntó, por primera vez, si Andrés también habría notado su distancia, si habría sentido que algo en ella ya no le pertenecía.

Y se preguntó, también, qué tan cerca estaba el momento en que esa verdad se hiciera imposible de ocultar.




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