La lluvia mojaba su rostro, no había visto el tiempo antes de salir de casa y ahora estaba empapada. Apuró el paso, llegaba tarde a la cita con el médico. Como acostumbraba a andar en bicicleta, no sabía cuánto se demoraba exactamente en locomoción, pero eso ya no importaba, iba tarde y si no llegaba pronto no podría ver al doctor.
Decidió apurar el paso aunque le doliera la pierna como los mil infiernos, esto de andar en transporte público la estaba cansando demasiado, y eso que llevaba un día apretujada en el metro.
De lejos vio el consultorio, una edificación cuadrada de dos pisos de color celeste y amarillo, con grandes rejas verdes y unos juegos sobre un pasto tan seco que si llegaba a acercarse con un cigarro podría encenderse en menos de un segundo.
Entró lo más rápido que su pierna le pudo permitir y subió casi saltando la escalera que la llevaba al sector donde la atenderían.
-Hola! Soy Amaike Martinez, tengo hora con el médico Rodriguez. -dijo acelerada y casi sin aliento.
-Llegas con 5 minutos de retraso -la reprende una señora de unos 50 años tras el mostrador. -Le avisaré que estás aquí, espera sentada.
-Muchas gracias.
Mientras esperaba decidió sacar un libro y leer. Estaba por la mitad del último libro de su escritora favorita, Kate Morton, de pura suerte lo encontró en la biblioteca a la que solía ir. Y, para su mala suerte, en la mejor parte del capítulo, escucha que el doctor la llama a la consulta.
-Bien, Amaike...
-Dígame Mak, por favor -le acotó Amaike, no le gustaba que dijeran su nombre completo.
-Está bien, Mak, tu pierna está bastante magullada pero es buena señal que puedas moverla y caminar, solo debes venir a hacerte curaciones diarias y te recetaré unos medicamentos para el dolor, puedes comprarlos en cualquier farmacia.
Saliendo del médico la pierna le dolía mucho más, había pasado a curaciones de inmediato y la enfermera no había sido nada compasiva, solo le faltó sacar la costra que su cuerpo ya había formado, sentía como la venda aprisionaba su sangre sin dejarla pasar . Ya que no tenía su bicicleta, se veía obligada a tomar el carro del infierno, o como muchos le dicen, transporte público de Santiago, tendría que aguantar un largo y molesto viaje.
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Iba retrasado a su cita pero no le importaba demasiado, ser puntual no era su estilo, excepto si la chica le interesaba demasiado. A ésta no la conocía lo suficiente para saber si realmente le gustaba o no, así que se detuvo en la cocina para prepararse un café.
-¿ Sigues aquí? ¿No tenías una cita? - dijo Israel. Se veía extrañamente arreglado, ya había vuelto del trabajo y a esta hora siempre tenía su pijama puesta mientras veía alguna serie de tv comiendo algo. Israel era el hermano mayor de Daniel, tenía 30 años y con un divorcio en los hombros no se había atrevido a lanzarse al amor de nuevo.
- No es muy importante, no la conozco muy bien aún. - dijo Daniel. Vio que el agua del hervidor estuviera suficientemente caliente y sacó una taza del estante superior. - Y hablando de citas, ¿por qué parece como si tú fueras a tener una? - Daniel miró a su hermano con picardía solo para hacerlo sentir incómodo. Éste se puso rojo y muy nervioso.
- Algo así, invité a una chica a cenar a la casa - dijo ruborizado, mientras miraba el suelo. Hace demasiado tiempo que no tenía una cita y empezaba a comportarse como un adolescente. - Por lo que necesito que te vayas inmediatamente, Ema llega en 15 minutos y no quiero que estés tú aquí para seducirla. Y no me mires con esa cara de inocencia, sabes a lo que me refiero - apuntó a Daniel con el dedo índice y una mirada malhumorada.
-Jamás te haría eso - dijo Daniel con fingida indignación, poniéndose la mano en el pecho. - Pero si es tan importante para ti, terminaré mi café y me iré enseguida.
- Gracias, hermano. Es realmente importante para mí, hace mucho no salgo con nadie y esta chica realmente me gusta, es nuestra primera cita. Además, debo comenzar a salir con chicas, no puedo simplemente quedarme sentado en el sillón viendo Netflix toda la vida mientras mi hermanito menor trae a una chica diferente todas las semanas.
Daniel e Israel vivían en Santiago desde que el primero entró a la Universidad de Chile hace ya 7 años. Su familia es de Concepción, Israel estudió allá cerca de su hogar y cuando a Daniel lo aceptaron en Santiago, a Israel le ofrecieron un puesto de gerente en un café muy conocido del centro, el 'Café Colonia'. Con el sueldo de Israel, les alcanzaba para vivir en pleno centro, cerca del trabajo de Israel y la universidad de Daniel.
- Creo que apuraré un poco el paso, hay algunas chicas que tienen serios problemas con la impuntualidad, no quiero que me bote antes siquiera de saber algo interesante de ella.
Daniel consiguió alcanzar el metro que salía de la estación. Romina era una chica simpática, la había conocido una semana atrás en una fiesta de un amigo en común en la que coincidieron. Cumplía con todos los requisitos para atraer a Daniel, estatura promedio, cabello largo y castaño, curvilinea pero no de manera grotesca y unos ojazos azules que lo dejaron medio atontado, o pudo haber sido culpa del acohol, además de una sonrisa espectacular.