Caza (parte I)

Prólogo

Alaia Caminaba por los anchos pasillos de la mansión de su esposo. Se había puesto un hermoso vestido azul, sin mangas y cinco dedos arriba de la rodilla y unos tacones de diez centímetros. Quería darle una sorpresa, él estaba teniendo una temporada dura. Debía conseguir alianzas. Él era uno de los seis lobos bendecidos, eran los más fuertes de su raza y respetados por las manadas de el mundo. Hace un año se habían casado. Seis meses después de conocerse, aunque al principió no quería, verle la cara ni en pintura.

Por la manera poco civilizada de traerla a este lugar.

"Secuestrarla y encerrarla en su habitación"

No fue un buen comienzo para ambos. Sobretodo por su naturaleza, ella era Cazadora de bestias y él terminó arruinando la misión en la que estaba.

Poco a poco habían superado sus diferencias y trataban de evitar peleas, pero eso no siempre funcionaba, sobretodo porque Alaia tenia una profunda amistad con Thomas el otro cazador que estaba con ella cuando Fue secuestrada por su ahora esposo, Anker.

Ambos se odiaban. Más cuando ella le dijo a Thomas que no regresaría con su familia, que había elegido a Anker y que él se fuera, si quería. Sin embargo él nunca se fue y decidió quedarse a su lado. Para bien o para mal.

Minutos después por fin había llegado se adentro al despacho de su Alpha. Aunque se sorprendió mucho con lo que vio. Su esposo peligrosamente cerca de la que ella llamaría "Perra rastrera" una supuesta "prima" de su marido. Aunque aparentemente parecía que estaban apunto de besarse. decidió guardar silencio "por el momento". Caminó peligrosamente directo a quitar a Tania de su camino. 

—¡Oye!  ¿¡qué te pasa!? ¡maldita! —grito cuándo Alaia la jaló del pelo arrastrándola fuera del despacho de su marido.

—¡Escucha me bien, perra! —dijo Alaia reforzando el agarre en el cabello de Tania. Y agachándose a su altura—. Te quiero lejos de mi marido, te lo advierto, te matare si no me haces caso. Nunca olvides quien soy.

Advirtió, antes de cerrar la puerta de golpe. Y finalmente girándose para enfrentar la dura mirada de su esposo. Que parecía apunto de atacarla, lo cual la descontrolo por completo.

—¿Con qué derecho hiciste eso? 

—Con el derecho de ser tu esposa y jefa de está manada —afirmó sin temor.

—Jamás trates a mi familia así otra vez, o te meterás en serios problemas, Alaia. —amenazó Anker, dejándola con un mal sabor de boca.

—¡Yo soy tu familia! —gritó llena de rabia—. No me jodas Anker.

Él medito sus palabras un momento. Sabía que esa no era la manera de tratar a su amada esposa y tenía que remediarlo.

—Lo siento — habló sorprendiéndole—. Ella ha estado ayudándome con los asuntos de las alianzas. Han matado uno de los seis y no sabemos quién fue.

Eso la consterno. Ellos eran muy poderosos y no esperaba esa noticia. Así que lo abrazo muy fuerte.

—Lo siento, sé que son tus amigos. —dijo ella acariciando su espalda.

Él suspiró abrazándola también.

—Creo que también le debes una disculpa a Tania.

—Creo que, ella debe agradecer que sigue con vida —soltó Alaia alejándose de él.

Era verdad Alaia era una gran cazadora.

—¡Alaia! —reprendió—. Te has pasado siempre te la pasas molestándola y atacándola cuando yo no me encuentro en casa. Quiero que en la cena pidas disculpas.

¿En serio? él la estaba defendiendo, otra vez. Ella era la que siempre trataba de ofenderla. No paraba de insinuar que Anker y ella eran amantes. Eso era lo que enfurecía a Alaia y hacía que despertará su instinto asesino. Pero la muy perra siempre salia corriendo a lloriquearle a su marido. Era muy buena en su papel de víctima. Algunos de la servidumbre en la mansión la odiaban por ser cazadora y corroboraban las historias de la "perra rastrera"  y siempre terminaba peleando con Anker por eso.

—¡Vete a la mierda, con tu perra! —gritó saliendo de su despacho, caminó por el amplio pasillo, para subir las escaleras a su habitación y cerro de un portazo. Las lágrimas no tardaron en aparecer, los sollozos y la desilusión.

—Deje todo por él —sollozó cubriendo su cara—. ¿Y esto es lo que gano? que me llamen mentirosa y abusadora. Vivir en un constante limbo de desconfianza. No puedo seguir así.

Luego de haber llorado por lo que ella creía una hora, con desgano se quitó el vestido y los zapatos arrojándolos a una esquina cerca de el armario. Se arrojó en la cama cubriéndose con el edredón. Había conseguido un conjunto de lencería para para tener una noche loca con Anker.

—¡Alaia! Abre la puerta, te he dicho que no me gusta, que la cierres con llave.

Ignoró la exigencia de su marido y se acomodó mejor en la cama.

«¡Qué se joda!»

—¡Si no abres, tiraré la jodida puerta! —lo dejó ahí y siguió en lo suyo. Era un idiota cuando se lo proponía y luego de hacer alguna estupidez ella lo perdonaba—. Bien... Aquí vamos.

Justo en ese momento, ella maldijo entre dientes. Si algo odiaba era un lobo era su fuerza sobre humana.

—¡Por lo menos, respeta mi espacio! ¡He sido muy directa! ¡No quiero verte! ¡Largo!.

Señaló la puerta, que ahora carecía de cerradura.

Anker era hermoso con su largó cabello castaño cayendo en sus hombros, pómulos pronunciados piel bronceada y unos intensos ojos verdes.

—También es mi habitación  —planeaba seguir. Con sus respuestas, pero guardo silencio de golpe, cuando vio su cuerpo protegido únicamente por lencería—. Amo cómo luce el rojo en ti, haces que quiera comerte.

—Y tú haces que quiera golpearte.

—No, también quieres comerme. Siento tu sabor aun cuando estoy lejos, y el único cuerpo al que el mío necesita es el tuyo. Somos tan opuestos qué nos es imposible separarnos. Ambos tenemos lo que al otro le falta.

Él tenía razón. Se necesitaban mutuamente.

Unas semanas después todo se había arreglado. Alaia le tenía un regalo muy hermoso para su esposo, pero él saldría de viaje una semana. Se reuniría con los cuatro lobos bendecidos que quedaban incluido él; ella visitaría a una vieja amiga y le pediría un favor. Anker había salido en la madrugada quería regresar lo más pronto posible a casa. Incluso le dijo que trataría de acortar la reunión lo más que pudiera, y regresaría en unos cuatro o cinco días.




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