Jackson regresó a la cama jalando el cuerpo de Nadia junto al suyo, ella estaba un poco fría por las temperaturas del blanco invierno. Ella era muy pequeña en comparación con su metro ochenta y siete. Eso le gustaba, le hacía sentir muy protector con ella. Acarició el cabello negro de ella, olía a miel y canela. Su esencia era la misma, eso le volvió loco. Ella era un manjar para él. No sabía cuánto tiempo dormiría, seguramente un par de días para adaptarse a su marca. Él no quería la responsabilidad de tener una manada, sentía que le había fallado a sus padres. No quería volver a sentirse solo, que su gente dependiera totalmente de él. Solo deseaba una cosa, encontrar a su otra mitad para poder vivir con plenitud a su lado, ella estaba ahora a su lado y era perfecta.
Nadia se removió entre sueños, sentía la calidez de un cuerpo, pero no sentía la necesidad de abrir los ojos. Todo lo que deseaba era pegarse más y más a el. Sus sentidos estaban aturdidos y no podía sentir los olores o escuchar algún ruido, algo andaba mal. Pero se sentía muy segura abrazando al cálido cuerpo junto al suyo. Le gustaba la extraña sensación que le producía sentir los brazos alrededor de su espalda y cintura, acariciándole con lentitud. El vago recuerdo de su hermano y ella preguntando a su madre constantemente por su padre, llegó a su mente. Durante años ellos veían familias unidas, padres cuidando a sus hijos con amor, veían como su tío cuidaba a sus primos. Les compraba juguetes, los llevaba al parque y jugaba con ellos. Su madre los amaba, eso nunca lo negaría ninguno de los dos, pero eso no era suficiente. Ellos anhelaban el amor de un padre, ni su tío o su abuelo podrían cubrir esa parte tan importante para ellos. Desear lo que no puedes tener. Con el tiempo, ya en su adolescencia simplemente lo guardaron para ellos. Eso le hacia recordar algo de las travesuras que hacían con su hermano.
Aiden y ella tendrían unos cuatro o cinco años.
Estaban en su primer día de preescolar, ella vio a otra niña ser llevada por su padre a la escuela. La pequeña estaba tan asustada como ella. El hombre le había susurrado que todo estaría bien, y le había dado una paleta. Giró para ver a un Aiden de mejillas regordetas y sonrojado viendo la misma escena. Ambos miraron a su madre mordiendo su labio inferior y los ojos brillantes con lágrimas no derramadas observándolos.
—Disiste que papi nos taedia —Un Aiden con su pequeño entrecejo fruncido, había dicho unas palabras muy duras sin saberlo—. No do veo.
Su madre se agachó, viendo de uno al otro acariciando el dorso de sus pequeñas manos.
—Pronto, tu abuelo lo está buscando.
—Etonces él nos va a taed —Nadia había chillado feliz.
—Estoy segura que sí, mis amores.
—¿Cuándo va a venid? —Aiden caminó tomando la mano de ambas. Era muy posesivo con las mujeres de la familia. Su abuelo y su tío solían decir que solo a él le confiarían la seguridad de sus esposas.
—No lo sé, mi campeón.
Él infló su pecho orgulloso como hacía cuando su madre le decía así.
—Yo quiedo que nos vamos al parque.
Su madre rió por la forma de hablar de ambos. No podían decir algunas palabras o pronunciar bien otras.
—Nadia mi ángel, sé dice. Yo quiero que nos lleve al par...
Su madre calló cuando entendió lo qué ella estaba tratando de decir.
—¿Ed tío también puede id con mis hedmanos?
—Campeón son tus primos y todavía son muy pequeños para ir.
—¡Mami! —Aiden se ofendió.
—Tengo ambde —Nadia jaló su mano.
—Nadia ya comiste.
—No, yo también tengo ambde.
Ella les miró con el entrecejo fruncido, no había pasado mucho tiempo desde que habían desayunado cereal de colores y leche. Eso era lo que habían pedido.
—¿Están seguros?
—Sí, mida —Aiden levantó su camisa del colegio enseñándole su estómago que empezó a gruñir.
Nadia iba a hacer lo mismo, pero su madre la detuvo sonriendo muy tensa.
—Ustedes saben cómo cambiar el ritmo de un día complicado.
Ese día no fueron a la escuela su madre habló con el director que era amigo de su abuelo. Eso lo descubrieron años después. Después fueron a la casa de sus abuelos a comer. Ellos los iban a cuidar el resto del día.
—¿Así qué mis pequeños tienen hambre?
Ellos le sonrieron a su abuela.
—¡Abuelos!
Gritaron para correr a abrazarlos.
—Niños hijos del mal, ni siquiera saben para qué es la escuela y ya se andan fugando —su abuelo despeino a ambos y ellos sonrieron con inocencia, sin comprender lo que les estaba diciendo—. Vayan con su abuela a comer.
—Vamos mami —Nadia la tomó de la mano, ella sonrió con amor mirándolos.
—Vayan, yo tengo que hablar con su abuelo.
Su abuela los llevó a la cocina preguntando qué les gustaría comer. Aiden abrió el refrigerador seguido de su hermana, viendo el congelador señalando la carne.
—¿Carne?
—Sí.
—Yo quero —Nadia confirmó con su pequeño estómago gruñendo igual que el de Aiden.
—Bien, carne será. Siéntense y coman otra cosa mientras la preparo.
Ellos negaron y sus ojos se pusieron rojos por un momento. Su abuela grito por la sorpresa. Su madre y abuelo llegaron inmediatamente viendo sus ojos rojos.
—Tendo ambde —Aiden habló con sus ojos verdes otra vez.
—Yo también —Nadia gruño con sus ojos todavía rojos cruzando sus pequeños brazos sobre su pecho.
—¡Nadia Anne, siéntate y espera que este lista la comida! ¡Tú también, Alec Aiden!
Ella parpadeó y sus ojos regresaron a su verde natural.
—Lo siento —dijo al borde de las lágrimas.
—No es tu culpa princesa —su abuelo despeino su cabello mirando a su madre, ella sólo se encogió de hombros.
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Editado: 16.11.2019