La sala era fría.
La sala era de metal.
La sala era peligro.
La sala era un lugar plagado de armas que no sería adecuado para una niña de ocho años.
Ojos verdes y cabello azabache, verde esmeralda y negro obsidiana, y labios rosados, rosa cuarzo. Manos con las primeras llagas a formar, cuerpo de constitución aún débil, pero lo suficientemente entrenado como para sostener una espada y un escudo.
Un hombre de 35 años. Cabello carbón, ojos miel, pómulos afilados y labios pálidos. Cara cansada, manos callosas por la batalla, cicatriz en el labio culpa de su séptima caza a los once años. Cuerpo fuerte, resistente y con plena vitalidad, completamente desarrollado y refinado hasta el punto de controlarlo a la perfección. Uno de los hombres más peligrosos y letales, igual que todas aquellas armas en la sala.
Las armas eran frías.
Las armas eran de hierro y arsénico.
Las armas eran mortales para los brujos.
Y para los niños, pero aquello no importaba. Lo único que importaba era la supervivencia de la niña, de la princesa heredera. La próxima gobernante del Reino Cazador.
✪✪✪
El tiempo era voluble.
El tiempo era inalterable.
El tiempo era incontrolable e imparable.
Nueve años de vida. Misma sala (fría, metálica, peligrosa). El padre le estaba ofreciendo una daga. Una promesa, una advertencia.
Nueve años de vida. Salve la princesa heredera, la próxima Gran Cazadora.
Una corona, la primera sangre. Inocencia perdida, ojos verdes esmeralda brillante a jade.
✪✪✪
Once años. Misma niña, ahora ya más crecida, más entrenada, más peligrosa.
Daga en mano, veneno de acónito untado, en un bosque. Una misión, una muerte, una traición. Un cazador siendo cazado. Una estocada y un barrido, el hombre en el suelo con una daga en su pálido cuello. Ojos esmeraldas brillando peligrosamente, tóxicos. Una última oración (una maldición a todos los cazadores) a la Triple Diosa, la Anciana, y un último aliento. El veneno actuó rápida y eficazmente, el brujo fue un cadáver en cuestión de segundos.
Once años.
La niña se quedó mirando al muerto, su tercer asesinato. Y apartó la mirada (ojos suplicantes, manos llenas de sangre, lágrima de aceptación, sangre, sangre, manos llenas de sangre).
Pasos resonaron, interrumpiendo el canto de los pájaros.
Se acercaban.
Llegaron.
Manos cálidas la rodearon, arropándola. El cansancio acumulado apareció con la bajada de adrenalina, el pesado sentimiento de traición corroyó sus entrañas hasta que su boca saboreó metal. Sus manos dolieron, pálidas por el agarre, el frío de la daga se volvió familiar. El peligro se convirtió en seguridad y el miedo se volvió en hielo.
✪✪✪
Quince años.
La sala era familiar.
La sala era de metal.
La sala era confianza.
La sala era un lugar plagado de armas perfecto para una Cazadora Heredera.
Ojos verdes y cabello azabache, verde esmeralda y negro obsidiana, y labios carmesíes, rojo sangre. Manos con varias llagas, cuerpo de constitución mediana, perfectamente entrenado para sostener cualquier arma, para matar en un parpadeo. Una niña de quince años que ya no era una niña, sino una cazadora en su pleno derecho.
Las armas eran familiares.
Las armas eran de hierro y arsénico, untados con mercurio o acónito.
Las armas eran mortales para los brujos.
Pero no para los cazadores, para ellos las armas eran su supervivencia. Su protector y su benefactor contra la magia. El veneno era su aliado, su potenciador contra el brujo.
Quince años.
Una daga clavada en una rosa en su piel.
Una marca de poder. Un símbolo de peligro. Un honor entre los cazadores.
Un lugar en la Élite.
Quince años, una cazadora de Élite, princesa heredera del Reino Cazador.