Cazadores de Brujas

CAPÍTULO 2

"Nunca dije que era una santa.
Pero tampoco soy un demonio.
No todavía."

Astrid Delysarc

El pasillo trasero del club está oscuro, iluminado solo por el parpadeo de una luz vieja que amenaza con apagarse en cualquier momento. Kai se inclina sobre mí, su cuerpo bloqueando el paso, su aliento mezclado con whisky y peligro.

—Eres un problema, Delysarc.

Su voz es baja, ronca, cargada de diversión. Y me encanta.

—No más que tú, cariño —respondo, con una sonrisa que no significa nada.

Esto no es amor. Ni siquiera es deseo real. Es distracción.

Un escape temporal.

Kai cree que soy solo una chica rebelde con un gusto por el caos. No tiene idea de la verdad. No sabe quién soy. No sabe que, si Selene me encuentra aquí, su vida valdrá menos que un susurro.

Pero no pienso en eso ahora.

Me inclino, jugando con la poca distancia que nos separa. Siento su sonrisa contra la mía cuando, de repente, un escalofrío recorre mi espalda.

Mi magia se agita dentro de mí como un grito de advertencia.

Y en ese instante, sé que la he cagado.

—Mierda... —murmuro, apartándome justo a tiempo.

Un segundo después, el aire a nuestro alrededor se congela y la sombra de Selene emerge del callejón como un espectro de la noche.

Su cabello negro cae sobre sus hombros, su postura es impecable y sus ojos están llenos de furia.

Kai no tiene oportunidad de reaccionar. Con un movimiento de su mano, Selene lo atrapa en un hechizo, inmovilizándolo en su sitio. El tiempo se detiene para él.

—¿Me puedes explicar qué carajo estás haciendo aquí? —su voz es hielo puro.

Intento poner mi mejor expresión inocente.

—Divirtiéndome.

Selene no se ríe. No se mueve. Solo me mira con esa mirada que siempre me hace sentir como una niña estúpida.

—¿Sabes lo que está pasando, Astrid?

—Sí, sí. La caza eterna, los Volkov, el peligro... bla, bla, bla.

Su mandíbula se tensa.

—No es un chiste. Lev Volkov te está buscando.

El nombre cae como una maldición entre nosotras.

Lev Volkov.

El líder de los cazadores. El ejecutor.

Mi sonrisa desaparece.

—Pero... yo no hice nada.

—A ellos no les importa. Me buscan a mí, pero te usarán a ti para alcanzarme.

Un nudo se forma en mi estómago.

Sé lo que significa estar en la mira de los Volkov.

Sé lo que hicieron con las brujas que estuvieron en su lista antes que yo.

Selene suspira, como si estuviera agotada.

—Vas a Londres. Ahora.

—¿Qué?

—Hay un departamento esperándote en Whitechapel. Quiero que te escondas ahí hasta que esto termine.

La risa se me escapa antes de poder evitarlo.

—¿Estás bromeando? ¿Quieres que me quede encerrada mientras tú juegas a la guerra?

—No es un juego, Astrid.

Su tono es frío, más que nunca. Y es entonces cuando me doy cuenta de que Selene tiene miedo.

Selene nunca tiene miedo.

Y eso significa que esto es peor de lo que pensé.

No discuto más.

No porque quiera obedecer, sino porque si Selene cree que estoy en peligro, entonces ya es tarde para huir.

***

Whitechapel huele a lluvia y nicotina.

Desde la ventana de mi apartamento en el quinto piso, la ciudad se extiende como un laberinto de luces parpadeantes y sombras eternas. Londres nunca duerme, y en este momento, yo tampoco.

Han pasado 48 horas desde que llegué.

48 horas sin Selene.

48 horas de encierro forzado.

Y estoy muriendo de aburrimiento.

No puedo salir. No puedo usar magia. No puedo hacer nada más que esperar a que mi hermana me diga que el peligro ha pasado.

Pero yo no soy el tipo de persona que espera.

No cuando sé que los Volkov ya están cazándome.

No cuando sé que, si esta es mi última noche de libertad, no la voy a pasar encerrada.

Así que hago lo que mejor sé hacer.

Romper las reglas.

Abro el armario y saco lo único que me puede devolver la sensación de control: un vestido negro, corto, ajustado en los lugares correctos. Tacones altos. Perfume con olor a peligro.

Cuando me miro en el espejo, la chica que me devuelve la mirada no parece una bruja en peligro.

Parece alguien que está a punto de olvidar todo por una noche.

Salgo del apartamento sin pensarlo dos veces.

Londres tiene mil formas de distraerse.

Yo solo necesito una.

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