"Nunca subestimes a una presa que sabe que está siendo cazada"
Lev Volkov
Astrid Delysarc está bailando.
El club está abarrotado, el aire cargado de alcohol, sudor y luces intermitentes. La música retumba como un latido en el suelo, pero yo no oigo nada más que la respiración medida de mis hermanos a través del auricular oculto en mi oído.
—La tenemos —murmura Nikolai con diversión—. Se mueve como si el mundo no la estuviera buscando.
La observo desde el otro extremo del salón, una silueta envuelta en negro que se desliza entre la multitud sin miedo. No tiene idea de que la estamos viendo. No tiene idea de que esta fiesta será su última noche de libertad.
No podemos atacarla aquí. Demasiada gente, demasiados ojos que no conocen la guerra en la que viven. La necesitamos lejos. Sola.
Viktor, apoyado contra la barra, observa en silencio. Él sabe lo que debe hacer.
—Hazlo —le ordeno.
Mi hermano se mueve sin prisa. Su postura relajada, su sonrisa fácil. Engatusar mujeres nunca ha sido un problema para Viktor.
Astrid lo nota en el instante en que se le acerca. Claro que lo nota.
Es el tipo de chica que está acostumbrada a ser mirada, a ser deseada. Pero lo que Viktor le ofrece no es admiración, ni lujuria. Es curiosidad. Un misterio envuelto en una sonrisa peligrosa.
Ella le devuelve el juego.
Él le ofrece una copa.
Ella la acepta.
Cae directo en nuestra trampa.
—Va a salir con él —anuncia Nikolai, con una carcajada baja—. Como una niña siguiendo caramelos.
Salgo antes que ellos, anticipando su ruta. Preparo el escenario.
Esta caza terminará esta noche.
***
Astrid se despierta con un gruñido.
No está en la fiesta. Está en el infierno.
Las luces son tenues, frías. El suelo es de concreto, las paredes de ladrillo viejo. La única salida es una puerta de metal, sellada.
Cuando intenta moverse, siente el roce de las cuerdas en sus muñecas. Estamos tomando precauciones.
—Bienvenida de vuelta —murmura Viktor, inclinado sobre ella.
Astrid parpadea, su mirada celeste aún nublada por el aturdimiento. Pero cuando lo enfoca, no hay miedo en sus ojos.
Curioso.
—Vaya, Viktor —murmura con voz rasposa—. Si querías acostarte conmigo, había maneras más fáciles de pedírmelo.
Viktor sonríe.
—Oh, créeme. No me interesa lo que tengas que ofrecer.
Astrid ladea la cabeza.
—¿No? Qué lástima.
Está jugando con él.
Desde las sombras, observo cada movimiento, cada gesto. La forma en que se mueve, la forma en que mide sus palabras. Es lista. Demasiado lista.
—Tienes dos opciones, Astrid —Viktor inclina la cabeza—. Nos dices dónde está Selene, o te hacemos hablar a nuestra manera.
Ella suelta una carcajada.
—¿En serio? ¿Esa es tu gran estrategia? ¿Amenazarme hasta que me orine del miedo?
Nikolai se ríe desde el fondo.
—Quizás no del miedo... —dice, con una malicia obvia.
Astrid lo ignora.
—Mira, chico lindo —le dice a Viktor—. Si crees que voy a traicionar a mi hermana por un par de cazadores con complejo de dios, entonces claramente no has hecho tu tarea.
Viktor se queda en silencio.
Ella sonríe. Nos está probando.
—No necesitas hacer esto —continúa—. Sé que tienes dudas, Viktor. Lo vi en la fiesta.
Viktor endurece la expresión.
—No sabes nada sobre mí.
Astrid se inclina hacia él, o lo haría si no estuviera atada.
—No, pero sé cuando alguien está atrapado entre dos mundos.
Es buena. Demasiado buena.
Antes de que Viktor pueda responder, el aire en la habitación cambia. Algo está mal.
Astrid exhala y su aliento se convierte en niebla.
Mierda.
La temperatura baja en cuestión de segundos. La escarcha comienza a formarse en el suelo, subiendo por las paredes.
Nikolai maldice.
—Está usando su maldita magia.
El hielo se arrastra hacia sus ataduras y las rompe como si fueran papel mojado.
Astrid se pone de pie en un instante, sus ojos brillando con poder.
Viktor intenta moverse, pero ella es más rápida.
Con un gesto de su mano, el suelo bajo sus pies se congela, haciéndolo resbalar.
—¿Sabes? —dice Astrid, mientras da un paso hacia atrás—. Estaba empezando a divertirme.
Se gira hacia la puerta, pero yo ya estoy allí.
Mis ojos se encuentran con los suyos.
Ella no se sorprende.
—Tú debes ser el famoso Lev.
Mi daga brilla con la poca luz de la habitación.
—Y tú, la bruja que no sabe cuándo rendirse.
Astrid sonríe.
—Nunca ha sido mi fuerte.
Se mueve primero. Comete el error de creer que su magia es suficiente.
Esquivo el ataque de hielo y cierro la distancia entre nosotros en un parpadeo. No necesita magia para perder.
Solo necesita enfrentarme.
Mi puño impacta contra su costado y la hace retroceder. Ella gira, intentando congelar el suelo, pero ya lo había anticipado. Me muevo con ella.
Astrid pelea bien, mejor de lo que esperaba. Es rápida, letal, pero yo soy un cazador.
Y ella es solo mi presa.
La acorrala entre el muro de hielo y mi cuerpo, con mi daga rozando su cuello.
—Se acabó —murmuro.
Pero ella sonríe.
Y entonces, el suelo explota en una ráfaga de hielo.
La presión del impacto me lanza hacia atrás, mi cuerpo golpeando el suelo con violencia. Cuando abro los ojos, ella ya no está.
Miro alrededor. Nada.
Solo escarcha y frío.
Se escapó.
Pero esto no ha terminado.
No hasta que la tenga de rodillas frente a mí.
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Astrid Delysarc
Si un cazador te pone las manos encima, lo normal sería sentir miedo.
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Editado: 10.03.2025