"Nunca creí que habría algo peor que estar encerrada en este sótano. Pero estaba equivocada. Porque ahora, me han convertido en su maldito peón"
Astrid Delysarc
No sé cuánto tiempo pasó antes de que decidieran que la tortura no funcionaba.
Nikolai parecía disfrutar demasiado destrozándome poco a poco, y Viktor...
Viktor intentaba compensar su culpa en silencio.
Pero cuando se dieron cuenta de que no iba a hablar, de que no iba a delatar a Selene, tomaron otra decisión.
Si no podían sacarme información, entonces me harían útil de otra manera.
Me harían trabajar para ellos.
Me obligarían a usar mi magia para su propio beneficio.
Solo que...
No me iban a dejar libre así como así.
Antes de sacarme de este agujero, trajeron algo.
Dos aros gruesos, de metal negro, con runas grabadas en su superficie.
Me tomaron de las muñecas y me los colocaron en ambas manos, como esposas de otro mundo.
La sensación fue inmediata.
Un peso, una presión sobre mi piel, un ardor sordo recorriendo mis venas.
—¿Qué es esto? —pregunté, intentando moverme.
Viktor fue el que respondió.
—Es un control.
Mi mandíbula se tensó.
—¿Control de qué?
—De tu magia.
Sentí un frío subiendo por mi cuello.
—¿Me están diciendo que ahora pueden... manipular mis poderes?
Nikolai se inclinó hacia mí, con una sonrisa de satisfacción.
—Exactamente, princesa.
Maldición.
Intenté contener mi expresión, pero mi mente iba a mil por hora.
Si eso era cierto, si podían bloquear o soltar mi magia cuando quisieran...
Estoy jodida.
Muy jodida.
—Si intentas usar tu poder contra nosotros —continuó Viktor—, lo apagaremos en un segundo.
Intenté morderme la lengua para no responder.
Pero no pude evitarlo.
—Vaya, qué conveniente —bufé—. ¿No podías haber hecho esto antes en vez de mandarme a la versión retorcida de un spa de tortura?
Nikolai rió.
Viktor no.
Me hicieron ducharme y vestirme.
Me dieron ropa limpia —negra, ajustada, sin personalidad— y cuando salí del cuarto, Viktor ya estaba esperando.
—Ven.
No pregunté a dónde.
No tenía opción de todas formas.
El lugar donde me llevaron era peor de lo que imaginé.
No era una oficina.
No era una cocina.
No era algún trabajo inofensivo.
Era un cuarto frío, con paredes de piedra, donde otras brujas estaban encadenadas.
Y yo tenía que ayudarlos a torturarlas.
Mi estómago se revolvió de inmediato.
—¿Me están jodiendo? —solté, incapaz de ocultar mi horror.
—No.
Mi piel se erizó.
La primera bruja que vi era joven.
Tal vez unos diecisiete años.
Estaba magullada, pálida, con los labios partidos.
Quise apartar la vista.
Pero no lo hice.
No podía.
—Tu magia nos será útil —dijo Viktor, en tono bajo.
Yo lo miré con puro asco.
—¿Creen que voy a ayudarlos?
—No tienes opción.
—¿Ah, sí? ¿Y qué van a hacer si me niego?
Nikolai intervino en ese momento.
Y su voz fue lo más cruel que había escuchado hasta ahora.
—Si no lo haces, torturaremos a esta niña frente a ti —sonrió—. Y lo grabaremos para Selene.
Mi piel se enfrió.
No.
No, no, no, no.
Me estaban forzando.
Me estaban obligando a convertirme en una de ellos.
Mis puños se apretaron.
Pero cuando la chica encadenada alzó la mirada y la vi rogarme en silencio...
Supe que ya habían ganado.
Después de horas soportando el infierno, me dejaron salir.
No libre.
Solo un respiro antes de la siguiente pesadilla.
Estaba caminando por uno de los pasillos cuando me encontré con Nikolai.
Él se detuvo, mirándome como si yo fuera un chiste ambulante.
—Vaya, mira quién está suelta.
—No estoy de humor.
—¿Desde cuándo estás de humor para algo?
No respondí.
Intenté seguir de largo, pero él se puso en mi camino.
—Sabes, princesa... no te ves tan fuerte ahora.
Oh, por favor.
Solté una carcajada seca.
—¿Eso es lo mejor que tienes, Volkov?
Él sonrió.
Y me escupió en la cara.
Hijo de puta.
Mi sangre se encendió.
Y sin pensar, le lancé un puñetazo.
Mi primer error.
Él lo vio venir.
Me agarró de la muñeca y, en un parpadeo, me empujó contra la pared con fuerza.
El impacto me dejó sin aire.
Cuando lo miré, su expresión ya no tenía diversión.
Solo rabia.
Rabia pura.
—Voy a matarte —susurró.
Y entonces, sacó su arma.
El cañón se apoyó contra mi frente.
No me moví.
No pestañeé.
Pero, por primera vez...
No estaba segura de que no lo haría.
La tensión en el aire era un nudo estrangulador.
Pero antes de que pudiera hacer nada...
Viktor apareció.
Y con un solo gesto, detuvo a su hermano.
—Lev no la quiere muerta.
La voz de Viktor era firme. Una orden, no una sugerencia.
Nikolai apretó la mandíbula.
No me soltó de inmediato.
Me sostuvo allí, con el cañón aún presionando mi piel.
Por un largo y maldito segundo, creí que iba a disparar de todas formas.
Pero entonces, bajó el arma.
Y se fue.
Dejándome con Viktor.
Y con demasiadas preguntas.
Viktor no me dejó hablar.
Solo me jaló lejos del pasillo.
Cuando estuvimos en una zona más privada, me empujó contra la pared.
Pero no como Nikolai.
Él no estaba tratando de matarme.
Solo de advertirme.
—No lo provoques.
Le sostuve la mirada.
—¿Te refieres al psicópata con complejo de hermano menor?
Viktor no sonrió.
—Hablo en serio, Astrid.
Rodé los ojos.
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Editado: 10.03.2025