Lev Volkov
La reunión había comenzado hace más de una hora.
Líderes de distintas facciones estaban reunidos en la sala principal de nuestra fortaleza, discutiendo estrategias, intercambiando información y exponiendo los nuevos métodos de caza.
Los mapas sobre la mesa mostraban territorios marcados, zonas donde las brujas aún se escondían, refugios que pronto dejarían de ser seguros para ellas.
Era una conversación eficiente, estratégica.
Pero había algo más en la habitación.
Algo que no debería estar aquí.
Y era ella.
Astrid Delysarc.
La bruja que se negaba a romperse.
No había sido traída aquí como prisionera común.
No.
Esta vez, era la diversión.
Los cazadores no solo querían discutir estrategias.
Querían ver a una de las suyas torturar a su propia gente.
Por eso la trajeron.
Por eso estaba de pie frente a nosotros, con las muñecas sujetas por los grilletes rúnicos que controlaban su magia.
Y por eso, justo a su lado, había una bruja encadenada, esperando su destino.
—Vamos, Astrid —dijo uno de los cazadores con una sonrisa burlona—. No nos hagas esperar
Astrid no se movió.
Su expresión no mostraba miedo.
Pero yo podía ver cómo sus manos estaban tensas.
No por el frío de la sala.
Sino porque sabía lo que venía.
Sabía lo que esperábamos de ella.
Nikolai se inclinó en su asiento, disfrutando la escena.
—Me pregunto qué será lo primero que hará. ¿Quemarla viva? ¿Romperle los huesos?
Astrid apretó los dientes.
Pero no dijo nada.
Yo tampoco.
Solo la observé.
Porque quería ver hasta dónde llegaría antes de quebrarse.
Porque quería entender por qué demonios seguía resistiendo.
Viktor, sentado a mi derecha, no parecía disfrutar esto tanto como los demás.
Pero tampoco intervino.
Porque sabía que no tenía opción.
Porque en este mundo, no hay lugar para la piedad.
Astrid finalmente se movió.
Lentamente, como si cada paso la pesara.
Se acercó a la bruja encadenada.
Los cazadores la observaban con emoción.
—Hazlo —ordené con voz baja, pero firme.
Ella se quedó quieta.
Mi paciencia se agotaba.
—Hazlo, Astrid. O lo haré yo.
Sus manos temblaron.
Pero no retrocedió.
En su mirada no había sumisión.
Solo odio puro.
Pero al final…
Hizo lo que le pedimos.
Usó su magia.
La temperatura en la habitación descendió de golpe.
El aire se volvió helado, gélido, como si un fragmento de invierno se hubiera infiltrado en la fortaleza.
Y entonces, los gritos comenzaron.
La bruja encadenada se convulsionó cuando el hielo recorrió su cuerpo.
Piel endurecida.
Dedos quebrándose.
Humo blanco saliendo de su boca, como si su alma estuviera congelándose por dentro.
El sonido de los huesos resquebrajándose llenó la habitación.
Pero lo peor de todo…
Lo peor fue su silencio.
Astrid no dijo una sola palabra.
No reaccionó.
No mostró satisfacción.
No mostró culpa.
Solo hizo lo que tenía que hacer.
Y eso…
Eso fue lo más perturbador de todo
La diversión fue interrumpida por la llegada de más cazadores.
Otros líderes.
Los recién llegados se acercaron a la mesa, analizando la escena con interés.
Uno de ellos sonrió con burla.
—No pensé que los Volkov se entretenían con trucos de circo.
Los demás rieron.
Yo no.
No porque me molestara la burla.
Sino porque sabía que estaban probando los límites.
Estaban viendo hasta dónde podían desafiarme.
Sus miradas se desviaron hacia Astrid.
Uno de ellos chistó con diversión.
—Debe ser humillante para ella, ¿no? Hacer esto frente a su propia gente.
Ella mantuvo la cabeza en alto.
Pero sus puños estaban cerrados.
Podía sentir la rabia ardiendo en ella.
Y por alguna razón…
No quería que la perdiera aquí.
No delante de estos buitres.
Nikolai que había estado callado por un momento, decidió encender más el fuego.
—Si crees que esto es humillante, deberías ver lo que hacemos cuando no hay reuniones formales.
Más risas.
Astrid siguió sin responder.
Pero yo podía ver cómo sus uñas estaban clavándose en sus palmas.
Entonces, antes de que la provocación pudiera escalar más…
Viktor intervino.
—Es suficiente.
La sala se quedó en silencio.
Nikolai lo miró con incredulidad.
—¿Qué? Apenas nos estamos divirtiendo.
—Dije que es suficiente.
Mi hermano no alzó la voz.
Pero había algo en su tono…
Algo que dejó claro que no estaba pidiendo permiso.
Mi mirada se posó en él, analizando sus intenciones.
Viktor no era como yo.
No disfrutaba la crueldad.
Pero tampoco la evitaba.
Así que, si estaba interviniendo…
Era porque sabía que estábamos en el límite.
El límite entre hacerla obedecer…
Y hacerla quebrarse.
Finalmente, exhalé lentamente y asentí.
—Llévatela.
Viktor no dudó.
Se acercó a Astrid y la tomó del brazo.
Ella ni siquiera lo miró.
Y cuando salieron de la sala…
Me di cuenta de algo que no quería admitir.
Por primera vez en años, algo me incomodó.
No la tortura.
No la humillación.
Sino el hecho de que se la estaba llevando.
***
La reunión había terminado.
Los cazadores se marchaban uno a uno, algunos con una última mirada burlona, otros con una promesa futuras alianzas
No confiaba en ninguno.
Pero eso no era nuevo.
Viktor habia regresado, estaba allí, sentado en el borde de la mesa, limpiando su navaja con calma.
Esperando.
Sabía que quería hablar.
Y sabía que, como siempre, sería sobre ella.
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Editado: 10.03.2025