Cazadores de Demonios

CAPÍTULO 4

JENNA

 

Había estado soñando con algo extraño que me dejó un mal sabor de boca cuando abrí los ojos de golpe. Un horrible pinchazo me hizo apretar mucho los párpados, pero el siguiente golpe procedente del salón me indicó cuál había sido la causa de despertarme a mitad de la madrugada.

 

- ¡Jenna!

 

Salí de la cama disparada en cuanto escuché la grave voz de mi hermano gritando. Olvidé el dolor de cabeza y todo lo relacionado con aquel sueño, y sin siquiera calzarme las zapatillas de casa me abalancé a través de la puerta hacia el amplio salón.

 

Kaleb, fue lo primero que pensé, con el terror apretándome la garganta cuando vi que Frey cargaba un cuerpo entre sus brazos. Pero aquel muchacho que tendió sobre la mesa de madera del salón era demasiado pequeño para ser Kaleb, y su cabello era rubio, a diferencia del de mi hermano que era tan oscuro como el nuestro.

 

-¿¡Qué… qué ha pasado?!

 

- ¡Trae paños fríos, Jenna, rápido!

 

No cuestioné, ni pregunté. Salí como una bala hacia el baño, sacando con desesperación las toallas y trapos que habíamos apilado en una estantería de madera.

 

- Está ardiendo- me dijo Frey desde el salón, mientras yo llenaba una cazuela con agua fría, y entonces, lo escuché soltar un par de tacos que me dejaron helada. Mi cabeza iba a cien, al igual que mi corazón, pero no conseguía organizar mis pensamientos con la suficiente claridad como para tratar de encontrar algún sentido a lo que estaba ocurriendo.

 

- ¿Frey, qué ha pasado?- volví a preguntar, una vez conseguí aclarar mi garganta lo suficiente.

 

- Acaba de expulsar a un demonio. ¡Trae los paños ya, Jenna, el chico está ardiendo!

 

- ¿Está vivo después de expulsar a un demonio?- jadeé, aturdida, corriendo hacia la mesa donde mi hermano había tendido al individuo. Me había asustado con su respuesta, y más aún con la excesiva preocupación que sus palabras expresaban.

 

Pero entonces, mi preocupación se multiplicó por cien cuando llegué al salón y vi el rostro del chico que estaba tendido allí.

 

No, no era Kaleb.

 

Aquel muchacho era él. Entre toda la población que había en aquella ciudad, entre toda la gente que podía haber sido poseída por un demonio y sobrevivir a ello, tenía que ser él el que estaba tumbado en la mesa de madera del salón.

 

Primero tocas a un incorpóreo. Luego te escapas de mí en el instituto. ¿Y ahora expulsas a un demonio de tu cuerpo y acabas tendido en la mesa sobre la cual he estado cenando hace unas horas?

 

Mierda, se supone que estas cosas solo pasan en las películas.

 

Frey se había deshecho de su camiseta, dejando al descubierto su pálida piel, que ahora estaba cubierta por una fina capa de sudor provocada por la alta fiebre. No me pasaron desapercibidas las extrañas marcas rojas que había en su pecho, como cicatrices, y sé que Frey también las había visto, pero aquel no era el momento de pararse a resolver otro misterio más. Ayudé a mi hermano a colocar los paños fríos sobre todo su cuerpo, desde el cuello hasta el estómago, y cuando mis dedos rozaron levemente la pálida piel, me asusté por la elevada temperatura.

 

- Tiene que estar al menos a cuarenta grados- murmuré, preocupada. Él tardó un momento en prestarme atención, como si no me hubiese escuchado, y vi en su rostro los signos del cansancio, sus ojos caídos y la dificultad con la que respiraba.

 

Le cogí el trapo que tenía entre las manos, y lo metí en la cazuela de agua fría, señalando con la cabeza hacia su habitación.

 

- Ve a despejarte- le ofrecí, consciente de su estado.- Yo me encargo del chico. De todas formas, no creo que vaya a despertar en un largo rato.

 

Tras un momento de duda, Frey asintió, poniéndose en pie con dificultad.

 

- Gracias- murmuró entre dientes, antes de dirigirse hacia su cuarto.

 

Sabía que necesitaba recuperarse de lo que fuera que había pasado allí afuera. Matar a los demonios significaba absorber sus almas- es decir, absorber, en última instancia, oscuridad-, y los cazadores necesitaban recuperarse de eso. A menudo pasaban la mañana siguiente entera dormidos, o tendidos en el sofá, pero en aquella ocasión no había tiempo para eso.

 

Las toallas que hacía medio minuto habían entrado en contacto con el muchacho ya estaban calientes, y tuve que volver a cambiarlas para intentar bajar la temperatura corporal. El chico se removía, sumido en la inconsciencia, y sus ojos se contraían y se relajaban, como si tratase de luchar contra algo que no estaba ahí.

 

- Maldita sea, ¿cuántos secretos más escondes?- murmuré, pasándole una mano por el rostro para apartar un mechón rubio que se había pegado a su frente por el sudor.

 

No comenté nada cuando Frey regresó junto a mí y un fuerte olor a licor- ginebra, probablemente- fluyó hasta mis fosas nasales. Sabía que estaba agotado, y que a menudo hacía uso delas botellas que escondía en alguno de los rincones de su habitación para poder sobrellevar la carga que era el absorber las almas de todos los demonios que cazaba. Sí, heredar el poder de los cazadores Emerson tenía sus ventajas, pero también su precio a pagar.

 

- ¿Has… matado el demonio que ha salido de él?- le pregunté, con curiosidad, pero él negó con la cabeza.

 

- Había otros dos demonios incorpóreos con él- me explicó.

 

Como ocurrió en el callejón. Un demonio incorpóreo estaba con él...

 

- Frey...- murmuré, cuando hubimos cambiado los paños por tercera vez.- Lo conozco.

 

Él alzó la mirada de ojos azules hacia mí, frunciendo el ceño con aturdimiento.




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