JENNA
Detrás de mí Lydia temblaba por el miedo, pero, a pesar de que le había gritado que se marchase, ella permanecía ahí, junto a la pared, como si hubiese perdido la capacidad incluso de echar a correr. Pero él no le prestaba atención, sólo me buscaba a mí. Era yo quien había acabado con dos de sus hermanos.
- Ciertamente, no creía que serías una niña- estaba diciendo en ese momento el Shinigami. Era un hombre de unos cuarenta años, vestido de negro, y aunque sus ropas eran de calidad, no vestía tan elegante como el demonio que matamos en la iglesia de Greenwoods. En cualquier otro escenario, nadie habría reparado mucho en él, pues lo siniestro sólo se detectaba cuando uno miraba a su rostro blanco y a sus ojos negros y crueles.
Sostuve con más fuerza la navaja en mi mano, pero sabía que no tendría ninguna oportunidad contra él. En la fiesta de Ethan había tenido la ayuda de Frey, y en la iglesia, la de Mara y Kyle. Sola, nunca sería capaz de acabar con un demonio tan fuerte como un Shinigami.
- Lydia, por favor, vete- le susurré una última vez con la esperanza de que ella reaccionase, pero seguía tan pálida como el papel, y negó con la cabeza, dejando escapar las lágrimas de sus ojos.
- No sé qué ocurre, pero no te dejaré con él.
Maldije en silencio con todas las palabras que conocía, y sostuve la navaja, pidiéndole que se echase hacia atrás. Antes de que el hombre pudiese lanzarse a por mí, avancé con firmeza, como había aprendido en los entretenimientos con Kaleb, y traté de dañarlo con el filo del arma.
El demonio me recibió con una sonrisa, y, un instante antes de que pudiese alcanzarlo, saltó con gracia a un lado, esquivándome.
Sus manos agarraron mis hombros y me empujaron con fuerza hacia atrás, contra la pared. Salí disparada como si no pesase más que un saco vacío. Lydia gritó cuando mi espalda golpeó duramente y caí al suelo, y yo apreté mucho los ojos, tratando de que el terror no me dominase. Eso era lo que el Shinigami quería. Quería asustarme, torturarme, pues sabía que podía matarme cuando quisiera, pero no deseaba hacerlo aún. Deseaba ver cómo el miedo me consumía poco a poco, sabiendo que no podría huir.
- Lydia, vete...- pedí una vez más, en un susurro. Ella estaba acurrucada en la esquina, contra los taquilleros, con las mejillas llenas de lágrimas y el cuerpo tembloroso.
- Vamos, Jenna. No puedo creer que matases a dos de mis hermanos. ¿Dónde está la cazadora, eh?
La rabia que me produjeron sus palabras me dieron la fuerza suficiente para ponerme en pie. No fue hasta que lo hice que fui consciente de que era lo que él había estado deseando. Vi la sonrisa cruel extendiéndose por los finos labios, y el rictus de diversión que se apoderó de su rostro cuando avanzó con pasos lentos y tortuosos hacia mí.
- Vamos, por favor...- susurró muy cerca de mi rostro, poniendo la gran mano en mi cuello. Aproveché su cercanía para golpearlo en el estómago con la rodilla, pero el gesto le dolió tanto como si lo hubiese acariciado con una pluma. De pronto mis pies ya no estaban tocando el suelo, si no que él me tenía alzada, agarrando mi cuello con la mano. Los ojos me lagrimearon, y sentí el terror al pensar que un sólo apretón con aquellos cinco dedos podría romperme los huesos.
Lydia lloraba, suplicándole que me dejase en paz. Sacudí los pies, peleando con su agarre en busca de aire, pero mis desesperados gestos sólo le provocaban al Shinigami sonrisas de diversión.
- Aléjate de ella.
El agarre a mi cuello se relajó, y tosí, obligándome a llevar el aire a los pulmones aunque estos ardiesen. Inconscientemente giré la cabeza hacia atrás, descubriendo que por la esquina del pasillo acababan de aparecer Mara y Kyle. Apreté mucho los dientes con angustia, maldiciéndolos en silencio por no haber huido cuando aún había tiempo.
- Me quiere a mí- les avisé, negando con la cabeza.- Marchaos, por favor. Llevaros a Lydia…
Avisad a mis hermanos, supliqué en silencio. Pensé con esperanza que, vista la situación, Kyle ya lo habría hecho.
- Qué lindo por tu parte proteger a tus amigos- se burló el demonio. Él sabía que tenía la batalla ganada, que esa noche se llevaría un trofeo, que mataría a quien había matado a dos de los suyos. Sin embargo, eso no significaba que los demás tuviesen que verlo, o que tuviesen que pagar.
- ¡Sólo me quieres a mí!- exclamé, aún con la mano en mi garganta por el dolor que me causaba respirar. Me apoyé con dificultad en la pared, pero el Shinigami había dejado de prestarme atención. Se había girado hacia los recién llegados, y la impotencia de no poder incorporarme me invadió por dentro. No podía dejar que los dañase. Mientras yo estuviese viva, no pondría una mano encima de ninguno de mis amigos.
- Tú...- siseó el hombre, dando un paso lejos de mí.
- No...- me agaché para agarrar la navaja que había acabado en el suelo, intentando controlar mis ojos para que dejasen de llorar.- ¡Déjalos…!
De pronto, yo parecía haber desaparecido. El demonio ya no me prestaba atención, ni tampoco parecía ver a Lydia o a Mara. Su mirada se había clavado en Kyle como si fuese el único que existiese, y sentí la angustia mezclándose con la frustración en mi pecho.
- Sabes quién soy, ¿verdad?- la voz de Kyle sonaba aterradora, nada similar al tono bajo y tranquilo que empleaba de habitual. Su postura era también diferente, con la espalda erguida y la cabeza firmemente alzada hacia el demonio que tenía en frente. No mostraba ni ápice de miedo, es más, era el Shinigami el que parecía sentir algo de respeto hacia él.
Mara aprovechó el momento para correr hacia mí, sosteniéndome para que no me volviese a caer.