Cazadores de Demonios

CAPÍTULO 14

MARA

 

Cuando entró a casa, la única luz de la vivienda provenía del salón, de una pequeña lámpara que reposaba en una estantería sobre la televisión. La muchacha se detuvo en la puerta, viendo la figura de su padre, que se encontraba sentado en el sofá. El hombre estaba vestido con el pijama y una bata por encima, y tenía en el regazo el cuaderno de notas que usaba cuando planeaba escribir una nueva novela. Sin embargo, no parecía estar haciéndole demasiado caso.

 

Mara vio una botella de contenido sospechoso sobre la mesita de madera, pero al olfatear el ambiente, no le pareció que oliese a alcohol.

 

- Papá… ¿podemos hablar?

 

El hombre alzó la mirada, observando a su hija entrar al salón.

 

- ¿Cómo ha ido el partido? ¿Ha ganado Greenwoods?

 

- No lo sé- admitió la muchacha sentándose en un sillón y sacándose las botas de cuero negro.- Me he marchado antes de que acabase el partido.

 

Dejó el calzado colocado con orden, alineado, junto a la mesa, pese a que nadie le hubiese dicho nada de haberlo dejado desparramado de cualquier manera; lo cierto es que sólo lo había hecho para ganar tiempo antes de volver a alzar la mirada.

 

- Papá… ¿alguna vez piensas en la muerte de mamá?

 

El hombre clavó la mirada en su cuaderno durante unos segundos antes de cerrarlo y dejarlo sobre la mesa. Su mano se estiró hacia la botella, pero Mara le pidió que no lo hiciera.

 

- Necesito hablar, papá- le dijo con súplica.- Necesito hablar contigo, con mi padre. No con la versión en la que te conviertes cuando bebes.

 

El gesto del hombre se congeló, y su mano se cerró en el aire, alejándola de nuevo hacia su regazo sin haber tocado la botella.

 

- Lo siento- murmuró, en voz muy baja. Con gran esfuerzo, alzó la mirada y la posó en su hija.- Pienso en tu madre todos los días, Mara. Todos los días…

 

- Y… ¿no te sientes frustrado? Si tuvieses la oportunidad de matar a quien le hizo eso a mamá, no… ¿no querrías hacerlo? ¿No desearías poder vengarte por lo que ocurrió?

 

A pesar de que lo intentó, Mara no consiguió que sus ojos no se llenasen de lágrimas. Había pasado cuatro años luchando contra lo que todo el mundo decía a su alrededor; que su madre se había suicidado. Ella supo desde el primer momento que no había sido así, que había alguien detrás de aquella tragedia.

 

Cuatro años después, cuando ya había aprendido a controlar sus miedos y sus paranoias, cuando las noches dejaron de ser un infierno al pensar que se había quedado sola y que nunca nadie la creería, ellos habían regresado. Los había tenido delante, a apenas dos metros de donde ella se encontraba. Los hombres, los demonios, que mataron a su madre. Y estaban volviendo a actuar, estaban volviendo a matar frente a sus narices… pero ella volvía a ser incapaz de hacer nada.

 

- No… no lo sé- Harold se frotó el rostro notando las punzadas de dolor en la parte trasera de su cabeza. Desde que los suicidios comenzaron de nuevo en Greenwoods, no había dormido bien. Su hija lo miraba con impaciencia, pero él no sabía responder.- Supongo que… nada de lo que hagamos nos la devolverá- dijo al fin, con voz muy suave y afligida.

 

Mara clavó la mirada en el canto de la mesa, y las lágrimas que inundaban sus ojos se desbordaron, rodando por sus mejillas hasta perderse bajo la barbilla.

 

- Mara…

 

- La hecho de menos, papá- susurró.- Creía que ya lo había superado, que ya estaba bien… pero todo parece regresar, y yo no puedo más que sentarme a ver con impotencia como… como la historia se repite.

 

Al principio, Harold sólo pudo ver con perplejidad cómo los hombros de su hija temblaban, encogiéndose y relajándose con su llanto. Después, con algo de torpeza, se puso en pie y se aproximó hasta el sillón donde la chica se encontraba.

 

- Lo sé, pequeña- le rodeó con los brazos, acariciando la corta melena de la joven con una mano. Sabía que los nuevos suicidios en Greenwoods debían haber afectado a su hija, pero en aquel momento se daba cuenta de que él había estado demasiado ciego como para ver el verdadero dolor de la chica.

 

La acogió entre sus brazos de manera protectora. Ojalá supiese cómo solucionar aquello, ojalá hubiese sabido cómo hacerlo hacía cuatro años. Todos aquellos misterios, todos aquellos problemas, simplemente le venían demasiado grandes. Era un cobarde, lo sabía, pero no tenía idea de cómo cambiarlo.

 

Esa noche, después de que Mara se retirase a su habitación, Harold pasó largo rato con la mirada clavada en la foto enmarcada que adornaba la pared del salón. Margareth, Mara, y él. Una familia feliz.

 

Después, se puso en pie, y llevándose la botella de whisky a la cocina, la descorchó. Torpemente tiró el corcho a la basura, y vertió el contenido que quedaba por el fregadero.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.