Cazadores de Demonios

CAPÍTULO 19

JENNA

 

- Escuchad, sólo tenemos que asegurarnos de estar los tres juntos, y siempre en un lugar en el que haya más gente, ¿vale?-les dije, tratando de mostrarme segura en mis palabras. Una parte de mí quería creer que todo aquello era sólo una paranoia mía, que a la mañana siguiente, cuando hubiésemos regresado a Greenwoods, los tres nos reiríamos por nuestra actitud dramática.

 

Pero la otra parte, la parte previsible (o tal vez la parte histérica), no dejaba de ver peligro en cualquier esquina.

Y, aunque realmente aquello no tuviese que ver, el hecho de que fuese de noche, y el aspecto del lugar en el que nos íbamos a hospedar pareciese recién sacado de una película de terror, no ayudaba.

 

‘Hostal Reina’, ponía en un cartel que parecía llevar allí desde mucho antes de que nosotros naciésemos. Las paredes del edificio tenían la pintura descascarillada, y la luz de una de las farolas tembló cuando pasamos junto a ella.

 

- ¿Soy la única que tiene escalofríos con este sitio?- murmuré, mientras caminábamos hacia el hostal.

 

- A mí me parece acogedor- respondió con ironía Mara, colgándose la mochila al hombro.-¿Qué hay de tus hermanos? ¿Van a venir a salvarnos del demonio asesino?

 

- En serio, ¿por qué todo es una broma para ti?- resopló Kyle entre dientes, y la muchacha rodó los ojos con un gesto burlón.

 

- Aún no han respondido- les dije, en el momento que entrábamos al hostal. El profesor Scratch, con esa sonrisa emocionada que llevaba en los labios desde que la excursión había empezado, nos indicó que las habitaciones de las chicas estaban en el ala este, mientras que las de los chicos quedaban en el extremo contrario.

 

- ¡Recordad, muchachos! Poneos por parejas, y cuando hayáis terminado de acomodaros, acudid al comedor.

¡La cena es a las nueve!

 

- Nos vemos en el comedor, ¿vale?- nos dijo entonces Kyle, colgándose mejor la mochila al hombro.- Tened cuidado.

 

- Tú también. Cualquier cosa, manda un mensaje, ¿de acuerdo?

 

Noté un nudo angustioso en el pecho cuando lo vi alejarse y tomar unas escaleras distintas a las que nosotras íbamos a subir. Pero él se marchaba al lado de los chicos, y tampoco es que pudiese atarlo a mí con una cadena y no perderlo de vista ni siquiera por un instante.

 

- Vamos, mamá gallina, que tu polluelo estará bien- bromeó Mara, tirando de mi brazo.- Vamos a buscar una habitación con vistas a la playa.

 

- ¿Sabes? Realmente envidio tu capacidad de bromear en estas situaciones- le espeté, siguiéndola hacia el piso de arriba.

 

Las habitaciones de aquel sitio no eran nada del otro mundo. Tenían dos camas, dos armarios junto a la ventana, y un escritorio arrinconado en una esquina con una silla a la que le cojeaba una pata.

 

- Hogar, dulce hogar- suspiró Mara, apropiándose de una de las camas, Se sentó, y dio varios brincos, descubriendo que el colchón chirriaba bajo su peso.- Se nota que nuestro instituto es público.

 

- Bueno, al menos espero que no haya chinches- murmuré yo, dejando mi mochila con cautela. Me acerqué hasta la pequeña ventana, para ver que esta daba a un patio trasero que estaba prácticamente sumido en la oscuridad.- Voy a intentar contactar con mis hermanos de nuevo.

 

- Bien, yo voy al baño- Mara se puso en pie, de nuevo, dirigiéndose hacia la puerta.

 

- Espérame allí, ¿vale?- le pedí, consciente de mi exceso de preocupación.- Y después bajamos juntas al comedor…

 

- Estás que te mueres del miedo, ¿eh?- se burló, rodando los ojos, y yo imité su gesto, hastiada.- Pero bueno, como quieras.

 

***

 

- Aquí estás, Emerson- la voz heladora me hizo dar un brinco en mi lugar, e, inconscientemente, mi mano viajó hasta el bolsillo, donde llevaba escondida la daga de plata.

 

Al girarme, vi con desesperación que por el pasillo, con rostro victorioso, caminaba ni más ni menos que nuestro querido profesor Philips. Me lanzó una mirada orgullosa, y sonrió cuando llegó a mi altura, pero desde luego que su gesto no tuvo nada de amable o divertido.

 

- Profesor Philips…

 

- ¿Es que crees que eres diferente de alguna manera? ¿Que las normas no se aplican a ti?

 

- ¿Q-qué?- parpadeé varias veces, confusa ante la mirada belicosa que me dedicó.

 

- ¿Has visto la hora, Emerson?- el hombre se alzó la manga de la camisa con un gesto teatral, y me mostró el reloj de muñeca, señalándolo como si en él estuviesen las respuestas a todas las preguntas existenciales.- Son las nueve y cinco minutos, Jenna Emerson.

 

La maldita cena.

 

- Lo veo, profesor- asentí, obligándome a mostrarme obediente.- Pero estaba esperando a Mara, que está…

 

- ¿A Mara?- el hombre me fulminó con la mirada, y me pregunté una vez más qué había hecho yo para que ese hombre me odiase tanto.

 

- Sí, está en…

 

- En el comedor- me interrumpió de nuevo, haciéndome sentir frustrada.- No trates de echarle la culpa a otra alumna, Emerson, esa es una actitud muy inapropiada.

 

- Pero…

 

- Eres la única que no está donde debe cuando debe- replicó con frialdad.- Ahora, vete inmediatamente al comedor.

 

Tragué saliva, ingiriendo así todos los tacos que quería soltar en ese momento. Dediqué una última mirada a la puerta del baño, preocupada. ¿Sería que Mara había ido por su cuenta al comedor, sin esperarme? A lo mejor le había surgido algo, o se había despistado hablando con alguien, o simplemente había olvidado que le había pedido que me esperase.

 

Podía ser cualquier cosa, y, aunque mi mente amenazase con pensar en los peores escenarios, con la figura severa y enojada del profesor de química junto a mí, poco podía hacer. Odio ser una alumna.




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