Cazadores de Deregron: El lobo y el vampiro

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                                                             Catherine

 Me importaba en lo más mínimo como estaba mi madre, pero por lo menos sabía fingir bien.

Estaba parada afuera de la habitación, con la caja que me había dado entre mis manos, observándola, no sé porque estaba ahí, creo que solamente estaba esperando a que salga un medico a decirme que mi madre ya había muerto, y eso pasó. Levanté la vista hacia el médico.

-Lo lamento, señorita Blasswood- titubeó- pero su madre ha fallecido, si quiere despedirse, puede hacerlo- y antes de que pudiera responderle se dio media vuelta y se fue, tal vez no quería consolarme si llegara a llorar, pero claro, ¿Quién consolaría a su castigador?.

Todos los médicos ya se habían ido cuando entre nuevamente a la habitación, estaba a oscuras y la única luz que había era la de la luna que entraba por los grandes ventanales, por alguna razón ese lugar que tenía cierto aspecto escalofriante, me traía cierta paz, me giré hacia la que había sido la cama de mi madre y estaba allí, su cuerpo, tapado por una sábana blanca, me acerqué y la destapé, su cara podría haber asustado a cualquiera, pero a mí no, no después de haber visto tantos interiores de vampiros. En ese momento me di cuenta que aún tenía entre mis manos la caja que me había dado, así que la dejé en la mesa de luz y pude notar que su camisón, a la altura del pecho, había unas marcas de sangre, le levante el camisón un poco y vi que justo sobre su corazón, había unas marcas de garras, solté el camisón y caminé hacia el ventanal, miré a través de la ventana, hacia el bosque. Había un vampiro entre nosotros y no lo iba a permitir.

Cuando había salido de la habitación de mi pasada madre, vi que la sirvienta estaba caminando hacia mí, me alejé de inmediato, no quería tener que lidiar con problemas que no me interesaban.

-Cath, señorita Cath- yo seguí caminando rápidamente-  señorita… Catherine- volvió a insistir, pero aún así no pensaba parar, yo ya le había dicho como debía llamarme- señorita Blasswood, por favor, es importante- finalmente (y lamentablemente) se acordó de cómo llamarme, por lo que miré hacia arriba y con un gran suspiro que cualquiera hubiera notado, me di vuelta.

-Tienes dos minutos, apresúrate- la sirvienta se recuperó de su pequeña corrida y comenzó a hablar:

-señorita Blasswood…, he recibido una carta de Francisco- fue ahí, cuando finalmente llamó mi atención, pues no escuchaba ese nombre hace mucho tiempo, la sirvienta continuo con su monólogo- me ha comunicado que en esta carta hay información de que en la zona este del pueblo Folk hubo unos ataques ocasionados por vampiros- esperaba que continuara, pero no lo hizo, se quedó callada, tendiéndome la carta.

-¿y?

-Eso es todo lo que me comunicó, el resto lo dice la carta.

-¿Me estás diciendo que no has leído la maldita carta?- dije ya furiosa

-Pero señorita Blasswood, no tengo autorización para leer las cartas, su madre…

-¡Mi madre ya está muerta! Por si no te enteraste, esta te la dejo pasar, pero la próxima ya lo sabes, debes darme toda la información que dice la carta ¿Entendiste?- dije al borde de explotar, la sirvienta asintió con temor, pues no le convenía rebelarse ante alguien más poderoso que ella, también sabía que le iría muy mal; le arrebaté la carta de la mano con bronca y le ordené que se marchara, el corazón me latía a mil por hora por la ira, pero de todas formas esto no podía esperar, temblando de la histeria abrí la carta y la leí. Decía que en la zona este del pueblo, unos vampiros habían atacado y matado, tanto a humanos como a animales,  y que un humano había sido mordido por un vampiro y había sobrevivido.

Para eso no había tiempo que perder, si se había transformado en vampiro, tal vez, solo tal vez, nos daría la ubicación exacta de esas asquerosas ratas aladas, ya que por alguna razón, cuando se transformaban, esa ubicación, automáticamente entraba a su mente y sabían a donde ir, dejé todos mis pensamientos y emociones de lado y salí corriendo de aquella mansión, donde había quedado en el olvido el cuerpo de mi madre, donde los secretos estaban ocultos debajo de cada cosa posible, aquella mansión que había sido construida con todo ese dinero salido de cadáveres de seres antinaturales.

Salí hacia la armería, donde pasaba la mayor parte de mi tiempo mejorando armas, agarré algunas pistolas y estacas y con las llaves en mano, subí a mi camioneta y comencé a conducir a toda velocidad, todo lo que la camioneta podía dar.

Desde que los celulares y toda la tecnología dejó de funcionar misteriosamente, la comunicación se vio muy dificultada durante años, y ahora las cartas eran lo único que podía reemplazar a este pequeño problema comunicativo, literalmente habíamos vuelto en el tiempo y eso no ayudaba mucho en estos tiempos, pero si cualquiera me lo preguntaba, yo pensaba que los vampiros tenían algo que ver con esto, por lo menos teníamos nuestros vehículos y no teníamos que andar a caballos.

Tras veinte minutos de viaje, finalmente llegué al lugar, en cuanto me bajé de la camioneta, pude oler que todo el lugar olía a mierda, todo estaba destruido, de seguro los cazadores que habían estado ahí en ese momento lo habían destruido por lo inútiles que eran para cazar. También, noté que todo el proceso de “despedir” a mi madre me había llevado toda la noche, ya que estaba empezando a amanecer. Hice una mueca de asco y me prometí que la mantendría hasta que todo esto acabara.

-¡Cath!- no sabía si sorprenderme o enfurecerme.

-¡No me llames así, Francisco!- elegí enfurecerme y lamentablemente mi cara de asco se esfumó.

-Desde que vives en esa mansión te has vuelto muy gruñona, ven, dame un abrazo- dijo mientras se acercaba demasiado a mi espacio personal.

-¡No me toques!- le grité empujándolo.

Francisco era alguien molesto en ciertas ocasiones, habíamos sido algo así como amantes en algún momento del pasado, pero desde ese entonces habíamos dejado de vernos, me había enamorado de muchas cosas de él, como su pelo castaño, sus hermosos ojos verdes y esa estúpida sonrisa que, siempre mostraba los dientes del frente asemejándose a un conejo, con la que siempre me burlaba.




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