Cazadores de Leyendas - Los Hijos de la Ruina

Capitulo 22

"El peso del silencio es nuestro legado. Lo que enfrentamos, nadie más debe saberlo."

El Código de los Cazadores de Leyendas

Encontraron a la abuela Cyrene en la biblioteca, de pie frente a las altas estanterías. Su mano recorría lentamente los lomos de los libros. Sus dedos se detenían aquí y allá, rozando el cuero gastado, mientras su mirada meticulosa parecía pesar cada opción antes de descartarla.

—Cyrene… no esperaba tu compañía —saludó Griffin al cruzar el umbral, su voz grave rompiendo el silencio polvoriento del lugar.

La anciana se giró con la lentitud de quien no se siente apurada por nada ni por nadie. Observó a Griffin con un rostro imperturbable, sin el más mínimo destello de emoción. Luego, sus ojos —afilados como dagas— se desplazaron hacia sus nietos. Los examinó de pies a cabeza, deteniéndose apenas un instante en las armas que colgaban de sus manos. El brillo acerado de las hojas forjadas por Verek se reflejó en sus pupilas, y algo, apenas perceptible, se movió en su expresión.

—Veo que ya les disté armas —comentó, volviendo la vista hacia las estanterías como si la conversación fuera apenas una distracción—. ¿No te parece… demasiado apresurado?

Griffin avanzó con calma medida, intentando que su postura transmitiera más control del que realmente sentía. Se dejó caer en uno de los sofás, cruzó la pierna y apoyó un brazo en el respaldo, adoptando una falsa despreocupación.

—No pueden andar por el bosque sin armas —respondió—. Nunca se sabe con qué te puedes topar ahí fuera.

—Claro… —musitó Cyrene, deteniéndose de pronto, como si hubiera encontrado lo que buscaba. Sin mirarlo, preguntó con una voz neutra que no admitía evasivas—: ¿Dónde están Rigel y Barret?

En ese instante, Jasper, que no había apartado los ojos de su abuela, notó que ella parecía buscar algo concreto entre los libros. Le dio un ligero codazo a Chase, lo justo para llamar su atención sin alertar a los demás.

—Rondas —contestó Griffin, soltando un suspiro breve—. Volverán pronto.

Griffin se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas y entrelazando las manos bajo el mentón. Su voz sonó grave, cargada de una sospecha latente.
—¿Por qué estás aquí, Cyrene? Dijiste que ya no tenías energía para este tipo de misiones.

Cyrene se giró con calma. El movimiento hizo que su falda oscura se agitara suavemente sobre la alfombra, como una sombra expandiéndose.
—Recordé algo… y quise comprobarlo personalmente.

Griffin arqueó una ceja, en parte incrédulo.
—Es un viaje difícil para…

—¿Una anciana como yo? —lo interrumpió, su voz tan afilada como el filo de un cuchillo. Luego añadió con fría suficiencia—. No vine sola.

En ese instante, el presentimiento de Griffin se confirmó. Se irguió bruscamente, y su expresión se endureció. Sus ojos dorados brillaron con un fulgor más intenso, señal de que la incomodidad comenzaba a transformarse en ira.

—¿Cómo te atreves? —le espetó con un tono bajo pero cargado de amenaza.

Cyrene lo fulminó con una mirada glacial, esa que siempre lograba doblegar incluso a los más orgullosos.

—Controla tu tono, Griffin. No creo que tenga que recordarte quién soy.

La tensión creció cuando la puerta de la biblioteca se abrió de nuevo. Dos hombres altos y vestidos de negro entraron en silencio. Sus rostros permanecían parcialmente ocultos por capuchas, pero sus movimientos eran tan calculados que no dejaban dudas de su entrenamiento. Se inclinaron levemente hacia Cyrene a modo de saludo antes de tomar posición a cada lado de la puerta, como centinelas oscuros.

Griffin no apartó la vista de ellos. Su voz fue un gruñido contenido.

—Has traído a los Velados…

—Correcto —respondió Cyrene, con la tranquilidad de quien sabe que sus acciones no necesitan justificación—. Alexander se encuentra de viaje… y confía en mis decisiones.

Griffin masculló algo ininteligible entre dientes antes de levantarse y comenzar a caminar hacia la salida.

—¡Evander! —llamó de pronto, girándose hacia los tres hermanos—. Vienen conmigo.

—No. Ellos se quedan aquí —replicó Cyrene sin dignarse a mirarlo—. Quiero hablar con mis nietos.

Griffin soltó una breve carcajada sin rastro de humor.

—Lo siento, Cyrene… pero esos chicos no estarán bajo el mismo techo que ellos, a menos que Alexander me lo ordene directamente.

Acto seguido, les hizo una seña a Diana, Chase y Jasper.

—Caminen. Ahora.

Los tres hermanos corrían tras Griffin por las empedradas calles de Brumavale. No corrían por gusto, sino porque los pasos del cazador eran tan largos y veloces que la única forma de seguirle el ritmo era casi a la carrera.

—¿Qué son los Velados? —preguntó Jasper, jadeando, mientras intentaba emparejarse con él.

—¿Y por qué estás tan enojado? —añadió Chase, alcanzándolo por el otro lado.

—¿Y por qué demonios no caminas más despacio? —se quejó Diana, sin poder evitar el sarcasmo—. Parecemos idiotas corriendo detrás de ti.




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