El océano susurraba, un lamento sordo que se mezclaba con el crujir de los remos de los Errantes del Abismo. La balsa avanzaba lenta, cortando el agua negra como un cuchillo romo, mientras la Gran Oscuridad se cernía como un manto infinito, pesado, opresivo. La esfera de luz púrpura, envuelta en un trapo harapiento para atenuar su brillo, descansaba en el regazo de Cale, su calor filtrándose a través de la tela, un recordatorio constante de su presencia viva. Él estaba sentado en la popa, con la espalda contra una tabla astillada, los ojos entrecerrados por el agotamiento. El frío le calaba los huesos, y su camisa, aún húmeda, se pegaba a su torso como una segunda piel helada. A su lado, Nara dormitaba, su cabeza apoyada en un fardo de cuerdas, el cabello trenzado cayendo sobre su hombro, el tatuaje de cenizas en su cuello apenas visible bajo la tenue luz ultravioleta de las antorchas de los Errantes. Los remeros, figuras silenciosas envueltas en capas raídas, mantenían un ritmo constante, sus rostros ocultos en las sombras. Kael, la líder, vigilaba desde la proa, su arpón apoyado en el hombro, los ojos grises escudriñando el horizonte negro, atentos a cualquier destello de los Umbríos marítimos que aún los seguían, a unos doscientos metros, sus rugidos apagados por la distancia.Cale, con los párpados pesados, luchaba contra el sueño, pero el vaivén de la balsa y el cansancio de días sin descanso lo vencían. La esfera pulsó suavemente, un latido que resonó en su pecho, y sus ojos se cerraron. El mundo se desvaneció, y el océano se convirtió en un eco lejano.Estaba de pie en una llanura rota, un paisaje de cenizas y rocas agrietadas bajo un cielo rojo como sangre cuajada. El aire olía a azufre y metal quemado, y el suelo temblaba con un zumbido grave, como si la Tierra misma respirara. A lo lejos, torres rotas se alzaban hacia el cielo, sus siluetas retorcidas como esqueletos de gigantes, envueltas en una niebla púrpura que pulsaba al ritmo de la esfera, que ahora flotaba frente a él, libre de sus manos, brillando con una intensidad cegadora. Cale intentó alcanzarla, pero sus dedos atravesaron el aire, y la esfera se alejó, flotando hacia una figura encapuchada que emergió de la niebla.La figura, alta y delgada, sostenía una esfera idéntica, su luz púrpura proyectando sombras que danzaban como Umbríos. Su rostro estaba oculto bajo una capucha de tela raída, pero sus manos, pálidas y surcadas de venas negras, temblaban al sostener el artefacto. Una voz, femenina pero distorsionada, como si hablara a través de agua, resonó en la mente de Cale.—“Encuéntrame,” susurró. “La luz no es tuya. Es nuestra. Pero el precio… el precio es todo.”Cale dio un paso adelante, el suelo crujiendo bajo sus botas. —¿Quién eres? —preguntó, su voz resonando en la llanura vacía—. ¿Qué quieres de mí?La figura inclinó la cabeza, y por un instante, la capucha se deslizó, revelando un rostro que no era humano: ojos como brasas, piel translúcida que dejaba ver venas pulsantes, un eco de los Umbríos, pero con algo más, algo antiguo. La figura sonrió, sus dientes afilados brillando bajo la luz púrpura. —“No soy tu enemiga, pescador. Pero la luz que portas es un faro… y un veneno. Mira.”La esfera en las manos de la figura pulsó, y el paisaje cambió. Cale estaba ahora en la Aurora, antes de su caída, en la Fiesta de la Luz. Las plataformas flotaban bajo un cielo cegador, las antorchas ultravioletas brillando como estrellas, la risa de Milo llenando el aire. Kiva estaba a su lado, su cicatriz en la ceja resaltada por el sol, sus ojos oscuros mirándolo con una mezcla de amor y reproche. —“No confíes en ella, Cale,” dijo, su voz cargada de celos, señalando a Nara, que reía con Taran al otro lado de la plataforma. Antes de que Cale pudiera responder, la escena se disolvió en llamas. La Aurora se hundía, el agua negra tragando las luces, los gritos de Lira y Toren resonando mientras los Umbríos trepaban por las compuertas. Cale intentó correr hacia ellos, pero el suelo se volvió líquido, y cayó en un abismo.Ahora estaba en el Faro del Acantilado, el buque crujiendo bajo el ataque de los Umbríos. Milo, con sangre en la frente, disparaba un arpón, su risa rota por el miedo. —“¡Vamos, pescador, no dejes que me ganen!” gritó, antes de que una garra lo arrancara de la cubierta. Taran, protegiendo a Nara, blandía una lanza, su rostro tenso por el amor no dicho. Selina y Rorik, en la sala de máquinas, luchaban por mantener las luces encendidas, pero el agua irrumpió, y sus gritos se ahogaron. Cale corrió hacia Kiva, que estaba en la proa, su cabello suelto azotado por el viento. —“No me dejes,” susurró ella, antes de que una ola la engullera. Cale gritó su nombre, pero la esfera, ahora en sus manos, pulsó con furia, y el sueño cambió de nuevo.Estaba en una sala de piedra, iluminada por esferas púrpuras idénticas, alineadas en pedestales rotos. La figura encapuchada estaba frente a él, ahora sin capucha, su rostro un mosaico de humanidad y Umbrío, sus ojos brillando con tristeza. —“La luz fue nuestra salvación,” dijo, su voz resonando en las paredes. “Pero también nuestra maldición. Crearon la Gran Oscuridad, pescador. Crearon a los Umbríos. Y tú… tú puedes terminarlo, o convertirte en uno de ellos.”Cale retrocedió, el corazón acelerado. —¿Quiénes? ¿Quién creó esto? —preguntó, levantando la esfera, que ahora quemaba como un sol.La figura extendió una mano, y la sala se llenó de sombras, figuras humanas trabajando en máquinas antiguas, manipulando esferas que brillaban con un fulgor púrpura. Una explosión los consumió, y el cielo se rompió, la Tierra ralentizando su giro. La voz de la figura resonó: —“La Cresta del Norte guarda sus secretos. Encuéntrame allí. Pero cuidado, pescador. La luz elige a sus portadores… y los destruye.”El suelo tembló, y Cale cayó, la esfera pulsando en sus manos. Vio a Seli y Tor, los niños en Tabiada, corriendo por una playa iluminada por antorchas, riendo, pero detrás de ellos, sombras con ojos de brasas los acechaban. Gritó, intentando advertirles, pero la visión se deshizo, y estaba de nuevo en la llanura, solo, la esfera flotando frente a él, su luz ahora roja, como el cielo. La voz susurró una última vez: —“Elige, pescador. Luz o abismo.”Cale despertó con un grito ahogado, su cuerpo temblando, la esfera cayendo de su regazo al suelo de la balsa. El trapo que la cubría se deslizó, y un destello púrpura iluminó la noche, haciendo que los remeros se giraran, sobresaltados. Nara, despierta al instante, lo agarró del brazo, sus ojos castaños abiertos por el miedo. —¡Cale! ¿Qué pasa? ¿Estás bien?Él, jadeando, se llevó una mano al pecho, el corazón latiendo como un tambor. La esfera, en el suelo, pulsaba suavemente, sus grietas brillando con un fulgor que parecía responder a su sueño. —Un sueño… —murmuró, su voz rota—. No, más que eso. La esfera… me mostró algo.Kael, alertada por el destello, se acercó con pasos rápidos, el arpón en la mano. —¿Qué hiciste, pescador? —preguntó, su tono cortante—. Esa luz atrae a los menores. ¡Cúbrela, ahora!Cale, aún aturdido, recogió la esfera y la envolvió de nuevo, aunque su calor le quemaba las palmas. —No fue mi culpa —dijo, mirando a Kael—. Fue un sueño. Torres rotas, una figura… dijo que la esfera creó la Gran Oscuridad. Que los Umbríos… no son solo monstruos.Nara, apretando su brazo, frunció el ceño. —Yo también lo sentí, mientras dormías. Una voz, una sala con esferas. ¿Qué significa, Cale? ¿Es real?Kael, deteniéndose, bajó el arpón, sus ojos grises entrecerrados. —Visiones, otra vez. Os lo advertí. Esa cosa no es solo un arma. Los Errantes contamos historias de objetos antiguos, reliquias de los que rompieron el mundo. Si os está hablando, estáis en peligro. Todos lo estamos.Cale, recuperando el aliento, miró la esfera, ahora cubierta, pero aún palpitando. —Dijo que la Cresta del Norte tiene respuestas. Una figura… dijo que la encontrara allí. Pero también que la luz puede destruirme.Nara, temblando, se acercó más, su voz baja. —En mi refugio, los ancianos hablaban de un tiempo antes de la Oscuridad, cuando los hombres jugaron con luces que no entendían. Pensé que eran cuentos. Pero esto… —Señaló la esfera—. Es real, Cale. Y nos está cambiando.Kael, cruzándose de brazos, soltó un gruñido. —Historias o no, si esa esfera atrae a los Umbríos, no llegaremos a la Cresta. —Se giró hacia los remeros—. ¡Vigilad el agua! Los menores no descansan.Uno de los remeros, un hombre delgado con una cicatriz que le cruzaba la mejilla, habló por primera vez, su voz áspera. —Líder, algo se mueve. Cerca. No son los grandes.Cale, alerta, miró el agua, donde destellos pequeños, más rápidos que los ojos bioluminiscentes de los Umbríos marítimos, zigzagueaban bajo la superficie. —Menores —murmuró, apretando la esfera—. Vienen por nosotros.Kael, levantando el arpón, gritó una orden. —¡Luces arriba! ¡Preparad los arpones! Pescador, mantén esa cosa bajo control.Cale, destapando la esfera, proyectó un destello púrpura que iluminó el océano. Tres Umbríos menores emergieron, sus escamas reflectantes desviando parte de la luz, sus garras brillando como cuchillos. Uno saltó hacia la balsa, pero Kael lo interceptó, su arpón atravesándole el pecho. La criatura chilló, disolviéndose en cenizas, pero otro alcanzó el borde, sus garras arrancando un trozo de madera.Nara, sacando su cuchillo, se lanzó hacia el Umbrío, apuñalándolo en una grieta entre las escamas. —¡Cale, la luz! —gritó, mientras la balsa se tambaleaba.Cale levantó la esfera, su pulso enviando un arco de luz que incineró al segundo Umbrío. El tercero, más astuto, se sumergió, reapareciendo en el otro lado de la balsa. Un remero, demasiado lento, fue arrastrado al agua con un grito, su antorcha apagándose en el océano.—¡No! —gritó Kael, lanzando su arpón, pero el Umbrío ya había desaparecido.Cale, con el corazón acelerado, sintió otro pulso de la esfera, más fuerte, que le quemó las manos. Una visión fugaz lo golpeó: Kiva, viva, en una playa iluminada por antorchas, llamándolo. Sacudió la cabeza, forzándose a volver al presente, y proyectó un destello final que disolvió al último Umbrío. El océano se calmó, pero la balsa estaba dañada, y los Errantes, ahora uno menos, miraban a Cale con desconfianza.Kael, jadeando, se acercó, su rostro crispado. —Esa esfera nos salva y nos mata, pescador. Si no llegamos a la Cresta pronto, no quedará nadie para contar esta historia.Cale, mirando a Nara, vio el mismo miedo en sus ojos, pero también una chispa de determinación. —Llegaremos —dijo, su voz firme—. Por Kiva, por Milo, por todos. La esfera es nuestra esperanza, Kael. Y no la dejaré ir.Nara, tocando su brazo, asintió. —Juntos, pescador. Hasta la Cresta.La balsa avanzó, el océano rugiendo a su alrededor, la esfera palpitando como un corazón roto. Cale, aferrándola, sintió el peso de su sueño, las torres rotas, la voz que lo llamaba. La Cresta del Norte estaba cerca, pero el abismo, como siempre, tenía sus propios planes.
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Editado: 18.08.2025