Cazadores de luz: El resplandor de la esfera

La Verdad del Cataclismo

El resplandor púrpura del amplificador envolvía a Cale y Nara, sus cuerpos flotando ingrávidos en la Sala de las Máquinas, suspendidos en un mar de luz que pulsaba con el ritmo de la esfera. La Cresta del Norte, con su zumbido constante de máquinas y el eco del océano contra los acantilados, se desvaneció, y la realidad se disolvió en una visión más vívida que cualquier sueño que la esfera les hubiera mostrado antes. La descarga eléctrica que los había atravesado al introducir la esfera en el amplificador los conectó no solo entre sí, sino con un pasado enterrado, un eco del mundo antes de la Gran Oscuridad. La voz que siempre los perseguía, susurrando *Elige*, ahora resonaba con una claridad aterradora, guiándolos hacia la verdad del cataclismo que había roto la Tierra y dado vida a los Umbríos. --- Estaban flotando de nuevo, pero esta vez no sobre una ciudad brillante, sino en un vacío oscuro, un espacio sin forma donde el tiempo parecía doblarse. El aire, si es que podía llamarse así, vibraba con un zumbido grave, como el latido de un corazón mecánico. Cale y Nara, sus manos aún rozándose como cuando sostuvieron la esfera, se miraron, sus ojos abiertos por el asombro y el miedo. No podían hablar, pero sus miradas decían lo mismo: *Esto es diferente. Esto es real.* La esfera, aunque no estaba físicamente con ellos, palpitaba en sus mentes, su luz púrpura guiándolos como un faro a través del vacío. La oscuridad se rompió, y la visión los depositó en una llanura vasta bajo un cielo azul brillante, el sol ardiente en lo alto, su calor quemando sus pieles imaginarias. A lo lejos, una ciudad colosal se alzaba, sus torres de cristal y acero reflejando la luz en cascadas de colores, como las que habían visto en sueños anteriores. Pero esta vez, la ciudad estaba rodeada de estructuras más grandes, cúpulas de metal y vidrio que zumbaban con energía, conectadas por cables gruesos que parecían venas de un organismo vivo. La llanura estaba salpicada de antenas gigantes, sus puntas brillando con un resplandor púrpura que recordaba a la esfera. El aire olía a ozono y metal caliente, y el suelo vibraba con un ritmo que hacía eco en sus pechos. Cale y Nara, aún flotando, se desplazaron hacia una de las cúpulas, atraídos por la esfera como si fueran marionetas. Dentro, una sala enorme se extendía, sus paredes cubiertas de paneles brillantes que proyectaban datos en un idioma extraño, símbolos geométricos que destellaban como runas vivas. En el centro, una máquina colosal, similar a la que habían visto en visiones anteriores, dominaba la sala. Era un cilindro de metal y cristal, más grande que el amplificador de la Cresta, con esferas más pequeñas, idénticas a la suya, alineadas en pedestales a su alrededor, cada una pulsando con luz púrpura. Figuras con batas blancas, los Precursores, trabajaban frenéticamente, sus manos moviendo herramientas que brillaban, sus voces un murmullo urgente en un idioma gutural y melódico que Cale y Nara no podían entender. Una mujer, con el cabello corto y gafas similares a las de Varn, manipulaba un panel, mientras un hombre con una cicatriz en la mejilla, como el guardia de la Cresta, ajustaba una de las esferas, su luz intensificándose bajo su toque. Cale, sintiendo un nudo en el estómago, quiso hablar, pero su voz no existía en este lugar. Nara, a su lado, apretó su mano, sus ojos castaños abiertos, reflejando el resplandor púrpura. La máquina comenzó a zumbar más fuerte, un sonido que resonaba en sus huesos, y las esferas en los pedestales destellaron, sus luces sincronizándose en un pulso que parecía vivo. La mujer con gafas gritó algo, su voz cortante, y los Precursores se movieron con más urgencia, ajustando cables y paneles. Una pantalla en la pared mostró una imagen de la Tierra, girando lentamente, su superficie iluminada por el sol, pero con líneas de energía púrpura convergiendo en puntos específicos, como si la máquina estuviera conectada al corazón del planeta. La visión cambió, y Cale y Nara fueron arrastrados dentro de la máquina, como si la esfera los llevara al núcleo de su funcionamiento. Estaban en un espacio más pequeño, rodeados de cristales que refractaban la luz púrpura en arcos cegadores. Un núcleo central, una esfera más grande que la suya, palpitaba con una intensidad que quemaba sus ojos, su energía vibrando con un poder que parecía infinito. La voz, ahora clara, resonó en sus mentes: *Luz eterna, el sueño de los Precursores.* Imágenes fragmentadas inundaron sus cabezas: los Precursores habían construido estas máquinas para capturar la energía de la Tierra, para crear una fuente de luz perpetua que reemplazaría al sol, un intento de dominar la naturaleza misma. Las esferas, núcleos de energía pura, eran el corazón del proyecto, diseñadas para amplificar la energía geotérmica y solar, pero su inestabilidad era un riesgo que los Precursores habían subestimado. De repente, la máquina rugió, un sonido que hizo temblar el espacio. Las esferas en los pedestales se iluminaron con una intensidad cegadora, y el núcleo central emitió una onda de energía púrpura que atravesó las paredes de la cúpula. Cale y Nara, atrapados en la visión, sintieron el impulso como si fuera físico, un calor que quemaba sus pieles imaginarias. La pantalla en la sala mostró la Tierra temblando, su rotación desacelerándose, el cielo oscureciéndose mientras el sol parecía desvanecerse. Los Precursores gritaron, sus voces llenas de pánico, corriendo hacia los paneles, pero era demasiado tarde. La onda de energía, descontrolada, se expandió, fracturando el suelo, haciendo colapsar las cúpulas. La ciudad brillante se agrietó, sus torres de cristal cayendo como vidrio roto, mientras el cielo se volvía negro, la Gran Oscuridad naciendo en un instante. Entonces, la visión los llevó a las profundidades de la Tierra, donde la energía púrpura, liberada por las esferas, se filtró en grietas subterráneas, mezclándose con minerales y formas de vida primitivas. Las sombras cobraron vida, sus formas retorciéndose, creciendo, transformándose en criaturas con escamas reflectantes y ojos bioluminiscentes. Los Umbríos nacieron, no como un accidente, sino como un subproducto de la energía desatada, alimentados por la misma luz que los Precursores habían intentado dominar. Sus chillidos llenaron el aire, un eco de la furia de un mundo roto, mientras trepaban a la superficie, sus cuerpos adaptándose a la oscuridad eterna, sus ojos brillando como faros rotos. Cale y Nara, flotando en la visión, sintieron el horror de la verdad: los Precursores, en su arrogancia, habían desencadenado el cataclismo, ralentizando la rotación de la Tierra, creando los nueve meses de Gran Oscuridad y dando vida a los Umbríos. La voz, ahora un lamento, resonó de nuevo: *Elige. Luz o abismo.* Las imágenes se aceleraron: los Precursores huyendo, las ciudades colapsando, las esferas abandonadas en ruinas, algunas enterradas, otras perdidas, hasta que solo quedó la suya, la que los había elegido. La visión mostró fragmentos de su viaje: la Aurora, el *Faro del Acantilado*, la balsa, las visiones de Kiva y Taran, como si la esfera los hubiera guiado desde el principio, un faro en un mundo roto. La visión se desvaneció, y Cale y Nara se encontraron aún flotando en la Sala de las Máquinas, suspendidos en el resplandor púrpura del amplificador, sus cuerpos inconscientes, sus mentes abrumadas por la verdad. La esfera, en el centro del anillo de metal, pulsaba con una luz que parecía viva, mientras la sala zumbaba, las runas púrpuras brillando con una intensidad que amenazaba con romper las paredes. La voz, por última vez, susurró: *Elige*, y luego se apagó, dejando a Cale y Nara atrapados en un silencio eterno, sus cuerpos suspendidos, sus conciencias perdidas en el eco del cataclismo que había dado forma a su mundo. La Cresta del Norte, con su luz solar recién nacida, seguía girando, pero en la Sala de las Máquinas, el tiempo parecía detenerse, la esfera y el amplificador guardando la verdad de los Precursores, mientras Cale y Nara, flotando, inconscientes, eran testigos de un pasado que los había condenado y, tal vez, de un futuro que aún podían cambiar.




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