El zumbido de las máquinas de la Cresta del Norte se desvanecía en la distancia, reemplazado por un silencio absoluto que envolvía a Cale y Nara como un manto. Sus cuerpos, aún flotando en el resplandor púrpura del amplificador, estaban suspendidos en un limbo donde el tiempo parecía detenerse, la esfera palpitando en el centro del anillo metálico como un corazón que los mantenía vivos. La visión del cataclismo —la ciudad colapsando, las esferas desatando la Gran Oscuridad, los Umbríos naciendo de las grietas de la Tierra— seguía quemando sus mentes, un eco de la verdad que los había abrumado. La voz que los había perseguido, susurrando *Elige*, resonaba ahora como un latido, pero no estaban en la Sala de las Máquinas, ni en la Cresta, ni en ningún lugar que conocieran. El mundo se había disuelto, y una luz cegadora los envolvió, tirando de sus conciencias hacia un lugar nuevo, un espacio que no pertenecía al mundo roto que habían conocido. --- Cale y Nara despertaron, o al menos creyeron despertar, en una sala blanca y reluciente, tan brillante que dolía mirarla. Las paredes, lisas como cristal pulido, emitían una luz suave que parecía provenir de todas partes y de ninguna, eliminando cualquier sombra. El suelo, de un blanco impecable, era cálido bajo sus pies descalzos, y el aire olía a algo limpio, casi etéreo, como si estuvieran respirando la esencia de un mundo nuevo. No había puertas, ni ventanas, ni máquinas, solo un espacio infinito que los envolvía en una calma inquietante. Sus túnicas grises, ásperas y marcadas por la Cresta, habían desaparecido, reemplazadas por ropajes blancos y ligeros que se ajustaban a sus cuerpos como una segunda piel. Sus cicatrices, pálidas pero visibles, brillaban ligeramente bajo la luz, como si fueran parte de un diseño mayor. Frente a ellos, una mujer los observaba, su presencia tan imponente como la sala misma. Era alta, con el cabello largo y plateado cayendo en ondas sobre sus hombros, su piel luminosa, como si estuviera hecha de la misma luz que llenaba la sala. Su vestido blanco, fluido y sin costuras, parecía flotar a su alrededor, y sus ojos, de un azul profundo con destellos dorados, los miraban con una mezcla de compasión y autoridad. Su belleza era casi sobrenatural, pero no intimidante, sino acogedora, como si los conociera desde siempre. Cale y Nara, de pie, se miraron, sus rostros reflejando el mismo desconcierto, la esfera ausente pero su eco palpitando en sus pechos. —¿Dónde estamos? —preguntó Cale, su voz áspera, rompiendo el silencio. Sus ojos verdes, aún nublados por la visión del cataclismo, buscaron los de la mujer—. ¿Qué es este lugar? ¿Quién eres? La mujer, con una sonrisa suave, dio un paso adelante, su movimiento tan fluido que parecía deslizarse. —Soy una guardiana, un eco de los que vinieron antes —dijo, su voz clara pero resonante, como si hablara desde dentro de sus mentes—. Este lugar no es un lugar, sino un umbral, un espacio entre lo que fue y lo que será. Vosotros, Cale y Nara, habéis sido elegidos. Nara, con el corazón acelerado, dio un paso adelante, su cabello trenzado brillando bajo la luz, el tatuaje de cenizas en su cuello destellando como si estuviera vivo. —¿Elegidos? —preguntó, su voz temblando pero firme—. ¿Para qué? La esfera nos mostró el cataclismo, los Precursores, los Umbríos. ¿Qué quieres de nosotros? La mujer, inclinando la cabeza, los miró con una intensidad que los hizo estremecer. —Habéis visto la verdad —dijo, su voz cargada de peso—. Los Precursores buscaron dominar la luz, pero su arrogancia rompió el mundo, ralentizó la Tierra, creó la Gran Oscuridad y dio vida a los Umbríos. La esfera que portáis es un fragmento de su error, pero también de su esperanza. Vosotros, al tocarla, al activarla en el amplificador, habéis despertado su poder. Sois los elegidos para decidir el destino del mundo: salvarlo o terminar de destruirlo. Cale, sintiendo un nudo en el estómago, frunció el ceño, sus manos apretándose. —¿Salvarlo o destruirlo? —espetó, su voz ganando fuerza pese al miedo—. ¿Por qué nosotros? Somos un pescador y una oculta, no héroes. Perdimos a todos: Kiva, Taran, Milo, Selina, Rorik, Seli, Tor… ¿Por qué no ellos? ¿Qué podemos hacer nosotros que los Precursores no pudieron? La mujer, con una mirada que parecía atravesarlos, sonrió, un gesto que era tanto reconfortante como enigmático. —No sois los primeros en preguntar eso, Cale —dijo—. Pero la esfera os eligió porque vuestros corazones son puros, no por vuestras hazañas, sino por vuestras pérdidas. Habéis enfrentado el dolor, la culpa, la desesperación, y aún así elegís seguir. La pregunta es: ¿qué elegiréis ahora? ¿La luz o el abismo? Cale y Nara se miraron, sus ojos encontrándose en un instante de entendimiento. Los recuerdos de sus seres queridos, los objetos rotos traídos por los Lobos de la Tormenta, la visión del cataclismo, todo se mezcló en un latido compartido. Sin necesidad de palabras, sus voces se alzaron al unísono, firmes y claras: —Salvarlo. La mujer, con una sonrisa que iluminó la sala, asintió. —Elegís la luz —dijo, su voz resonando como un eco eterno—. Y eso seréis desde ahora. La esfera os ha otorgado poderes que los Precursores anhelaron pero nunca lograron dominar. La luz que buscaban no era solo energía, sino vida, voluntad, cambio. Vosotros sois sus portadores, pero aún no estáis listos. Nara, dando un paso adelante, frunció el ceño, sus ojos castaños brillando con determinación. —¿Cómo lo conseguiremos? —preguntó, su voz temblando por la urgencia—. Si tenemos estos poderes, ¿cómo los usamos? ¿Cómo sabemos qué hacer? La mujer, levantando una mano, proyectó un destello de luz blanca que formó imágenes fugaces: un acantilado bajo un sol brillante, una cueva oculta, un altar de piedra donde la luz púrpura convergía. —Seguid vuestro instinto —dijo, su voz suave pero firme—. La esfera os guiará a un lugar donde seréis preparados, donde aprenderéis a dominar lo que os ha sido otorgado. Pero debéis actuar con rapidez. La Coalición no es lo que parece. Ellos iniciaron el cataclismo, no los Precursores. Sus líderes, en su codicia, manipularon las esferas, y los Umbríos fueron su creación, un arma que se volvió contra ellos. Ahora buscan el poder que vosotros portáis, y os quieren muertos para reclamarlo. Cale, con el corazón acelerado, sintió la ira quemarle el pecho. —La Coalición… —murmuró, su voz tensa—. Lirien, Varn, Kael… ¿nos mintieron desde el principio? ¿Por qué nos trajeron aquí? La mujer, con una mirada de advertencia, dio un paso más cerca. —Os trajeron para controlar la esfera, para usarla como ellos usaron las otras, pero no contaban con que os elegiría. La Cresta no es un refugio, es una trampa. Debéis huir, ahora, sin demora. Tomad la esfera y buscad el lugar que os mostrará la verdad. Vuestro instinto os guiará. Nara, apretando los puños, asintió, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y resolución. —¿Y si nos atrapan? —preguntó, su voz baja—. La Cresta está llena de guardias, y la esfera está en el amplificador. La mujer, con una sonrisa que parecía desvanecerse, levantó una mano, y la sala blanca comenzó a temblar, como si el umbral mismo se estuviera desmoronando. —La esfera os pertenece —dijo—. Confiad en ella, y os llevará donde debéis estar. Pero moveos rápido. La Coalición ya sabe que habéis despertado. Huid, Cale, Nara. Huid ahora. La luz blanca se intensificó, cegándolos, y la sala comenzó a disolverse, el rostro de la mujer desvaneciéndose como un eco. Cale y Nara, tomándose de las manos, sintieron un tirón, como si la esfera los llamara desde la distancia. La visión se rompió, dejándolos en la oscuridad, con la urgencia de la advertencia resonando en sus mentes: debían huir de la Cresta, con la esfera, antes de que la Coalición los encontrara, con tres meses de luz por delante y un destino que los esperaba en un lugar desconocido, guiados solo por su instinto y la luz que ahora llevaban dentro.
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Editado: 18.08.2025