Cazadores de luz: El resplandor de la esfera

El Despertar de la Luz

La oscuridad del océano rugía contra los acantilados de la Cresta del Norte, un lamento que se mezclaba con el zumbido lejano de las máquinas que resonaban en las entrañas de la fortaleza. El amanecer, apenas unas horas viejo, bañaba el mundo con una luz dorada que se filtraba por las grietas de la roca, iluminando el polvo flotante en el aire cargado de sal y moho. La Sala de las Máquinas, un templo de tecnología antigua, vibraba con un ritmo que parecía vivo, sus paredes de piedra pulida y placas metálicas reflejando el resplandor púrpura del amplificador, donde la esfera seguía palpitando. Cale y Nara, suspendidos en el aire tras la visión en la sala blanca, estaban atrapados en un resplandor que los conectaba a la esfera, sus cuerpos ingrávidos, sus mentes abrumadas por la revelación de la mujer de blanco: ellos eran los elegidos, portadores de un poder que los Precursores habían anhelado, pero la Coalición, los verdaderos creadores de los Umbríos, los quería muertos. De repente, el resplandor púrpura se desvaneció, y Cale y Nara cayeron, sus cuerpos aterrizando en el suelo de la Sala de las Máquinas con una gracia inesperada, como si una fuerza invisible los hubiera guiado. Sus rodillas se flexionaron al tocar la piedra, sus túnicas blancas, otorgadas en la visión, ondeando como si aún estuvieran en el umbral de luz. Abrieron los ojos al unísono, y por un instante, sus iris brillaron con un púrpura intenso, casi violeta, como si la esfera hubiera dejado su marca en ellos. El color se desvaneció lentamente, los ojos verdes de Cale y los castaños de Nara volviendo a su tonalidad natural, pero un destello residual permanecía, un eco del poder que ahora llevaban dentro. Nara, jadeando, se levantó primero, sus manos temblando mientras alcanzaba la esfera en el amplificador. El anillo de metal, con sus runas púrpuras, zumbó al contacto, pero la esfera se liberó fácilmente, como si reconociera su toque. La sostuvo contra su pecho, su luz púrpura filtrándose a través de sus dedos, cálida pero controlada. —Pescador, tenemos que irnos —susurró, su voz urgente, sus ojos buscando los de Cale—. La Coalición… nos encontrarán. Cale, poniéndose de pie, sintió una energía nueva corriendo por sus venas, como si la descarga eléctrica de la visión aún vibrara en su cuerpo. Su mirada recorrió la sala, deteniéndose en una mochila de cuero reforzado, abandonada en una mesa de trabajo, probablemente usada por los ingenieros de la Coalición. La tomó, abriéndola con un movimiento rápido, y Nara, sin dudar, colocó la esfera dentro, asegurándola con un trozo de tela. Cale cerró la mochila, colgándola en su hombro, y tomó la mano de Nara, sus dedos entrelazándose con una firmeza que hablaba de su determinación compartida. —Juntos, oculta —dijo, su voz baja pero decidida—. Salgamos de aquí. Corrieron hacia la puerta de la Sala de las Máquinas, sus pasos resonando en el suelo de piedra. El pasillo exterior, iluminado por lámparas ultravioletas y el leve resplandor del amanecer que se filtraba por las ventanas, estaba inquietantemente silencioso. Pero al doblar una esquina, el eco de botas pesadas y gritos los detuvo. Una docena de guardias de la Coalición, armados con arpones de punta ultravioleta y rifles modificados con proyectiles luminosos, bloqueaban el corredor. Al frente, Kael, con su capa de cráneos de Umbríos, los miraba con ojos grises llenos de furia. A su lado, Varn, con sus gafas reflejando la luz, sostenía un dispositivo similar al que Lirien había usado contra los Umbríos, su rostro tenso. —¡Entregad la esfera! —gritó Kael, levantando su arpón—. No tenéis escapatoria. La Cresta es nuestra, y la luz os pertenece a nosotros. Cale, apretando la mano de Nara, sintió el calor de la esfera a través de la mochila. —No nos rendiremos, Kael —espetó, su voz resonando en el pasillo—. La esfera nos eligió, no a vosotros. Nara, dando un paso adelante, se puso frente a Cale, su cuerpo tenso. —No saben lo que tienen, pescador —susurró, sus ojos brillando con una furia que no había mostrado antes—. Pero no nos la quitarán. Kael, gruñendo, levantó una mano. —¡Disparad! —ordenó, y los guardias apuntaron, los rifles destellando con proyectiles luminosos que cortaron el aire. Instintivamente, Nara levantó ambas manos, sin saber cómo, pero sintiendo una energía surgir desde su interior, como si la esfera la guiara. Un campo invisible, una barrera de luz púrpura apenas perceptible, se formó frente a ellos, deteniendo las balas en el aire como si chocaran contra un muro. Las balas cayeron al suelo, humeando, y los guardias retrocedieron, sus rostros llenos de asombro. Los ojos de Nara, brillando de nuevo con un púrpura intenso, reflejaban una furia que hizo retroceder incluso a Kael. Cale, mirando la escena, soltó una risa tensa, intentando suavizar la tensión. —Bueno, oculta, si sigues haciendo cosas así, voy a empezar a pensar que eres una Precursora —dijo, su voz temblando pero con un destello de humor. Nara, sin apartar la mirada de los guardias, gruñó, sus ojos púrpura destellando. —No estoy para bromas, pescador —espetó, su voz cargada de ira—. Estos traidores crearon a los Umbríos. Nos mintieron, nos usaron. ¡No dejaré que nos toquen! Cale, sintiendo su furia, supo que debía unirse a ella. Se puso a su lado, sus manos temblando pero firmes, la energía que había sentido en la visión creciendo en su pecho. —Juntos, oculta —dijo, su voz baja pero decidida. Kael, recuperando su compostura, levantó su arpón. —¡Disparad de nuevo! —gritó, y los guardias obedecieron, una nueva ráfaga de proyectiles luminosos cortando el aire. Nara levantó las manos otra vez, el campo invisible reapareciendo, deteniendo las balas como antes. Pero esta vez, Cale, sintiendo un impulso que no podía explicar, levantó sus propias manos, sus ojos brillando con un púrpura intenso, como los de Nara. Una descarga eléctrica, un relámpago púrpura que parecía surgir de la esfera misma, brotó de sus manos, atravesando el campo de Nara y golpeando a los guardias. Los cuerpos de los soldados se convulsionaron, cayendo al suelo en un instante, sus armas humeando, sus máscaras rotas. Kael y Varn, atónitos, retrocedieron, pero el relámpago los alcanzó, derribándolos inconscientes. Cale, jadeando, miró sus manos, los ojos aún púrpura desvaneciéndose lentamente. —Oculta… ¿qué fue eso? —susurró, su voz llena de asombro y miedo. Nara, bajando las manos, el campo invisible disipándose, negó con la cabeza. —No lo sé, pescador —dijo, su voz temblando pero firme—. Pero la mujer de blanco tenía razón. Tenemos poderes… pero no los controlamos. Todavía no. No había tiempo para pensar. Corrieron por el pasillo, esquivando más guardias que surgían de las esquinas, sus nuevos poderes guiándolos instintivamente. Nara, levantando las manos, creó campos invisibles para bloquear ataques, mientras Cale, con movimientos torpes pero efectivos, lanzaba descargas eléctricas que derribaban a sus enemigos. Sus ojos se iluminaban con destellos púrpura cada vez que usaban sus poderes, pero el esfuerzo los agotaba, la energía cruda y descontrolada. Llegaron a los muelles, donde el amanecer iluminaba una nave pequeña, una barcaza equipada con luces ultravioletas, abandonada en la prisa de los preparativos de la Coalición. Cale, abriendo la escotilla, ayudó a Nara a subir, la mochila con la esfera aún en su hombro. —Vamos, oculta —dijo, saltando al timón—. No sé cómo manejar esto, pero lo intentaré. Nara, sentándose a su lado, asintió, sus manos temblando pero firmes. —Lo lograremos, pescador —dijo, su voz cargada de determinación—. La esfera nos guía. La nave se alejó de la Cresta, el océano abriéndose ante ellos bajo el sol brillante. Mientras navegaban, Cale y Nara hablaron, sus voces mezclándose con el rugido del motor. —Ese campo que hiciste… fue como una pared de luz —dijo Cale, sus ojos verdes brillando bajo el sol—. No sé cómo lo hiciste, pero nos salvó. Nara, mirando la mochila donde estaba la esfera, asintió. —Y tus relámpagos… mataron a todos en un instante —dijo, su voz baja—. Pero no los controlo, pescador. Es como si la esfera decidiera por mí. Cale, apretando el timón, frunció el ceño. —La mujer dijo que debemos entrenar, aprender a usar estos poderes —dijo—. Siento la energía, pero es… salvaje. Como si pudiera consumirnos. Nara, tocando la mochila, sintió el calor de la esfera. —Lo lograremos, Cale —dijo, sus ojos castaños encontrando los suyos—. Pero necesitamos encontrar ese lugar que nos mostró. Donde nos prepararán. La Cresta del Norte se desvanecía en el horizonte, su silueta recortada contra el amanecer. Cale y Nara, navegando hacia un destino desconocido, sabían que sus poderes, aunque descontrolados, eran su única esperanza. La esfera, palpitando en la mochila, parecía observar, un faro en un mundo roto, mientras el sol brillaba sobre ellos, con tres meses de luz por delante y un camino que solo su instinto podía guiar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.