Cazadores de luz: El resplandor de la esfera

Ecos del Aurora

El océano se extendía como un lienzo infinito bajo el sol eterno, sus aguas brillando con reflejos de oro y zafiro, un contraste deslumbrante con los nueve meses de Gran Oscuridad que habían dejado atrás. La barcaza robada de la Cresta del Norte cortaba las olas, su casco de metal reforzado vibrando con el rugido del motor, mientras el viento cálido llevaba un aroma salino que se mezclaba con la libertad de su huida. La cubierta, salpicada de sal y óxido, crujía bajo los pasos de Cale y Nara, quienes navegaban guiados por los sueños que la esfera les enviaba cada noche, un mapa de visiones que los llevaba hacia un acantilado y una cueva oculta. El cielo, despejado y azul, era un recordatorio constante de los tres meses de luz que tenían por delante, un tiempo para aprender a controlar los poderes púrpura que la esfera les había otorgado, aún crudos e inestables. Cale, al timón, mantenía la mirada en el horizonte, sus ojos verdes capturando los destellos del sol, las cicatrices pálidas en sus brazos brillando como líneas de un destino que aún no entendía. Su túnica blanca, otorgada en la visión de la mujer de blanco, ondeaba con la brisa, y la mochila con la esfera descansaba a sus pies, su luz púrpura filtrándose como un latido constante. Nara, sentada en la cubierta, practicaba con sus poderes, levantando una mano para crear un campo invisible que ondulaba como una cortina de luz púrpura, su rostro tenso por el esfuerzo. Su cabello, suelto tras deshacer la trenza, danzaba con el viento, y el tatuaje de cenizas en su cuello parecía absorber la luz del sol. Sus ojos castaños, con motas de ámbar, se encontraron con los de Cale, y una sonrisa fugaz cruzó sus rostros, un recordatorio de la conexión que los unía, forjada por la esfera y endurecida por la pérdida de Kiva, Taran, Milo, Selina, Rorik, Seli y Tor. El horizonte cambió, y Cale, ajustando el timón, frunció el ceño al reconocer una costa familiar, una línea de acantilados bajos y rocas erosionadas que marcaban el lugar donde una vez estuvo el Aurora, su hogar. La barcaza se acercó, y lo que antes era un pueblo vibrante ahora era un cementerio de ruinas: casas de madera y piedra derrumbadas, redes de pesca rotas atrapadas en las rocas, y restos de botes destrozados esparcidos por la playa. El sol, en su reinado implacable, iluminaba los escombros, haciendo que las astillas de madera brillaran como fragmentos de un sueño roto. Cale, con el corazón apretado, detuvo el motor, dejando que la barcaza se deslizara hasta la orilla. —Oculta, es el Aurora —dijo, su voz baja, casi un susurro, mientras amarraba la barca a una roca cubierta de musgo—. O lo que queda de él. Nara, levantándose, tocó su hombro, sus ojos castaños llenos de comprensión. —Vamos, pescador —dijo, su voz suave pero firme—. Enfrentémoslo juntos. Bajaron de la barcaza, sus botas crujiendo contra la arena y las piedras rotas. El Aurora era un espectro de su pasado, las calles que Cale había recorrido de niño ahora eran senderos de escombros, las casas donde Kiva reía y sus padres, Lira y Toren, contaban historias, reducidas a montones de madera podrida y piedra agrietada. El aire olía a sal y descomposición, y el silencio, roto solo por el murmullo de las olas, pesaba como una sentencia. Cale, caminando lentamente, sintió las lágrimas quemarle los ojos al pasar por lo que había sido la plaza central, donde un poste roto, parte de un mástil, aún llevaba el emblema del Aurora, un pez tallado ahora cubierto de moho. Se detuvo frente a los restos de su casa, un montón de tablas y piedras donde una vez estuvo la puerta que su padre abría cada mañana. Se sentó en una roca, sus manos temblando, y las lágrimas cayeron, silenciosas al principio, luego en sollozos que sacudieron su cuerpo. —Aquí crecí, oculta —dijo, su voz rota, apenas audible sobre el ruido del océano—. Kiva, mis padres, todos… este era nuestro hogar. Y ahora no queda nada. Nara, arrodillándose a su lado, lo envolvió en un abrazo, sus brazos firmes alrededor de sus hombros, su rostro contra su cabello. —Pescador, no estás solo —susurró, su voz temblando pero llena de convicción—. Pase lo que pase, siempre estaré a tu lado. Lo juro. Cale, aferrándose a ella, sintió el calor de su abrazo, un ancla en el dolor que lo consumía. La culpa por Kiva, por los sentimientos que Nara despertaba, se mezclaba con la pérdida, pero en ese momento, su presencia era lo único que lo mantenía entero. —Gracias, oculta —murmuró, su voz rota, las lágrimas mojando la túnica de Nara—. No sé cómo seguir sin ellos, pero contigo… puedo intentarlo. Permanecieron allí, abrazados entre las ruinas del Aurora, el sol bañándolos con su luz implacable, como si intentara sanar las heridas que el pasado había dejado. Los objetos encontrados por los Lobos de la Tormenta —el cuchillo de Kiva, la pulsera de Taran, el colgante de Selina— pesaban en la memoria de Cale, pero el abrazo de Nara le recordaba que aún había un camino por delante, guiado por la esfera. Después de un rato, se levantaron, sus rostros aún húmedos pero con una determinación renovada. —Tenemos que seguir, pescador —dijo Nara, limpiándose las lágrimas, su voz firme—. La esfera nos está guiando. Ese acantilado, la cueva… están esperando. Cale, asintiendo, tocó la mochila donde la esfera palpitaba. —Por ellos, oculta —dijo, su voz baja pero decidida—. Por Kiva, por Taran, por todos. Vamos. Volvieron a la barcaza, desamarrándola con movimientos lentos, como si dejar el Aurora fuera una despedida definitiva. El motor rugió de nuevo, y la barca se alejó de la costa, las ruinas del pueblo desvaneciéndose en el horizonte, tragadas por la luz del sol. Cale, al timón, y Nara, a su lado, se miraron, sus ojos reflejando el mismo propósito. La esfera, en la mochila, pulsó, y esa noche, cuando durmieran, sabían que los sueños los llevarían más cerca del acantilado, del lugar donde serían preparados, con tres meses de luz por delante y un poder que aún debían dominar, pero que los unía en un mundo roto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.