Cazadores de luz: El resplandor de la esfera

El Santuario de la Luz

El sol eterno brillaba con una intensidad cegadora, su luz dorada derramándose sobre la cima de la montaña, donde la neblina brillante que habían visto en sus sueños se disipaba, revelando un altiplano rocoso bañado por reflejos púrpura. Cale y Nara, exhaustos pero determinados, ascendían los últimos tramos del sendero empinado, sus botas desgastadas resbalando en la grava suelta, el aire seco y caliente quemando sus pulmones. Sus túnicas blancas, rasgadas y manchadas de polvo, ondeaban con el viento cálido, y los colgantes de la esfera, partidos en dos, palpitaban contra sus pechos, su luz púrpura guiándolos como un faro. La emboscada de la Cresta del Norte, apenas horas atrás, seguía resonando en sus mentes, las figuras vestidas de blanco que los salvaron grabadas como un enigma. Las cicatrices pálidas en los brazos de Cale brillaban bajo el sol, y el tatuaje de cenizas en el cuello de Nara destellaba como si respondiera a la montaña misma. Con tres meses de luz por delante, cada paso los acercaba al lugar que los sueños de la esfera habían prometido: un santuario donde serían preparados para dominar los poderes púrpura que aún no controlaban. El sendero se abrió a una meseta amplia, rodeada de rocas negras pulidas que reflejaban el sol como espejos rotos. En el centro, un altar de piedra, idéntico al de sus visiones, se alzaba, su superficie grabada con runas púrpura que brillaban con una luz viva. Alrededor, figuras vestidas de blanco, similares a las que los habían salvado, aguardaban en silencio, sus capuchas ocultando sus rostros, sus túnicas ondeando como si flotaran. El aire olía a ozono y a algo antiguo, como si la montaña guardara recuerdos del mundo antes del cataclismo.

Cale y Nara, jadeando por el ascenso, se detuvieron frente al altar, sus colgantes palpitando con una intensidad que resonaba en sus corazones. La conexión entre ellos, el hilo invisible forjado por la esfera, vibraba más fuerte que nunca, sus manos rozándose instintivamente. Una figura se adelantó, un hombre alto con el cabello corto y plateado, su túnica blanca bordada con runas púrpura que parecían moverse bajo la luz. Al quitarse la capucha, reveló un rostro curtido pero sereno, con ojos de un azul profundo que destellaban con motas doradas, similares a los de la mujer de la sala blanca. Su presencia era imponente, pero no intimidante, como si conociera el peso de sus destinos.

—Bienvenidos, Cale y Nara —dijo, su voz resonante, como si hablara desde dentro de sus mentes—. Soy Elion, líder de los Guardianes de la Luz. Este es el Santuario de la Luz, el lugar donde la esfera os ha traído para ser preparados. Cale, con el sudor corriendo por su frente, dio un paso adelante, sus ojos verdes brillando con una mezcla de alivio y desconfianza.

—¿Preparados? —preguntó, su voz áspera por el polvo y el esfuerzo—. La esfera nos ha guiado, pero la Cresta nos persigue. Nos salvaron allá abajo. ¿Quiénes sois? ¿Y qué es este lugar? Nara, tocando su colgante, asintió, sus ojos castaños escudriñando al hombre. —La mujer de blanco dijo que éramos los elegidos —dijo, su voz firme pero cargada de preguntas—. Que la Coalición creó a los Umbríos. Queremos la verdad, Elion. ¿Qué pasó realmente? ¿Por qué nosotros?

Elion, con una sonrisa suave, levantó una mano, y el altar de piedra destelló, proyectando imágenes de luz púrpura que flotaban en el aire como un espejismo. —Habéis visto fragmentos en vuestros sueños —dijo, su voz calmada pero grave—. Pero la verdad es más profunda. Sentaos, y os contaré lo que la esfera os ha ocultado hasta ahora.

Cale y Nara, intercambiando una mirada, se sentaron en el suelo frente al altar, el calor de las rocas aliviado por una brisa fresca que parecía emanar del santuario. Las figuras de blanco formaron un círculo a su alrededor, sus capuchas bajas, sus presencias como guardianes silenciosos. Elion se arrodilló frente al altar, tocando una runa, y la luz púrpura se intensificó, mostrando imágenes del mundo antes del cataclismo: ciudades de cristal y acero, máquinas colosales, esferas pulsando con energía.

—Los Precursores no fueron los únicos responsables del cataclismo —comenzó Elion, su voz resonando como un eco del pasado—. Hace siglos, un grupo dentro de ellos, los que ahora llamáis la Coalición, buscó dominar la energía de la Tierra para crear una luz eterna, un poder que reemplazaría al sol. Construyeron las esferas, núcleos de energía pura, para amplificar la fuerza geotérmica y solar. Pero su ambición los cegó. Manipularon las esferas más allá de su diseño, intentando controlar el núcleo mismo del planeta.

Las imágenes cambiaron, mostrando la Gran Sala donde Cale y Nara habían partido la esfera, el cilindro de metal y cristal rugiendo, las esferas destellando con una luz inestable. —La Coalición, liderada por traidores entre los Precursores, desencadenó una onda de energía que ralentizó la rotación de la Tierra —continuó Elion, su tono sombrío—. Crearon los nueve meses de Gran Oscuridad, rompiendo el equilibrio del mundo. Pero no fue un accidente. Querían un arma. La energía liberada se filtró en las profundidades, mezclándose con formas de vida primitivas, dando nacimiento a los Umbríos, criaturas diseñadas para servir, pero que se rebelaron, alimentadas por la misma luz que las creó.

Cale, apretando los puños, sintió la ira quemarle el pecho. —La Cresta… Lirien, Varn, Kael… nos mintieron desde el principio —espetó, sus ojos verdes destellando con un eco púrpura—. Nos usaron para conseguir la esfera, para seguir con su plan.

Nara, tocando su colgante, asintió, su voz temblando de furia. —Querían matarnos —dijo, sus ojos castaños brillando—. La mujer de blanco nos advirtió. Pero ¿por qué nosotros? ¿Por qué nos eligió la esfera?

Elion, inclinando la cabeza, proyectó una nueva imagen: Cale rescatando a Nara del mar en el Aurora, sus manos entrelazándose en la balsa, sus mentes conectándose en la Cresta. —La esfera no elige al azar —dijo—. Vuestros corazones, marcados por la pérdida y la esperanza, son puros. Habéis enfrentado el dolor —el Aurora destruido, los objetos de vuestros seres queridos encontrados por los Lobos de la Tormenta— y aún así elegís luchar. La esfera os otorgó sus poderes: relámpagos, escudos, telequinesis, ráfagas de energía. Pero aquí, en el Santuario de la Luz, aprenderéis a dominarlos, a convertirlos en armas para sanar el mundo, no para destruirlo.




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