El sol eterno derramaba su luz dorada sobre el Santuario de la Luz, transformando la cima de la montaña en un escenario resplandeciente donde las rocas negras pulidas reflejaban el brillo como fragmentos de un espejo roto. Habían pasado días desde la unión íntima de Cale y Nara en el bungalow, un momento que había sellado su amor y fortalecido el hilo invisible que los unía, amplificado por la esfera. Sus poderes —relámpagos púrpura, escudos invisibles, telequinesis, ráfagas de energía— se habían refinado bajo el entrenamiento riguroso de los Guardianes, y su conexión les permitía sentir al otro incluso a kilómetros, anticipando pensamientos y emociones como si fueran uno solo. La Gran Oscuridad se acercaba, un recordatorio de que sus tres meses de luz pronto terminarían, pero esa noche, el Santuario vibraba con vida, celebrando los progresos de los elegidos en una fiesta que rompía la solemnidad de la montaña.
La meseta secundaria estaba transformada en un espacio festivo, iluminado por antorchas púrpura alimentadas por las runas del altar, que proyectaban sombras danzantes sobre las mesas de piedra cubiertas con mantas tejidas en tonos blancos y púrpura. Cuencos de madera rebosaban de bayas dulces, raíces asadas, pescado seco traído de un arroyo cercano y flores silvestres recogidas de las laderas, llenando el aire con aromas cálidos que se mezclaban con el frescor de la montaña. Los Guardianes, normalmente reservados, cantaban canciones antiguas en un idioma melódico, sus voces resonando como ecos de los Precursores, mientras algunos tocaban tambores de cuero y flautas de hueso, creando una melodía que vibraba con la energía del Santuario.
Elion, el líder, con su cabello plateado brillando bajo el sol, estaba entre ellos, su túnica blanca bordada con runas púrpura ondeando mientras levantaba un cuenco de agua clara en un brindis. Cale, vestido con una túnica blanca nueva, bordada con hilos púrpura que hacían eco de su colgante, estaba junto a una mesa, sus ojos verdes capturando los reflejos del sol, las cicatrices pálidas en sus brazos brillando como un testimonio de su viaje. Sonreía, charlando con una joven Guardiana llamada Lira, cuya capucha estaba baja, revelando un rostro juvenil y ojos grises llenos de curiosidad.
—¿Entonces, Cale, cómo es controlar esos relámpagos? —preguntó Lira, inclinándose hacia él, un cuenco de bayas en la mano—. Cuando entrenamos, vi cómo partiste una roca. ¡Fue increíble!
Cale, riendo, se rascó la nuca, el colgante palpitando contra su pecho.
—No siempre es tan fácil, Lira —respondió, su voz cálida—. A veces siento que el relámpago quiere escaparse. Pero Nara… ella hace que todo encaje. Su escudo me da tiempo para apuntar.
Lira, sonriendo, asintió. —Sois un equipo, eso es evidente —dijo, señalando hacia el centro de la meseta—. Hablando de ella, mira quién viene.
Cale giró la cabeza, y su respiración se detuvo. Nara caminaba hacia la fiesta, una visión que parecía sacada de un sueño. Llevaba un vestido blanco que fluía como agua, sus bordes bordados con runas púrpura que brillaban bajo el sol, abrazando su figura con una elegancia que contrastaba con las túnicas ásperas del viaje. Su cabello, suelto por primera vez en meses, caía en ondas perfectamente peinadas, brillando como ébano, y una corona de flores blancas y púrpura descansaba en su cabeza, realzando el tatuaje de cenizas en su cuello, que destellaba como un faro. Sus ojos castaños, con motas de ámbar, estaban realzados por un maquillaje sutil —sombras que hacían brillar sus párpados, un leve rubor en sus mejillas— que la convertía en una figura casi etérea, una guardiana de la luz misma. Cale, con el corazón acelerado, sintió el colgante palpitar, su amor por ella creciendo hasta llenar su pecho. Estaba más enamorado que nunca, la certeza de que ella era su destino —desde el día que la rescató del mar en el Aurora— ardiendo como la luz púrpura de la esfera.
—Oculta… —susurró, su voz apenas audible, mientras ella se acercaba, su sonrisa iluminando la noche más que las antorchas. Nara, al verlo, sintió el mismo calor, sus ojos encontrando los suyos, la conexión entre ellos vibrando como una corriente.
—Pescador, no estás nada mal con esa túnica —dijo, su voz juguetona pero cargada de afecto, deteniéndose frente a él, el vestido ondeando con la brisa. Cale, sonriendo, extendió una mano, sus dedos rozando los suyos.
—Y tú, Nara… eres como un sueño —respondió, su voz baja, llena de admiración—. No sé cómo alguien puede ser tan hermosa.
Elion, acercándose, levantó su cuenco, interrumpiendo con una risa suave. —¡Los elegidos! —dijo, su voz resonante atrayendo las miradas de los Guardianes—. Esta noche celebramos vuestra fuerza, vuestra unión. ¡Bailad, que la luz os guíe!
Los Guardianes aplaudieron, y la música se intensificó, los tambores y flautas creando un ritmo que resonaba con los colgantes. Nara, tomando la mano de Cale, lo guió al centro de la meseta, donde un espacio despejado servía de pista de baile. Se movieron juntos, sus cuerpos sincronizados como en las batallas, pero ahora en una danza de amor. Cale rodeó la cintura de Nara con un brazo, su mano firme pero suave, mientras ella apoyaba una mano en su hombro, sus dedos rozando una cicatriz. Sus pasos eran fluidos, girando bajo las antorchas púrpura, el vestido de Nara ondeando como un velo, sus cuerpos acercándose con cada giro. Sus ojos no se apartaban, verdes y castaños entrelazados, la luz púrpura de los colgantes reflejándose en sus rostros. Cada movimiento era una promesa, sus cuerpos balanceándose al ritmo de la música, sus corazones latiendo al unísono, la esfera amplificando su conexión. Se detuvieron en un giro, sus rostros cerca, y Cale inclinó la cabeza, sus labios encontrando los de Nara en un beso profundo, urgente, el sabor de sus bocas mezclado con el dulzor de las bayas y el calor de la noche. El beso fue una chispa, sus mentes conectándose como en el entrenamiento, sintiendo cada emoción del otro: amor, deseo, un vínculo que trascendía el tiempo. Los Guardianes, observándolos, sonrieron, algunos cantando más fuerte, como si reconocieran que esta unión era parte de su destino.
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Editado: 01.09.2025