Faltaban dos semanas para que el sol eterno cediera su reinado a la Gran Oscuridad, y el Santuario de la Luz vibraba con una urgencia silenciosa. La cima de la montaña, bañada en un resplandor dorado, parecía contener el aliento, sus rocas negras pulidas reflejando la luz como un presagio del cambio que se avecinaba. Cale y Nara, ahora maestros de sus poderes —relámpagos púrpura, escudos invisibles, telequinesis, ráfagas de energía—, se movían con una precisión que asombraba incluso a los Guardianes. Cada relámpago podía partir una roca con un solo gesto, cada escudo resistía las pruebas más duras, su telequinesis levantaba peñascos sin esfuerzo, y sus ráfagas sanaban en lugar de destruir. Su conexión, un hilo invisible amplificado por la esfera, les permitía sentir al otro en cada rincón del Santuario, anticipar sus movimientos, compartir sus pensamientos. Los colgantes partidos de la esfera, colgados en sus cuellos, palpitaban con una luz púrpura que resonaba con sus corazones, un recordatorio de su destino como elegidos para salvar un mundo roto.
Los días en el Santuario estaban llenos de vida, a pesar de la sombra de la Gran Oscuridad. Cale y Nara entrenaban bajo la guía de Elion, perfeccionando sus poderes en la meseta principal, donde el altar de piedra zumbaba con runas púrpura. Después, socializaban con los Guardianes, compartiendo risas y cuentos alrededor de mesas de piedra cargadas de bayas dulces y pescado seco. Lira, la joven Guardiana de ojos grises, a menudo bromeaba con Cale sobre sus relámpagos, mientras que un Guardián mayor, Toren, compartía con Nara historias de los Precursores, sus ojos brillando con admiración. Por las noches, Cale y Nara se retiraban a su bungalow, sus cuerpos entrelazándose en una pasión que era tanto amor como una celebración de su unión, sus colgantes palpitando con cada caricia, cada beso, como si la esfera bendijera su amor. Ese día, tras horas de entrenamiento agotador —lanzando relámpagos que tallaban runas en las rocas, creando escudos que desviaban ráfagas de los Guardianes—, Cale y Nara buscaron refugio en una cascada cercana, un oasis escondido en la ladera de la montaña. La cascada, alimentada por un arroyo subterráneo, caía en una piscina natural de agua cristalina, rodeada de rocas lisas y musgo verde que brillaba bajo el sol. El aire olía a agua fresca y tierra húmeda, un alivio del calor seco de la meseta. Se despojaron de sus túnicas blancas, ahora limpias y bordadas con runas púrpura, dejándolas sobre una roca. Desnudos, se sumergieron en la piscina, el agua fría envolviendo sus cuerpos, aliviando el sudor y el cansancio. Nadaban juntos, sus risas resonando en la cueva natural, sus cuerpos moviéndose con la misma sincronía que en el entrenamiento, sus colgantes destellando bajo el agua. Cale, nadando hacia Nara, la tomó por la cintura, levantándola con facilidad, su piel cálida contra la suya.
—Oculta, este lugar… es como un sueño —dijo, su voz baja, sus ojos verdes brillando con el reflejo del agua—. Nunca pensé que encontraríamos algo así.
Nara, sonriendo, rodeó su cuello con los brazos, sus ojos castaños destellando con motas de ámbar. —Pescador, contigo todo es un sueño —respondió, su voz suave, cargada de amor—. Pero esta agua… es lo mejor después de entrenar.
Riendo, nadaron hacia la cascada, el agua cayendo en una cortina brillante que los envolvió al ponerse debajo. La corriente fría golpeaba sus hombros, sus cabellos pegándose a sus rostros, y se miraron, la luz del sol filtrándose a través del agua, creando arcoíris que bailaban en sus pieles. Cale, acercándose, besó a Nara, sus labios cálidos contra los suyos, el agua corriendo entre ellos, el sabor fresco mezclándose con el calor de su aliento. El beso fue profundo, urgente, sus colgantes palpitando con una luz púrpura que parecía amplificar cada sensación. Nara correspondió, sus manos deslizándose por el pecho de Cale, sintiendo las cicatrices bajo sus dedos, un mapa de su fuerza. Cale, con una intensidad que reflejaba su amor, acarició los senos desnudos de Nara, sus manos suaves pero firmes, el agua fría contrastando con el calor de su toque. Ella jadeó contra sus labios, sus cuerpos acercándose bajo la cascada, el rugido del agua ahogando el mundo exterior. La unión fue intensa, salvaje, sus cuerpos moviéndose con una pasión que era tanto amor como poder, sus colgantes destellando con cada movimiento. Cale sintió el calor de Nara, la suavidad de su piel, el latido de su corazón resonando con el suyo, cada roce una corriente eléctrica amplificada por la esfera. Nara, aferrándose a él, sintió la fuerza de Cale, la urgencia de sus manos, y una conexión que iba más allá de lo físico, como si sus almas se fundieran en una luz púrpura que llenaba la cueva. El agua los envolvía, sus cuerpos danzando bajo la cascada, cada movimiento una promesa, cada jadeo un eco de su destino compartido. Cuando terminaron, exhaustos, se dejaron caer en la orilla de la piscina, sus cuerpos brillando con gotas de agua, el sol eterno iluminándolos con un resplandor dorado. Sonrieron, sus rostros cerca, y se besaron de nuevo, un beso suave, lleno de ternura, sus labios cálidos y húmedos.
En ese momento, la luz púrpura de los colgantes destelló, y una visión los golpeó, clara y vívida. Estaban en una llanura oscura, bajo un cielo negro de la Gran Oscuridad, rodeados de Umbríos, sus ojos bioluminiscentes brillando como faros rotos. Pero Cale y Nara no estaban solos; sus poderes, ahora plenamente controlados, se desataban: relámpagos partiendo el aire, escudos protegiendo a los inocentes, telequinesis levantando a los Umbríos, ráfagas sanando la tierra. La esfera, en sus colgantes, les habló: *Id al Abismo de las Sombras. Allí destruiréis a los Umbríos. La luz prevalecerá.* La visión mostró un cráter profundo, lleno de energía púrpura, el lugar donde todo debía terminar. La visión se desvaneció, y Cale y Nara abrieron los ojos, aún sentados en la orilla, el agua goteando de sus cuerpos, los colgantes palpitando débilmente. Se miraron, sus ojos verdes y castaños reflejando la misma certeza: sabían adónde ir, sabían qué hacer. El Abismo de las Sombras los esperaba, y con sus poderes dominados y su amor como ancla, estaban listos para enfrentar a los Umbríos y salvar el mundo.
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Editado: 01.09.2025