Cazadores de luz: El resplandor de la esfera

El Umbral del Destino

El sol eterno colgaba sobre el Santuario de la Luz, su resplandor dorado bañando la cima de la montaña en una luz que hacía brillar las rocas negras pulidas como espejos fracturados. Faltaban dos semanas para la Gran Oscuridad, y el aire en el altiplano vibraba con una tensión silenciosa, como si la montaña misma supiera que el tiempo de los elegidos en este lugar estaba por terminar. Cale y Nara, ahora maestros absolutos de sus poderes —relámpagos púrpura, escudos invisibles, telequinesis, ráfagas de energía sanadora—, se movían con una confianza que asombraba a los Guardianes. Su conexión, un hilo invisible forjado por la esfera y fortalecido por su amor, les permitía sentir al otro en cada rincón del Santuario, sus mentes entrelazadas en una sincronía que era tanto un arma como una promesa. Los colgantes partidos de la esfera, colgados en sus cuellos, palpitaban con una luz púrpura que resonaba con sus corazones, un faro que los guiaba hacia el destino que su última visión les había revelado: el Abismo de las Sombras, donde destruirían a los Umbríos.

Cale y Nara, aún con el eco de su momento bajo la cascada resonando en sus cuerpos, caminaban hacia el altar central, donde Elion, el líder de los Guardianes, los esperaba. Sus túnicas blancas, bordadas con runas púrpura, ondeaban con la brisa fresca de la montaña, las cicatrices pálidas en los brazos de Cale brillando como un mapa de su viaje, el tatuaje de cenizas en el cuello de Nara destellando como un faro. El aire olía a ozono y flores silvestres, mezclado con el calor de sus cuerpos tras horas de entrenamiento. Sus manos se rozaban al caminar, un gesto que hablaba de su amor, de la certeza que habían encontrado en la cascada, donde la esfera les había mostrado el camino final. Llegaron al altar, donde Elion estaba de pie, su cabello plateado reflejando el sol, sus ojos azules con motas doradas fijos en ellos. Las runas púrpura del altar zumbaban, proyectando una luz suave que parecía responder a los colgantes.

—Elion —dijo Cale, su voz firme, sus ojos verdes brillando con determinación—. Tuvimos una visión. La esfera nos habló. Debemos ir al Abismo de las Sombras. Allí es donde destruiremos a los Umbríos.

Nara, a su lado, asintió, tocando su colgante, su voz clara pero cargada de urgencia. —Vimos una llanura oscura, un cráter lleno de energía púrpura —explicó, sus ojos castaños destellando con motas de ámbar—. La esfera dijo que la luz prevalecerá. Es nuestro destino, Elion. ¿Qué significa?

Elion, con una sonrisa que mezclaba orgullo y solemnidad, tocó el altar, y las runas destellaron, proyectando imágenes fugaces de un cráter negro bajo un cielo sin estrellas, rodeado de Umbríos.

—El Abismo de las Sombras —dijo, su voz resonante, como un eco de la esfera—. Es el lugar donde la energía de las esferas se filtró tras el cataclismo, donde los Umbríos nacieron. Vuestra visión confirma lo que temíamos y esperábamos: sois los elegidos para cerrar esa herida, para usar la luz de la esfera y destruir a los Umbríos de una vez por todas.

Cale, apretando los puños, sintió el colgante palpitar contra su pecho. —¿Estamos listos? —preguntó, su voz baja pero firme—. Hemos entrenado, hemos dominado nuestros poderes, pero… el Abismo suena como el fin.

Elion, inclinando la cabeza, los miró con una intensidad que parecía atravesarlos.

—Vuestro tiempo en el Santuario ha concluido —dijo—. Habéis aprendido a controlar la luz que la esfera os otorgó: relámpagos que parten montañas, escudos que detienen tormentas, telequinesis que mueve la tierra, ráfagas que sanan. Vuestra conexión, no solo con la esfera, sino entre vosotros, es vuestra mayor fuerza. Estáis listos para luchar, para enfrentar el Abismo y lo que os espera allí. Partiréis al alba. Nara, tocando la mano de Cale, sintió su calor, su fuerza.

—¿Y la Coalición? —preguntó, su voz tensa—. Nos persiguen. Si nos encuentran en el Abismo…

Elion, levantando una mano, proyectó una imagen de figuras blancas luchando contra soldados grises.

—Los Guardianes os protegeremos en el camino —dijo—. Pero en el Abismo, solo vosotros, los elegidos, podréis enfrentaros a los Umbríos. La esfera os ha preparado para esto. Confiad en ella, y en vosotros mismos.

Cale y Nara, intercambiando una mirada, asintieron, sus colgantes palpitando al unísono.

—Lo haremos, Elion —dijo Cale, su voz cargada de determinación—. Por Kiva, Taran, Milo, Selina, Rorik, Seli, Tor… y por el mundo.

Nara, apretando su mano, añadió:

—Juntos, pescador. Siempre juntos.

Elion, con una sonrisa suave, tocó el altar, y una onda de luz púrpura los envolvió, cálida pero firme, como una bendición.

—Id, entonces —dijo—. Descansad. Mañana, el camino al Abismo comienza.

Cale y Nara regresaron al bungalow de Nara, el sol eterno suavizando sus rayos, proyectando un resplandor ámbar a través de la ventana abierta. El aire dentro era fresco, cargado con el aroma de paja y flores silvestres, las paredes de piedra brillando con la luz del atardecer. Sin palabras, se acercaron, sus colgantes palpitando con una luz púrpura intensa. Cale, con una urgencia que reflejaba la inminencia de su partida, tomó el rostro de Nara entre sus manos, sus dedos rozando la suavidad de sus mejillas, el tatuaje de cenizas cálido bajo su toque. Sus labios se encontraron en un beso profundo, apasionado, el sabor salino de su piel mezclado con el calor de su aliento. Nara correspondió, sus manos deslizándose por el pecho de Cale, desatando su túnica con dedos temblorosos, mientras él desataba la de ella, el tejido cayendo como una cascada.

Desnudos, se movieron hacia la cama, sus cuerpos entrelazándose con una pasión que era tanto amor como una despedida del Santuario. La unión fue intensa, sus besos salvajes, sus jadeos resonando en la habitación, cada roce amplificado por la esfera. Cale sintió el calor de Nara, la suavidad de su piel, el latido de su corazón sincronizado con el suyo, sus colgantes palpitando como un solo faro. Nara, aferrándose a él, sintió la fuerza de Cale, la electricidad de su toque, y una conexión que iba más allá de lo físico, como si sus almas se fundieran en una luz púrpura que llenaba el bungalow. Sus movimientos eran una danza, sus cuerpos moviéndose al ritmo de sus corazones, cada jadeo un juramento, cada caricia una promesa de enfrentar el Abismo juntos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.