Cazadores de luz: El resplandor de la esfera

El Camino al Abismo

El alba, o lo que pasaba por alba bajo el sol eterno, trajo un bullicio al Santuario. Los Guardianes, con sus túnicas blancas bordadas con runas púrpura, se reunieron en la meseta principal, alrededor del altar de piedra que zumbaba con energía. Elion, con su cabello plateado brillando y sus ojos azules destellando con motas doradas, supervisaba los preparativos, entregando a Cale y Nara una mochila de cuero reforzado con provisiones: raíces asadas, bayas secas, un odre de agua clara y antorchas ultravioletas para los Umbríos que podrían acechar en las sombras. Las túnicas blancas de Cale y Nara, limpias y bordadas con runas, ondeaban con la brisa fresca de la montaña, las cicatrices pálidas en los brazos de Cale brillando como un mapa de su viaje, el tatuaje de cenizas en el cuello de Nara destellando como un faro vivo. Sus botas, reforzadas por los Guardianes, crujían contra la grava, y sus rostros, aunque marcados por el cansancio, reflejaban una determinación inquebrantable.
Cale, ajustando la mochila en su hombro, revisó las provisiones, su mente alerta al peligro que les esperaba. —Oculta, el Abismo no será fácil —dijo, su voz baja, sus ojos verdes encontrando los suyos—. La Coalición nos persigue, y los Umbríos estarán allí. Pero estamos listos, ¿verdad?
Nara, tocando su colgante, asintió, sus ojos castaños con motas de ámbar brillando con una mezcla de amor y resolución. —Pescador, hemos entrenado para esto —respondió, su voz firme—. La esfera nos guía, y nosotros… nos tenemos el uno al otro. No hay nada que no podamos enfrentar.
Elion, acercándose, colocó una mano en el hombro de cada uno, su mirada llena de orgullo. —Los Guardianes os protegeremos en el camino, pero en el Abismo, solo vosotros, los elegidos, podréis cerrar la herida del cataclismo —dijo, su voz resonante—. La Coalición sabe que vais al Abismo. Id con cuidado, y que la luz os guíe.
Los Guardianes formaron un círculo alrededor de ellos, cantando una melodía antigua que resonaba con las runas del altar, como una bendición para su viaje. Cale y Nara, de pie frente al altar, se miraron, sus colgantes palpitando al unísono. Sin palabras, se acercaron, sus cuerpos casi tocándose, el aire cargado con la intensidad de su amor. Cale tomó el rostro de Nara entre sus manos, sus dedos rozando la suavidad de sus mejillas, el tatuaje de cenizas cálido bajo su toque. Sus labios se encontraron en un beso profundo, apasionado, el sabor salino de su piel mezclado con el frescor de la montaña. Nara correspondió, sus manos apretando el pecho de Cale, sintiendo el latido de su corazón bajo su colgante. Se abrazaron fuerte, sus cuerpos encajando como piezas de un todo, la luz púrpura envolviéndolos como un aura.
—Te amo, oculta —susurró Cale contra sus labios, su voz temblando de emoción—. Pase lo que pase, siempre te amaré.
Nara, con los ojos brillando, sonrió, su voz suave pero firme. —Y yo a ti, pescador —respondió, sus dedos enredándose en su túnica—. Siempre, hasta el final.
Se separaron lentamente, sus manos aún rozándose, y con una última mirada al Santuario, comenzaron el descenso por el sendero empinado de la montaña. El camino era traicionero, con rocas sueltas y grietas que exhalaban un calor seco, pero sus poderes les daban agilidad, sus cuerpos moviéndose con una sincronía perfeccionada. El sol eterno quemaba, el aire cargado de polvo y un leve olor a ceniza, un recordatorio de los Umbríos que podrían acechar. Los Guardianes los escoltaban a distancia, sus figuras blancas moviéndose entre las sombras de las rocas, pero Cale y Nara sabían que debían permanecer alerta, la Coalición y sus soldados grises en algún lugar, esperando.
Tras horas de descenso, llegaron a una llanura amplia, un claro rodeado de rocas negras y arbustos secos, el suelo agrietado por el calor. El sol, en su zenit, proyectaba sombras escasas, y el aire olía a tierra quemada. Estaban a punto de descansar cuando un crujido resonó, seguido por el eco de botas pesadas. De las rocas emergieron soldados de la Cresta del Norte, una veintena, vestidos con túnicas grises reforzadas con placas de acero, armados con arpones de punta ultravioleta y rifles modificados con proyectiles luminosos. Al frente, Varn, con sus gafas reflejando el sol, sostenía un dispositivo púrpura que zumbaba, mientras Kael, con su capa de cráneos de Umbríos, blandía un arpón. Una figura nueva, una mujer con el cabello corto y una cicatriz cruzando su rostro, lideraba el grupo, sus ojos oscuros brillando con codicia.
—¡Entregad las esferas! —gritó la mujer, su voz cortante—. No escaparéis esta vez, elegidos. El poder es nuestro.
Cale, dando un paso adelante, sintió el colgante palpitar, sus ojos verdes destellando púrpura. —No sois nada, Coalición —espetó, su voz firme—. Creadores de Umbríos, traidores. ¡No os daremos nada!
Nara, a su lado, levantó una mano, la energía púrpura vibrando en sus dedos. —Retroceded, o lo lamentaréis —dijo, sus ojos castaños brillando con la misma luz púrpura—. Hemos aprendido a luchar.
Kael, gruñendo, levantó su arpón. —¡Disparad! —ordenó, y los soldados apuntaron, los rifles destellando con proyectiles luminosos que cortaron el aire.
Cale y Nara, espalda con espalda, reaccionaron al unísono, sus mentes conectándose como en el Santuario. Sus colgantes destellaron, y sus ojos se iluminaron con un púrpura intenso. Nara levantó ambas manos, creando un escudo invisible que envolvió el claro, deteniendo las balas en el aire, que cayeron al suelo humeando. Cale, sintiendo su movimiento, levantó una mano, y un relámpago púrpura brotó, golpeando a tres soldados y derribándolos inconscientes. Sus mentes, entrelazadas por la esfera, anticipaban cada acción: Nara sabía que Cale giraría a la derecha para lanzar una ráfaga, y Cale sentía que Nara extendería el escudo para bloquear un arpón.
Los soldados avanzaron, sus arpones destellando con luz ultravioleta. Cale, usando su telequinesis, levantó un peñasco del tamaño de un hombre y lo lanzó contra un grupo, derribándolos con un estruendo. Nara, transformando su escudo en una ráfaga de energía púrpura, empujó a otros contra las rocas, sus armas cayendo rotas. Varn activó su dispositivo, enviando una onda púrpura que intentó romper el escudo de Nara, pero ella, con un gesto, reforzó la barrera, desviando la onda hacia los soldados, que cayeron aturdidos. Cale, con una precisión letal, lanzó un torbellino de relámpagos púrpura, envolviendo a Kael y a la mujer líder, levantándolos del suelo y arrojándolos contra un peñasco, sus cuerpos inmóviles.
El último soldado, blandiendo un arpón, corrió hacia ellos, pero Cale y Nara, actuando como uno, levantaron las manos al unísono. Una explosión de luz púrpura, combinando sus poderes, llenó el claro, y el soldado fue lanzado hacia atrás, cayendo inconsciente. El silencio volvió, roto solo por el jadeo de Cale y Nara, sus ojos púrpura desvaneciéndose a sus colores naturales, el sudor corriendo por sus rostros, las túnicas pegadas a sus cuerpos por el calor y el esfuerzo.
Cale, jadeando, miró a Nara, una sonrisa cansada cruzando su rostro. —Lo hicimos, oculta —dijo, su voz ronca—. Somos más fuertes de lo que ellos jamás serán.
Nara, asintiendo, tomó su mano, sus dedos entrelazándose. —Juntos, pescador —respondió, su voz firme—. Al Abismo, y más allá.
Continuaron su camino, dejando el claro atrás, los Guardianes observándolos desde las sombras, asegurando el sendero. Esa noche, encontraron refugio en una cueva pequeña, el aire fresco aliviando el calor. En la oscuridad, se entregaron el uno al otro, sus besos profundos, sus jadeos resonando en las paredes de piedra, sus cuerpos moviéndose con una pasión que sellaba su amor. Exhaustos, se abrazaron fuerte, sus colgantes palpitando débilmente, y durmieron, sus cuerpos entrelazados. Antes de cerrar los ojos, Cale susurró contra el cabello de Nara: —Te amo, oculta. Pase lo que pase, siempre te amaré.
Nara, apretando su abrazo, murmuró contra su pecho: —Y yo a ti, pescador. Siempre.
Se durmieron, la esfera en sus colgantes palpitando como un faro, guiándolos hacia el Abismo de las Sombras, con dos semanas de luz por delante y un amor que los haría invencibles en un mundo que aún podían salvar.




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