Cazadores de luz: La amenaza en las sombras

Fuego Bajo la Superficie

La Aurora estaba a tres días de la Gran Oscuridad, y la cubierta principal, donde los habitantes se reunían para la cena, vibraba con una mezcla de urgencia y resignación. Las mesas largas, hechas de tablas recicladas, estaban iluminadas por lámparas solares que proyectaban un resplandor tenue, mientras el crepúsculo rojizo del exterior se filtraba a través de los toldos de lona. El aroma a pescado asado, pasta de algas y raíces secas llenaba el aire, pero la comida, aunque abundante, sabía a rutina. Los habitantes comían en grupos, sus conversaciones punteadas por risas forzadas y silencios cargados, todos conscientes de que pronto las compuertas se sellarían, encerrándolos contra los Umbríos. La llegada de Nara, la joven oculta de la Luz de Ceniza, había añadido una capa de intriga y desconfianza, su presencia un recordatorio de un mundo más allá del océano que muchos preferían ignorar.

Cale estaba sentado en su mesa habitual, en el borde de la cubierta, con su plato de metal abollado frente a él. A su izquierda, Toren, su padre, comía en silencio, sus manos callosas sosteniendo un tenedor improvisado, su rostro marcado por ojeras y una tensión que no había aliviado desde la Fiesta de la Luz. A la derecha de Cale, Milo, su mejor amigo, pinchaba su comida con poco entusiasmo, su humor habitual apagado por la cercanía de la oscuridad. La familia de Milo —Elia, su madre, Kael, su padre, y Suri, su hermana menor— ocupaba el resto de la mesa, junto con Joren, el pescador veterano de barba trenzada, que narraba una historia exagerada sobre una captura imposible. Pero la dinámica familiar, normalmente cálida, estaba teñida de una incomodidad nueva, y todos lo sentían.

Nara apareció en la entrada de la cubierta, escoltada brevemente por un guardia que se retiró tras dejarla allí. Su ropa limpia de la Aurora —una camiseta holgada y pantalones de lona— contrastaba con su expresión cautelosa, y el tatuaje de cenizas en su antebrazo brillaba débilmente bajo la luz. Dudó, escaneando las mesas, hasta que sus ojos encontraron los de Cale. Él le hizo un gesto sutil, invitándola a unirse, y ella cruzó la cubierta con pasos rápidos, ignorando las miradas curiosas y los susurros de los demás habitantes.

Cuando Nara se sentó junto a Cale, ocupando un espacio vacío entre él y Elia, un silencio incómodo envolvió la mesa. Los tenedores se detuvieron, y las conversaciones se apagaron, todos conscientes de la extraña en su círculo. Toren levantó la vista brevemente, su expresión indescifrable, antes de volver a su comida. Milo arqueó una ceja, pero no dijo nada, mientras Suri, con la curiosidad desinhibida de una niña de 10 años, fue la primera en romper el hielo.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Suri, inclinándose sobre la mesa, sus ojos brillantes fijos en Nara—. Pareces joven, pero tienes ese tatuaje raro. ¿Te lo hicieron de niña?

Nara parpadeó, sorprendida por la franqueza, pero una pequeña sonrisa curvó sus labios. La inocencia de Suri era un alivio en un lugar donde todos parecían medirla como una amenaza.

—Tengo 16 —respondió, su voz clara pero suave, aún adaptándose al bullicio de la Aurora. Tocó su tatuaje instintivamente, el círculo de cenizas brillando bajo sus dedos—. Me lo hicieron a los 15. Es un rito en mi comunidad, la Luz de Ceniza. Significa que soy parte de la tribu, que juré protegerla.

Suri abrió la boca para preguntar más, pero Elia, con una sonrisa amable, intervino, suavizando el tono de la conversación.

—¿Cómo es la vida en tierra, Nara? —preguntó, sirviendo un poco más de pasta de algas en el plato de su hija para mantenerla ocupada—. Nunca hemos estado allí. Solo conocemos el mar, las plataformas. Cuéntanos.

Nara dudó, sus ojos recorriendo los rostros de la mesa. Cale la miraba con interés genuino, sus manos quietas sobre el plato, mientras Milo, aunque escéptico, parecía intrigado. Toren seguía comiendo, aparentemente ajeno, pero Joren y Kael se inclinaron ligeramente, esperando su respuesta. Sabía que tenía que ser cuidadosa —la junta había rechazado su plan, y cualquier palabra imprudente podía avivar la desconfianza—, pero también sentía el peso de su aislamiento, la necesidad de conectar con alguien más allá de Cale.

—Es… diferente —comenzó, eligiendo sus palabras con cuidado—. Vivimos en una mina, túneles profundos donde los Umbríos no llegan fácilmente. Es oscuro, incluso en los meses de luz, pero tenemos lámparas de cristales fosforescentes y generadores. Cultivamos hongos, raíces, cazamos ratas gigantes. No es fácil, pero somos una familia. Cada uno tiene un rol: cazadores, cultivadores, ingenieros. Y tenemos rituales, como el del tatuaje, que nos recuerdan quiénes somos. —Hizo una pausa, su voz volviéndose más suave—. Pero los Umbríos están cambiando. Son más listos, trepan, apagan luces. Por eso vine aquí. Porque creo que podemos detenerlos, si trabajamos juntos.

Joren silbó, impresionado, mientras Kael frunció el ceño, claramente incómodo con la mención de los Umbríos. Milo, sin embargo, no pudo contenerse.

—¿Ratas gigantes? —dijo, una chispa de su humor habitual regresando—. ¿Y saben mejor que este pescado? Porque si no, no sé cómo sobreviven.

La mesa rió, incluso Nara, y el hielo comenzó a romperse. Suri bombardeó a Nara con preguntas sobre las ratas y los túneles, mientras Elia y Joren la animaban a contar más sobre los ocultos. Cale escuchaba en silencio, sus ojos fijos en Nara, admirando su valentía y sintiendo una conexión creciente con su sueño de un mundo libre de Umbríos. Toren, sin embargo, permanecía distante, su mirada perdida en el plato, como si la presencia de Nara fuera un recordatorio de algo que no quería enfrentar.

Entonces, el ambiente cambió. Sanna, la joven morena de 22 años que había capturado a Toren en su red de tentación, apareció en la cubierta, su falda tejida balanceándose con cada paso. Sus ojos oscuros escanearon la mesa, y una sonrisa calculadora curvó sus labios al ver a Toren. Sin dudar, se acercó y, con un movimiento deliberado, se sentó entre Cale y Milo, ocupando el espacio más cercano a Milo. Su hombro rozó el de él, un gesto que parecía casual pero estaba cargado de intención.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.