La cueva en las colinas, un refugio improvisado apenas iluminado por la luz de la luna que se filtraba por la grieta, ofrecía un respiro frágil al grupo diezmado de sobrevivientes de la Luz de Ceniza. Nara, Cale, Kael, Taran, Milo, Veyra, Kess, y los tres niños —Liva, Tor y Seli— habían escapado de la emboscada de los Umbríos en la pradera, pero a un costo devastador. Lena, la novia de Milo, junto con Sira, Gav, Tesa y los últimos ocultos, habían caído bajo las garras de las criaturas, dejando al grupo reducido a diez, heridos y agotados. La esfera, su única esperanza contra la Gran Oscuridad, seguía atrapada en la mina ahora infestada, y los siseos de los Umbríos, aunque distantes, recordaban que la seguridad era temporal. En este refugio, las tensiones emocionales —el duelo de Milo, los celos de Cale, los sentimientos no expresados de Taran— amenazaban con fracturar la unidad del grupo, mientras Nara seguía siendo su ancla.
La cueva era poco más que un hueco en la roca, con paredes húmedas y un suelo cubierto de ceniza. El grupo se había acomodado lo mejor posible, usando mantas rasgadas y mochilas como almohadas. Liva, Tor y Seli, exhaustos pero vivos, dormían acurrucados en un rincón, cubiertos por una manta que Veyra les había dado. Milo, sentado contra la pared, miraba al vacío, su arpón a un lado, el dolor por la pérdida de Lena grabado en su rostro. Kess, vendando su hombro herido, vigilaba la entrada de la grieta, su rifle fosforescente listo. Veyra, con la pierna vendada, revisaba los cartuchos restantes, su expresión dura pero enfocada. Kael, limpiando su arpón, intercambiaba palabras bajas con Nara, planeando los próximos pasos.
Nara, de pie cerca del centro de la cueva, revisaba un mapa rudimentario garabateado en un trozo de tela, sus ojos castaños estudiando las colinas y los posibles refugios. Su tatuaje de cenizas brillaba bajo la luz lunar, un recordatorio de la Luz de Ceniza que ya no existía como lugar, pero que vivía en ella. Cale, sentado cerca, observaba a los niños dormir, su rifle apoyado en la pared, su mente dividida entre la misión y la conexión con Nara, fortalecida por sus momentos de risas, pero ensombrecida por Taran.
Taran, con la herida en el brazo envuelta en un trapo, estaba inquieto. La culpa por sus mentiras a Kael, el dolor de ver a Nara con Cale, y la pérdida de la mina lo carcomían. Había decidido hablar con Nara, no para confesar sus sentimientos —sabía que no era el momento, ni quizás nunca lo sería—, sino para ofrecerle su apoyo, para recordarle que, a pesar de todo, era un oculto leal. Se acercó a ella, sus pasos silenciosos, su rostro tenso pero decidido.
—Nara —dijo, su voz baja para no despertar a los niños, deteniéndose a su lado—. ¿Puedo hablar contigo un segundo?
Nara levantó la vista del mapa, sorprendida pero no desconfiada, su arpón pequeño apoyado contra la pared. —Claro, Taran —respondió, su tono suave pero cansado—. ¿Qué pasa?
Taran abrió la boca, las palabras atrapadas en su garganta. Quería decirle que estaba con ella, que la mina perdida no era su culpa, que haría lo que fuera para recuperar la esfera, pero algo más profundo, algo que había enterrado bajo años de amistad y lealtad, pugnaba por salir. —Solo quería… —comenzó, su voz vacilante, sus ojos buscando los de ella—. Quería decirte que…
Antes de que pudiera terminar, Cale se levantó, su movimiento disimulado pero intencionado, como si hubiera estado esperando el momento. Caminó hacia Nara, su expresión neutral pero sus ojos alerta, captando la tensión en la postura de Taran. —Nara, perdona que interrumpa —dijo, su voz calmada, aunque con un filo sutil—. Es sobre los niños. Creo que deberíamos decidir quién los vigila cuando nos movamos. Están agotados, pero no podemos dejarlos solos.
Nara giró hacia Cale, agradecida por la interrupción, aunque no lo mostró. La conversación con Taran, aunque breve, tenía un peso que no necesitaba ahora. —Tienes razón —dijo, mirando a los niños dormidos—. Seli parece la más fuerte, pero son muy pequeños. Quizás Veyra o Kess puedan turnarse con ellos.
Taran, frustrado pero sin mostrarlo, dio un paso atrás, sus manos apretándose en puños. La intervención de Cale, aunque lógica, le quemaba, un recordatorio de la facilidad con que el pescador se movía en el espacio de Nara. —Sí, los niños son prioridad —dijo, su voz tensa, forzando una neutralidad que no sentía—. Hablaremos luego, Nara.
Nara asintió, ajena al torbellino interno de Taran, su atención ahora en Cale y el mapa. —Gracias, Taran —dijo, distraída—. Cale, mira esto. Hay un asentamiento al norte, quizás de renegados. Podría ser un refugio temporal.
Cale se inclinó sobre el mapa, su hombro rozando el de Nara, un gesto casual pero que Taran notó. —Si son renegados, tendremos que ser cuidadosos —dijo Cale, su tono práctico—. Pero es mejor que quedarnos aquí. Los Umbríos no tardarán en olfatearnos.
Taran, sintiendo el peso de su oportunidad perdida, se giró y volvió a su lugar junto a Kael, quien lo miró con una ceja alzada pero no dijo nada, ocupado afilando su arpón. Milo, aún sumido en su duelo, no notó el intercambio, mientras Veyra y Kess, alertas, seguían vigilando la entrada.
Nara, señalando el mapa, continuó con Cale. —Si llegamos al asentamiento antes del próximo ciclo, podemos reagruparnos, curar heridas, y planear cómo volver a la mina —dijo, su voz firme a pesar del cansancio—. La esfera sigue ahí, Cale. No la abandonaré.
Cale asintió, su mirada encontrando la de ella, una chispa de confianza entre ellos. —No lo haremos —dijo, su voz baja—. Juntos, oculta.
El momento fue interrumpido por un movimiento de Kess, que levantó una mano desde la entrada. —Silencio —susurró, su rifle apuntando a la grieta—. Escuché algo. No es un Umbrío, pero… algo se mueve.
El grupo se tensó, las manos yendo a las armas, los niños despertándose con gemidos de miedo. Nara, con el arpón en la mano, se acercó a Kess, mientras Cale y Taran, por instinto, flanquearon a los niños. La Gran Oscuridad seguía acechando, y el refugio, aunque temporal, no garantizaba seguridad. La esfera estaba lejos, pero la lucha por sobrevivir, y por mantener unida a su frágil alianza, apenas comenzaba.