Cazadores de luz: La amenaza en las sombras

El Regreso a la Mina

La cueva en las colinas, un refugio temporal contra la Gran Oscuridad, había ofrecido un respiro frágil al grupo de sobrevivientes: Nara, Cale, Kael, Taran, Milo, Kess, Veyra, y los niños —Liva, Tor, y Seli—. La intimidad silenciosa entre Nara y Cale, cuando ella durmió en su hombro y él acarició su rostro con ternura, había fortalecido su conexión, pero también avivado el dolor mudo de Taran, quien, viéndolos, se retiró sin decir nada. El sonido detectado por Kess fuera de la cueva, aunque no seguido por un ataque inmediato, mantuvo al grupo en alerta, consciente de que los Umbríos seguían cerca. La pérdida de la mina y la mayoría de los ocultos pesaba sobre ellos, pero la esfera, atrapada en las profundidades infestadas, era su única esperanza. Ahora, con la amenaza latente, el grupo planeaba una partida desesperada para entrar a la mina por otro acceso, decididos a recuperar la esfera a cualquier costo.

La cueva estaba envuelta en un silencio tenso, roto solo por el murmullo del viento que se colaba por la grieta. Las linternas ultravioletas del grupo estaban apagadas para evitar ser detectados, y la luz de la luna apenas delineaba sus figuras. Kess, agazapada en la entrada, había confirmado que el sonido —un crujido, quizás una roca suelta o un animal— no volvió, pero su rifle fosforescente seguía listo. Veyra, con la pierna vendada, organizaba los cartuchos restantes, su rostro endurecido por la determinación. Milo, sentado junto a Kess, estaba más callado de lo usual, el peso de las recientes pérdidas ensombreciendo su rostro. Kess, su novia, le apretaba la mano en silencio, su herida en el hombro vendada pero no debilitante. Liva, Tor, y Seli dormían nuevamente, acurrucados bajo una manta, sus rostros pálidos reflejando el trauma del prado y la mina.

Nara, de pie en el centro, sostenía un mapa rudimentario garabateado en un trozo de tela, sus ojos castaños estudiando las líneas bajo la luz de una lámpara fosforescente que había encendido brevemente. Cale, a su lado, revisaba su rifle, su cuchillo de pesca en la cintura, la calidez del momento compartido con Nara aún viva en su pecho. Kael, limpiando su arpón, observaba a su hermana con orgullo, mientras Taran, cerca de la entrada, mantenía la distancia, su arpón en mano, su mirada evitándolos tras la escena que había presenciado.

—Escuchad —dijo Nara, su voz baja pero firme, apagando la lámpara para conservar energía—. No podemos quedarnos aquí. Los Umbríos saben que estamos vivos, y esta cueva no resistirá un ataque. La esfera está en la mina, en la cámara sellada del nivel inferior. Si queremos detener a los Umbríos, tenemos que volver por ella.

Kael frunció el ceño, apoyando su arpón en la pared. —¿Volver? —preguntó, su tono cargado de preocupación—. La mina está infestada, Nara. Perdimos a casi todos. ¿Cómo entramos sin que nos destrocen?

Taran, dando un paso adelante, habló, su voz tensa pero práctica, enterrando su dolor personal. —Hay otro acceso —dijo, mirando el mapa—. Un túnel de ventilación al noroeste, usado para la extracción de ceniza. Es angosto, no apto para Umbríos grandes, pero nos llevará cerca del nivel inferior. Lo usábamos de niños para explorar, ¿recuerdas, Nara?

Nara asintió, un destello de memoria cruzando su rostro. —Sí, el túnel de las Sombras Silbantes —dijo, trazando una línea en el mapa—. Está oculto tras una cascada seca. Si entramos por ahí, podríamos evitar a los Umbríos hasta llegar a la cámara.

Cale, inclinándose sobre el mapa, evaluó la ruta. —Es arriesgado, pero posible —dijo, su tono firme—. ¿Qué tan lejos está ese túnel desde aquí?

—Unas tres horas a pie, si vamos rápido —respondió Taran, sus ojos encontrando los de Cale por un instante, una chispa de tensión entre ellos antes de desviar la mirada—. Pero tendremos que movernos de noche para evitar ser vistos.

Veyra, ajustando su rifle, intervino. —Los niños no podrán seguir ese ritmo —dijo, mirando a Liva, Tor, y Seli—. Y no podemos dejarlos aquí. Alguien tendrá que llevarlos o quedarse con ellos.

Kess, apretando la mano de Milo, asintió. —Yo puedo ayudar con los niños —dijo, su voz determinada a pesar de la herida—. Pero Milo y yo iremos con vosotros a la mina. No dejaré que la esfera se pierda, no después de todo lo que hemos sacrificado.

Milo, levantando la vista, tragó saliva, su voz rota pero decidida. —Estoy dentro, Nara —dijo, su mano apretando la de Kess—. No me rendiré, no ahora.

Nara asintió, agradecida, su mirada suavizándose. —Gracias, Milo, Kess —dijo, luego miró al grupo—. Dividiremos tareas. Cale, Kael, Taran, Veyra, vosotros venís conmigo al túnel. Kess y Milo, llevad a los niños, manteneos cerca pero protegidos. Si algo sale mal, retroceded al asentamiento de renegados al norte.

Cale, sintiendo el peso de la misión, asintió. —Entendido, oculta —dijo, una chispa de confianza en su voz, reforzada por la cercanía de Nara.

Taran, aunque de acuerdo, sintió un nudo en el pecho, la imagen de Nara durmiendo en el hombro de Cale aún fresca. No dijo nada, su lealtad a la misión y a Nara superando su dolor. Kael, notando la tensión de Taran, le dio un codazo. —Mantén la cabeza en el juego, amigo —susurró, su tono ligero pero serio.

El grupo se preparó rápidamente, recogiendo armas, mantas, y las pocas provisiones que les quedaban —pan de raíces y agua en cantimploras rotas—. Veyra despertó a los niños con suavidad, explicándoles que debían moverse otra vez. Liva, con lágrimas en los ojos, se aferró a Seli, mientras Tor, más valiente, tomó la mano de Kess. Seli, asumiendo el rol de líder, asintió, su voz temblorosa pero firme. —Iremos con ustedes —dijo—. No queremos quedarnos solos.

Nara, arrodillándose frente a ellos, puso una mano en el hombro de Seli. —Sois fuertes, todos vosotros —dijo, su voz cálida—. Quédate con Kess y Milo. Os mantendrán a salvo.

El grupo salió de la cueva al amparo de la noche, la Gran Oscuridad envolviéndolos como un manto. El cielo estaba despejado, las estrellas visibles sobre el valle de cenizas, pero el aire llevaba un olor a podredumbre, un recordatorio de los Umbríos cercanos. Nara lideraba, su arpón en mano, seguida por Cale, Kael, Taran, y Veyra. Milo y Kess, con los niños en el centro, cerraban la marcha, sus armas listas.




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